El tsunami de Japón de 2011 fue catastrófico: mató a casi 16.000 personas, destruyó hogares e infraestructura y arrastró alrededor de 5 millones de toneladas de escombros al mar.

Sin embargo, esos escombros no desaparecieron. Una parte se desplazó a la deriva por todo el Pacífico, llegando a las costas de Hawai, Alaska y California, y con ella llegaron los “colados”.

Casi 300 especies no nativas diferentes atravesaron el océano en lo que puede considerarse un evento de “rafting masivo”. El Centro de Investigación Ambiental Smithsonian en 2017 contó 289 especies marinas japonesas que fueron llevadas a costas lejanas después del tsunami, incluidos caracoles de mar, anémonas de mar e isópodos, un tipo de crustáceo entre los que se encuentra nuestro popular “bicho bolita”.

El rafting de plástico representa un peligro enorme y en su mayoría desconocido. Las especies invasoras transportadas por la basura plástica a nuevas costas pueden reducir los hábitats de las especies nativas, transmitir enfermedades (las microalgas son una amenaza particular ) y ejercer más presión sobre los ecosistemas que ya están presionados por la sobrepesca y la contaminación. Según David Barnes, ecólogo marino bentónico del British Antarctic Survey y profesor invitado en la Universidad de Cambridge, el rafting aumenta “el riesgo de extinción [al tiempo que] reduce la biodiversidad, la función del ecosistema y la resiliencia”.

El tsunami también mostró algo nuevo: muchos de los animales sobrevivieron más de seis años a la deriva, más de lo que se creía posible.

El rafting, o la dispersión oceánica, es un fenómeno natural. Los organismos marinos se adhieren a la basura marina y viajan cientos de kilómetros. Los grupos de algas que flotan libremente, como el sargazo, a veces de 3 metros de espesor, proporcionan un hogar para ciertas "especies de rafting" en el Atlántico, como los peces de arrecife o los peces pipa y los caballitos de mar, que son malos nadadores.

La profesora Bella Galil, curadora del Museo Steinhardt de Historia Natural de la Universidad de Tel Aviv, dijo: "El rafting transoceánico es una característica fundamental de la biogeografía y ecología evolutiva marina, a menudo invocada para explicar los orígenes de los patrones globales de distribución de especies".

Pero si bien es relativamente raro que una especie no nativa sobreviva con éxito en un nuevo entorno, dice, el enorme aumento de los desechos que se arrojan al mar, así como los aparejos de pesca abandonados, permiten un nuevo fenómeno de contaminación biológica: el biofouling, que puede describirse de modo sintético como organismos acuáticos que se adhieren en donde no son deseados.

Esto convierte "un proceso evolutivo raro y esporádico en algo cotidiano", dice. Las especies invasoras pueden amenazar la diversidad biológica, la seguridad alimentaria y el bienestar humano. Las uvas de mar de Australia que llegaron al Mediterráneo en 1990, por ejemplo, desplazaron a otras algas marinas, lo que provocó un efecto dominó que finalmente condujo a una reducción de los gasterópodos y crustáceos nativos.

Uno de los corredores más potentes para las invasiones marinas es el corredor del Mar Rojo, a través del canal de Suez, hacia el Mediterráneo. Galil señala que de las 455 especies exóticas marinas que figuran actualmente en el Mediterráneo oriental, se cree que la mayoría han atravesado el canal gracias a la corriente predominante hacia el norte, viajando principalmente sobre plásticos.

Estas especies invasoras no se limitan a merodear. Muchos se han extendido al Mediterráneo central y occidental, colonizando a menudo basura flotante. Además de afectar negativamente a los hábitats críticos, dice Galil, algunos son "nocivos, venenosos y representan una clara amenaza para la salud humana". Los erizos de mar de espinas largas y las medusas nómadas, ambos venenosos y nativos del Océano Índico, son solo dos ejemplos que ahora causan daños en el Mediterráneo.

El rafting de plástico está lejos de limitarse al Mediterráneo. Ha habido un aumento de cien veces en los plásticos marinos en las últimas dos décadas, lo que Barnes llama un "cambio de ecosistema".

“El plástico, en particular, ha aumentado enormemente las posibilidades de transporte en términos de cuántos restos flotantes hay, su variedad (en tamaño y estructura), adónde va y cuánto tiempo flota”, dice. "Además, el plástico puede aumentar la propagación local de especies invasoras cuando llegan y se establecen". Una recopilación de 2015 enumeró 387 especies, desde microorganismos hasta algas marinas e invertebrados, que habían “navegado” sobre basura marina, en “todas las principales regiones oceánicas”.

Uno de los intercambios clave en esta red de autopistas marinas es el giro del Pacífico Norte, hogar de la Gran Mancha de Basura del Pacífico , la mayor concentración de plástico en nuestros océanos. Aquí, las corrientes y los desechos marinos convergen, y las corrientes luego dispersan la basura a los rincones más remotos del planeta. De manera similar, se cree que el giro del Pacífico Sur es responsable de la basura (principalmente plástica) en las playas de Rapa Nui (Isla de Pascua).

Según un estudio de 2018 en Marine Pollution Bulletin realizado por investigadores de la Universidad de Oviedo en España, el 34% de los escombros examinados en la Isla de Pascua transporta organismos de otros lugares. Estos incluían zancudos de agua, un coral pétreo llamado Pocillopora y Planes major, una especie de cangrejo. Otro estudio realizado por los mismos autores encontró rafting de plástico a lo largo de unos 200 km de costa en el Golfo de Vizcaya, con aparejos de pesca, artículos de ocio y domésticos que transportan especies invasoras no autóctonas como la ostra gigante del Pacífico y el percebe australiano.

En Argentina el fenómeno apenas comienza a investigarse. Un reciente estudio de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales indica que el fenómeno de los mircoplásticos recién comenzó a estudiarse en 2017.

En 2018, Barnes dio un paso más al describir el plástico marino como un ecosistema en sí mismo, en el que los únicos ganadores son la fauna colonizadora, a lo que se refirió como la “plastisfera”.

Entonces, ¿qué se puede hacer con la plastisfera y quién es el responsable? En el contexto del canal de Suez , Galil dice: "Si nos adherimos al principio de 'quien contamina paga', Europa es cómplice: el canal sirve principalmente a Europa". Pero también aboga por una reducción inmediata de la cantidad de plásticos en el medio ambiente y "hasta entonces, una prohibición estricta del vertimiento en el océano".

La tecnología de rastreo también puede ayudar, como el Sistema Integrado de Observación de Escombros Marinos (IMDOS), un sistema propuesto, aunque aún no implementado, que combinaría imágenes de satélite, estudios de arrastre, observaciones de barcos y datos enviados a varias organizaciones para realizar un seguimiento de la basura marina.

Otro esfuerzo para estandarizar el monitoreo del plástico marino es Floating Ocean Ecosystems (FloatEco) , un proyecto multidisciplinario, parcialmente financiado por la Nasa, para “comprender mejor la dinámica de los plásticos flotantes en ambientes de mar abierto”. Y hay organizaciones como Ospar, que reúne a 15 gobiernos y la Unión Europea para cooperar en la protección medioambiental del Atlántico nororiental.

"Un problema global como la basura plástica marina, y todos los desafíos que crea, es imposible de resolver sin colaboración", dice Eva Blidberg, ex líder del proyecto de Blastic, una reciente iniciativa de la UE para mapear y monitorear plásticos marinos en el Mar Báltico.

La pandemia agravó un problema que ya era crítico. Se estima ha provocado el descarte diario de 1,6 millones de toneladas de equipamiento de protección personal de un solo uso, parte de la cual acaba en el océano. Cuando Barnes señaló por primera vez la amenaza del rafting plástico en 2002, le resultó difícil convencer a la gente de que era motivo de preocupación. “Ahora la sociedad es tan insensible en medio de una tormenta de problemas climáticos y de biodiversidad que todavía es difícil convencer a la gente de que vale la pena preocuparse”, dice.

Dado que es imposible evitar que los organismos aprovechen las oportunidades para expandirse, la única forma real de evitar a los invasores de las balsas es quitarles las balsas. El monitoreo y la colaboración son importantes, dice Blidberg, pero agrega: "Lo más importante es cerrar la canilla de la basura marina".