Acaba de publicarse el informe Estado de la Acción Climática 2022, que examina el progreso global en 40 indicadores que se consideran claves para reducir a la mitad las emisiones globales de gases de efecto invernadero para 2030, en línea con el objetivo de limitar los aumentos de temperatura a 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales.

Los investigadores encontraron un panorama sombrío, con poco más de la mitad de los indicadores avanzando (aunque demasiado lentamente), ocho con información insuficiente y cinco yendo directamente en dirección contraria a lo requerido.

Los indicadores que más preocuparon fueron el uso de gas, que está aumentando rápidamente en un momento en que debería reducirse en favor de las energías renovables; la fabricación de acero, donde la tecnología de reducción de emisiones no se está adoptando lo suficientemente rápido; los viajes realizados en actividades turísticas y la tasa de pérdida de bosques y las emisiones de la agricultura.

Una cuestión vacuna

La producción de carne vacuna trae aparejada, además de las emisiones de anhidrido carbónico (CO2) inherentes a cualquier producción animal, emisiones de gas metano originadas por la actividad ruminal.

El metano es un gas de efecto invernadero muy potente que contribuye al calentamiento global con un potencial de calentamiento global de 23.​ Esto significa que, midiendo a lo largo de un siglo, cada kilogramo de metano emitido a la atmósfera calienta la Tierra 23 veces más que un kilogramo de CO2.

Por eso, entre los especialistas, hay coincidencia generalizada en que la producción y consumo de carne vacuna en el mundo debe disminuir drásticamente.

En 2020 se consumieron en el mundo unos 59 millones de toneladas de carne vacuna. Considerando que ese año vivían en nuestro planeta unas 7.700 millones de personas, en promedio, se consumieron 7.8 kg de carne vacuna por habitante.

Como en otros consumos, la distribución es bien desigual. Países productores, como Argentina (máximo consumidor del mundo) y Uruguay, tienen consumos que rondan los 50 kg por habitante y por año.

Y los países de altos ingresos también tienen consumos muy por encima del promedio: Estados Unidos y Australia rondan los 40 kg y en Europa el promedio está por encima de los 20 kilos por habitante y por año. En comparación, el promedio en África es de 5,81 kg y en Asia es de 4.19 kg.

La recomendación

El reporte propone, para reducir drásticamente las emisiones asociadas a la producción de ganado vacuno, que cada persona consuma como máximo el equivalente a 2 hamburguesas por semana en carne vacuna y derivados. 
Eso equivale a unos 220 gramos de carne, lo que pesa una costeleta no muy gruesa. Un asado (en el que asumimos que cada comensal come poco menos que medio kilo de “carne”) completaría nuestra “ración” por algo más que dos semanas.

En esas condiciones, cada persona consumiría unos 11.4 kg por año de carne vacuna.

Las estadísticas muestran a Argentina como el país con mayor consumo de carne vacuana per cápita en el mundo
Las estadísticas muestran a Argentina como el país con mayor consumo de carne vacuana per cápita en el mundo

Argentina tendría un saldo exportable muy superior al actual, asumiendo que la producción se mantuviese constante, pero debería desarrollar nuevos mercados o expandir la oferta en los existentes. Es difícil imaginar que los excedentes cárnicos exportados servirían para aumentar el consumo de proteínas de calidad en países pobres.

La misma asimetría que se registra en los consumos mundiales se observa en la distribución del consumo de carne vacuna en Argentina, que depende fuertemente de los ingresos. Con la agudización de la pobreza y de la distribución del ingreso, comerse un “asadito” cada dos semanas parecerá una pesadilla para algunos y un sueño para otros, según desde que extremo de la escala de ingresos se prenda el fuego.

Las otras recomendaciones

Del análisis de los 40 parámetros críticos que considera el informe, además de la ya enunciada sobre los consumos de carne, se plantean una serie de recomendaciones adicionales sobre la naturaleza y velocidad que debe alcanzar la implementación de otras medidas, todas ellas urgentes.

  • Eliminar la generación de energía a base de carbón seis veces más rápido que hasta ahora, lo que equivale a retirar 925 plantas de carbón por año. 
  • Reducir la cantidad de dióxido de carbono emitido por tonelada de cemento producido diez veces más rápido que en los últimos tiempos.
  • Ampliar los sistemas de transporte público, incluidos subtes, trenes livianos y redes de colectivos en las ciudades con mayores emisiones del mundo seis veces más rápido.
  • Reducir la tasa anual de deforestación 2,5 veces más rápido, lo que equivale a evitar la deforestación en un área aproximadamente equivalente a lo que se está perdiendo cada año en el Amazonas.
  • Eliminar el financiamiento público para los combustibles fósiles cinco veces más rápido que hasta ahora, lo que equivaldría a reducir los subsidios en un promedio de 69 mil millones de dólares por año. 

En la COP 25 (2020) se acordó que los países ricos destinarían una cantidad similar (100.000 millones) para que los países de menos recursos dispongan de fondos para afrontar el cambio climático. Hasta ahora, casi nada de esos fondos se han entregado.

El informe, elaborado por Systems Change Lab, una coalición de organizaciones de analistas y fundaciones sin fines de lucro, identificó algunos puntos positivos. 
Por ejemplo, la generación de energía solar aumentó casi un 50% entre 2019 y 2021; los vehículos eléctricos representaron casi uno de cada 10 automóviles de pasajeros vendidos en 2021, el doble que el año anterior.

Y, como concepto sobresaliente, señala: “Tenemos más información que nunca antes sobre la gravedad de la emergencia climática y sobre lo que hay que hacer para mitigarla”.

Pero no puede dejar de concluir que, a pesar de conocer más y mejor las causas y acciones necesarias para remediar la situación, los acuerdos conseguidos hasta el presente son, a todas luces, insuficientes para desacelerar y mitigar los efectos del calentamiento.