En las últimas horas, la publicación de un artículo en The Guardian -uno de los medios británicos más prestigiosos- movió el avispero en relación al tema Malvinas. Ya desde el título, el periodista Simon Jenkins sienta claramente su postura: "La soberanía británica sobre las Malvinas es una absurda resaca imperial que debe terminar". El texto agrega que "a cuarenta años de la guerra en el Atlántico Sur, el sentido común exige un arreglo negociado con Argentina".

En su artículo, Jenkins hace una historización de las negociaciones que se llevaron adelante desde la vereda británica previo a 1982. Destaca el trabajo del diplomático David Scott que logró en 1971 abrir en las islas el "acceso a turistas, hospitales, escuelas y comercio", y que en ese momento "la intención de ambas partes era normalizar gradualmente las relaciones antes de llegar a un acuerdo más formal". Luego, según relata el texto, el ministro subalterno Ted Rowlands trabajó con los isleños y en 1977 "los convenció de que se necesitaba algún compromiso, como una concesión de soberanía a Argentina a cambio de un arrendamiento de 99 años o más a Gran Bretaña". Pero en 1979 el gobierno laborista cayó y llegó al poder Margaret Thatcher.

Un funcionario del gobierno de la Dama de Hierro intentó continuar con las negociaciones en marcha "pero se encontró con la resistencia del feroz lobby pro-isleño en el parlamento". Jenkins cuenta que "Thatcher no se opuso a la transferencia de soberanía, pero insistió en que no se hiciera nada sin el consentimiento de los isleños". El consentimiento para avanzar en negociaciones nunca llegó.

En Buenos Aires, la dictadura militar soñaba con repetir lo que había hecho India con Goa, colonia portuguesa que terminó anexando luego de ocuparla. La nota de The Guardian revela que eso estaba planificado para junio, pero que antes de eso un hecho fortuito cambió todo: un grupo de comerciantes chatarreros había sido contratado para desmantelar una estación ballenera en las islas Georgias del Sur, cercanas a Malvinas. Los británicos confundieron esos barcos con la vanguardia de una invasión argentina, y detuvo a los trabajadores. La Junta Militar que gobernaba de facto la Argentina respondió y la entrada a Malvinas se adelantó.

"Temiendo una respuesta británica, Buenos Aires apostó por una invasión total. Si hubiera aguantado hasta junio, es muy poco probable que Gran Bretaña se hubiera arriesgado a una guerra de invierno", asegura el artículo de The Guardian.

Para Jenkins, "en ningún momento de esta saga hubo alguna señal desde Londres de que Gran Bretaña estuviera desesperada por aferrarse a las Malvinas", ya que según su mirada la disputa tenía un alto costo y arruinaba las relaciones diplomáticas con los países de América del Sur. Por eso, calificó como una "maldición" esa suerte de poder de veto que Margaret Thatcher les otorgó a los ciudadanos británicos que habitaban las islas.

Simon Jenkins, el periodista que escribió el artículo para The Guardian.
Simon Jenkins, el periodista que escribió el artículo para The Guardian.

Cuestión de números

El texto critica el excesivo poder que se les da a la autodeterminación de los isleños. Y alega, principalmente, razones económicas. "La guerra le costó a Gran Bretaña alrededor de 2800 millones de libras esterlinas (9500 millones de libras esterlinas en valor actual) y la defensa de las islas cuesta más de 60 millones de libras esterlinas al año", repasa Jenkins, y añade que "en 2012 se estimó que los contribuyentes británicos pagaron más de 20 mil libras esterlinas por isleño solo para defensa" y que uno de cada tres trabaja para el gobierno. Además, considera que las relaciones de las islas con el estado-nación "son débiles" y que los isleños "dependen totalmente de Gran Bretaña".

Jenkins propone avanzar en un arrendamiento a largo plazo, como aquel que proponían algunos funcionarios ingleses antes de la guerra. "La solución de arrendamiento buscada por Rowlands, Ridley y otros honra la geografía, la historia, la diplomacia y la economía. Es sentido común. Más de 60 millones de libras esterlinas al año en defensa militar para las islas no lo es", argumenta. En esa dirección, concluye que "si los políticos de Londres no tienen las agallas para buscar un trato con Buenos Aires, quizás los isleños deberían enfrentar el futuro y buscar uno para ellos".