legar a Santa Cruz de la Sierra es una experiencia desconcertante. En el aeropuerto nos cruzamos con hombres engominados con trajes de tres piezas, familias menonitas de pelo rojizo, mujeres a las que alguna costumbre local parece obligar –cuando alcanzan cierto nivel de vida– a pasar por el bisturí de algún cirujano plástico y choferes de taxi que buscan clientes (que suelen tener la piel menos oscura que la suya). Luego, en dirección a la ciudad, sobre una línea recta interminable, descubrimos el calor intenso, las planicies áridas, las carretas que se ven superadas por grandes 4×4 y las concesionarias de cosechadoras-procesadoras último modelo, expuestas como vehículos de lujo, que nos recuerdan de dónde proviene la riqueza de la región. Bordeamos barrios periféricos miserables a los que les siguen residencias de lujo con piletas en el techo y gimnasios en la planta baja. Antes de llegar, finalmente, al centro antiguo de la ciudad, con su encanto colonial.

Emplazada en las llanuras orientales de Bolivia, Santa Cruz de la Sierra es la capital del Departamento de Santa Cruz, el más grande y más poblado del país. Con una superficie superior a la de Alemania, cubre un tercio del territorio boliviano y cuenta con más de dos millones de habitantes, instalados en su gran mayoría en la capital. La presencia de hidrocarburos en el subsuelo y un potente y dinámico sector agroindustrial hicieron de este Departamento, que representa el 30% del Producto Interno Bruto (PIB), el orgulloso “pulmón económico del país”.

El “gobierno moral cruceño”

Durante un viaje anterior, en diciembre de 2018, habíamos conocido a Natalia Ibañez en el avión que nos había recibido luego amablemente en su ciudad. “Santa Cruz es la ciudad más moderna de Bolivia. ¿Vio todos esos condominios?”, nos preguntaba en aquel momento en referencia a las urbanizaciones privadas y custodiadas que pululan en la zona. “Es normal, nosotros, en Santa Cruz, sabemos invertir el dinero; sabemos hacer que dé frutos. No como esos indios que entierran el suyo en ofrenda a su ‘Pachamama’”, nos comentaba. En ese entonces, Ibañez sólo deseaba una cosa: apartar del poder al presidente Evo Morales, ese “indio iletrado”.

Casi un año más tarde, Ibañez nos da cita en Divine, un “nails bar” (literalmente “bar de uñas”) flamantemente nuevo, todo de mármol y vidrio. Las empleadas, numerosas, tienen camisas blancas cortas, zapatos con plataforma y lentes de contacto color azul, que las hacen parecerse a las cantantes intercambiables que desfilan por las pantallas colgadas de las paredes que reproducen el canal MTV. Las clientas del salón, por su parte, se empeñan en hablar entre ellas sólo en inglés (hasta que la falta de vocabulario las obliga a volver al español). Es que el non plus ultra, aquí, consiste en parecerse a los estadounidenses. Así, en el aeropuerto, muchos habitantes de la ciudad dotados de la doble nacionalidad boliviana y estadounidense prefieren hacer una larga cola en migraciones para utilizar su pasaporte estadounidense antes que pasar por una fila mucho más rápida con su documento boliviano. Mientras se seca el esmalte, Ibañez nos transmite su dicha al ver su deseo cumplido. No sin cierto orgullo. Fue su primo quien “liberó a Bolivia del infierno de la dictadura”: Luis Fernando Camacho, abogado millonario de unos cuarenta años enérgicos –y que, según la información divulgada por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ) en abril de 2016, creó tres sociedades offshore con sede en Panamá, para su propio beneficio y el de varios particulares y empresas bolivianas que pudieron disimular y blanquear su dinero y establecer planes de evasión fiscal–…

En efecto, durante el mes de noviembre de 2019, un golpe de Estado apoyado por la policía y los militares derrocó a Morales, quien se encuentra desde entonces en el exilio (1). El episodio fue precedido por un paro general de veintiún días, tras los discutidos resultados de la elección presidencial de octubre de 2019, que le dieron al Presidente saliente un ajustado triunfo en la primera vuelta. Durante todo este período, el Comité Pro Santa Cruz, presidido por Camacho, se empeñó en avivar las llamas de la ira. La organización contaría, según su administrador Diego Castel, con “el mayor poder de movilización del país”. Camacho, actual candidato a la elección presidencial (inicialmente prevista para el 3 de mayo de 2020, pero postergada al 6 de septiembre debido a la pandemia de COVID-19), convocó en ese momento a una movilización en la estatua monumental del Cristo Redentor, uno de los puntos neurálgicos de la ciudad, para comunicar sus consignas para continuar con las movilizaciones. “El 80% del derrocamiento del ‘indio’, fue gracias a Santa Cruz, desde el punto de vista económico y logístico”, concluye Ibañez. Con el “indio” se refiere al Presidente derrocado, Evo Morales. Otra cruceña, con quien nos encontraremos más tarde, lo confirmará: Sirce Miranda refiere haber visto, todas las tardes, a su compañero y a varios miembros del Comité Pro Santa Cruz, recorrer los diferentes piquetes de la ciudad para “recompensar” a los manifestantes por movilizarse, con dinero y arroz. Impactada por lo que observó, decidió separarse de su concubino.

El Comité Pro Santa Cruz, ubicado en el centro de la ciudad, en la calle Canada Strongest, tiene su sede en un hermoso edificio colonial con un gran patio arbolado en el que flota la bandera verde y blanca de Santa Cruz. Es “el gobierno moral de los cruceños”, nos explica Castel. ¿Cuál es su rol? “Defender los intereses de Santa Cruz ante el Estado”. Aunque está compuesto por cerca de trescientas organizaciones de la “sociedad civil”, el Comité Pro Santa Cruz es, desde su fundación en 1950, una institución de elite, firmemente sostenida por la oligarquía local. Para ser candidato a la presidencia del Comité, hay que estar apadrinado por empresarios influyentes y realizar una campaña que “cuesta cara”, explica Herland Vaca Diez Busch, presidente de la institución entre 2011 y 2013.

Además, otro de los requisitos que se deben cumplir es “haber nacido y vivir en Santa Cruz desde hace más de quince años”, completa Castel. Antes de agregar: “¡Nos adaptamos al mundo moderno! Hasta hace poco, también había que ser hijo de padres cruceños”. “Hijo”, porque, lo que se olvida de decirnos es que la influencia del “mundo moderno” no llegó a permitir que las mujeres lleguen a presidir el poderoso Comité de esta ciudad conservadora. Aunque alberga una “sección femenina”, es totalmente periférica y se limita a las relaciones sociales. Durante nuestra visita a los locales del Comité, nos cruzamos justamente con una de las figuras de la “sección femenina”: María Carmen Morales de Prado, afectuosamente conocida como “Negrita”, cuya fiesta de cumpleaños número sesenta hizo las delicias de las páginas de espectáculos de las revistas de la ciudad. Nos explica que “el Comité es un trampolín para entrar al mundo de la política”. En efecto, la mayoría de los dirigentes políticos de Santa Cruz se formó en la escuela del Comité, uno de sus ex presidentes está en su sexto período al mando de la ciudad, mientras que otro cursa su tercero al mando de la provincia. Nos cuenta con emoción los intensos últimos meses que pasó junto a los jóvenes del Comité, “dispuestos a todo para lograr el triunfo de la democracia”. Estos jóvenes, que la llaman afectuosamente “tía”, forman la Unión Juvenil Cruceñista. El apasionado compromiso con la “recuperación de la democracia” de este “competente equipo del Comité” suele conducir a sus miembros a la cárcel por ejercicio de la violencia.

La Unión Juvenil Cruceñista dispone de instalaciones en la sede del Comité. Sus militantes se encuentran al fondo del pasillo, en el primer piso, sumergidos en un aire acondicionado glacial y sobre un piso cubierto de colillas. Son cerca de 300, menores de treinta años, blancos; suelen ser estudiantes y provienen de las clases medias y altas (aunque los miembros de las clases populares son cada vez más numerosos). Aquí, nadie se niega a hacer el saludo fascista, con el brazo extendido, durante las reuniones: la Unión Juvenil Cruceñista, considerada como un grupo paramilitar por la Federación Internacional de los Derechos Humanos, fue fundada en 1957 por Carlos Valverde Barbery, dirigente de la Falange Socialista Boliviana, creada veinte años antes según el modelo de las brigadas franquistas en España. Ser falangista sigue siendo una condición para unirse a la Unión Juvenil Cruceñista, como lo confirmará más tarde Gary Prado Araúz, abogado ante la ciudad. En un documental que narra la historia de la organización (2), Valverde Barbery explica: “La Unión Juvenil Cruceñista fue creada para ser el ‘brazo armado’ del Comité, se encarga no sólo de la lucha en las calles sino también del adoctrinamiento popular y del apoyo militar al Comité”. Fue en el seno de esta Unión donde Camacho dio sus primeros pasos, antes de convertirse, en el año 2002, en el vicepresidente más joven, con sólo 23 años.

La vida en armonía

En su clínica privada, sentado detrás de un escritorio lleno de fotos de sus hijos y nietos y cubierto de libros antiguos sobre la historia de la región, Vaca Diez Busch nos explica que es uno de los fundadores e ideólogos del Movimiento Nación Camba de Liberación (MNCL). Según este movimiento, nos dice con orgullo, entre una bandera verde y blanca de Santa Cruz y una Virgen posada sobre un estante junto al escudo de la ciudad, Bolivia es “una suerte de Tíbet sudamericano, compuesto por los grupos étnicos atrasados y miserables Aymara y Quechua, donde reina una cultura del conflicto, pre republicana, no liberal, sindicalista y conservadora, y cuyo centro burocrático [La Paz] practica un execrable centralismo de Estado colonial que explota a sus ‘colonias internas’, se apropia de nuestros excedentes económicos y nos impone la cultura del subdesarrollo, su cultura”. Entonces, por un lado, están los cambas, habitantes del Oriente del país, en su mayoría blancos y “occidentalizados”; y por el otro, los collas, término que estigmatiza a los “indígenas” andinos del Oeste del país.

“Santa Cruz no le debe nada a Bolivia –continúa–. Cuando nací, en 1948, esta ciudad no era más que un pueblo, no había ni una calle asfaltada, tenía apenas 40.000 habitantes. ¡Miren ahora cuánta prosperidad! ¡Y hoy somos más de un millón y medio! Estábamos abandonados por el Estado central, que prefería ayudar a los Departamentos mineros. Nosotros, los cruceños, reclamábamos más ayuda, pero como el Estado no nos la brindaba, hicimos las cosas nosotros mismos: nuestro propio sistema de agua, de telecomunicaciones y de electricidad. Estamos orgullosos de todo esto”. Y agrega: “Todo lo que se hizo en Santa Cruz, fue con el sudor de nuestra frente”. Que el Estado boliviano haya construido las infraestructuras de Santa Cruz, como sus rutas o sus gasoductos, y que haya invertido masivamente para el desarrollo de la agroindustria en la región, sector del que obtiene lo esencial de su riqueza, parece tener poca importancia a ojos de nuestro interlocutor.

Preocupado por que brindemos una representación justa de la región, de su cultura y de sus valores, Vaca Diez Busch nos propone que lo acompañemos con su hermano Tulio a pasar el fin de semana a Concepción, una pequeña ciudad de la provincia situada a trescientos kilómetros al noreste de Santa Cruz. Los dos hermanos nos llevan en un BMW y se muestran muy entusiasmados con la idea de hacernos descubrir “su Santa Cruz”, a la que se sienten profundamente apegados. “Los collas son una raza especial, ¿se entiende? Son vagos e ignorantes. Esperan que les lleguen las ayudas. Nunca tomaron la iniciativa. Yo, siempre hice lo necesario para que mis hijos no se junten con los pobres para que no se conviertan en vagos. Quiero que se bañen en el olor del dinero para que le tomen el gusto. Que aprendan de las personas que tuvieron éxito y que trabajan, porque la riqueza atrae a la riqueza”.

Tras haber alabado las lujosas características de su auto alemán, el doctor continúa: “Nosotros, en Santa Cruz, habríamos podido tener un desarrollo mucho mayor, pero el ‘indio’ [Evo Morales] nos lo impidió. Las personas del Oeste, como él, nacieron odiándonos. Por eso nos frenaron. Con los derechos sociales, las ayudas públicas y compañía, destruyeron nuestras empresas. Basta con que tengas en tu empresa a tres mujeres que se embarazan al mismo tiempo para tener que cerrar. ¿Sabías que tenemos que pagarles un bono por amamantar que se suma al doble aguinaldo para todos los empleados de la empresa? Ese es el riesgo de hacer que las mujeres trabajen…”.

A mitad de camino, pasamos por la ciudad de San Julián, salida de la tierra hace treinta años, la mayor parte de sus 48.000 habitantes son colonos, campesinos indios que migraron del interior del país. “Esta jungla”, como la llaman los dos hermanos, es “un ejemplo de la invasión colla”, de la cual los cruceños son “víctimas”. “Estos salvajes nos tiran piedras cuando cruzamos el pueblo en auto. Además de habernos invadido, nos golpean y a veces nos matan. Hay que separarse de estos locos”, explican estos partidarios de la autonomía de la región. Mientras atravesamos el lugar sin inconvenientes y nos cruzamos con varias mujeres peinadas con trenzas y vestidas con amplias polleras tradicionales del Altiplano, el hermano del médico comenta: “No tienen nada que hacer acá, no están adaptados al medio. Por ejemplo, los animales, en invierno, tienen más pelos; eso es adaptarse a su medio. Ellos tienen calor, transpiran y tienen mal olor”. Sin lugar a dudas, estas indias no responden a los cánones de belleza cruceños que encarnan las “magníficas”, estas modelos de piel clara y con siluetas esbeltas que, cada mes de septiembre, posan en paños menores entre las cosechadoras-procesadoras rutilantes y los bovinos inflados con hormonas de la Feria Exposición de Santa Cruz (Fexpocruz), una verdadera institución en la región.

Seguimos viajando en medio de inmensos campos de soja y de maíz mientras escuchamos las melodiosas voces de Aldo Peña y Gina Gil, cantantes populares cambas, que interpretan sus temas más conocidos: “La cruceñidad”, “Pena cruceña” o “¡Viva Santa Cruz!”. Pero, ¿qué es exactamente la “cruceñidad”? La pregunta sumerge a los dos hermanos en la perplejidad. Piensan largamente sus respuestas, a la manera de la cruceña Gabriela Oviedo, Miss Bolivia 2003, que, cuando le preguntaron sobre su país durante el concurso de Miss Universo, respondió: “Lamentablemente, las personas que no conocen Bolivia piensan que somos todos indios. La Paz remite a esa imagen, con sus pobres bajitos, sus pueblos autóctonos. Yo vengo de la otra mitad del país, de la parte Este, donde no hace frío sino mucho calor, donde somos altos y blancos, donde sabemos inglés. El prejuicio de que Bolivia no es más que un país andino es falso”. Tras algunos minutos de reflexión, Vaca Diez Busch responde a nuestra pregunta citando de memoria un fragmento de… Mein Kampf. Pensando que entendimos mal, le preguntamos: “¿El libro de Adolf Hitler?”. “Por supuesto –nos contesta–, ¡es un clásico! ¿lo conocés?”.

Llevamos más de tres horas de viaje. Los paisajes son ahora más montañosos y exuberantes. Atravesamos pequeños pueblos con casas coloniales bastante bajas y con salientes cubiertas, alineadas a ambos lados de las calles de tierra. Nos cruzamos en el camino con varias Harley Davidson que cabalgan, con el pelo al viento, hombres blancos y adiposos cuyas carnes desbordan de sus camisas de cowboy, y que dejan atrás a las pequeñas motos llenas de barro de las familias de piel más oscura. Los dos hermanos están entusiasmados con el regreso a la atmósfera de su juventud, una parte de su familia es originaria de la región. Tulio Vaca Diez Busch recuerda con nostalgia: “Eh, gordo [el sobrenombre de su hermano], ¿te acordás cuando le pegaron a un indio ahí en la calle, cuando lo tiraron de la bicicleta?”.

Por fin llegamos a San Javier, donde nos esperan unos compañeros “autonomistas” reunidos para colocar un mojón (una estaca de madera de 2,20 metros de altura y de 20 centímetros de ancho) en la plaza principal de San Javier, delante de la municipalidad. El organizador del evento, Joe Nuñez Klinsky, un empresario cruceño de bigote colorado, nos explica, animado por una sincera y entusiasta convicción, que “el objetivo de esta acción ciudadana es dejar marcas de la corriente autonomista en cada ciudad del país, para acompañar así el proceso que debe llevar a una Constitución Federal en Bolivia, el primer paso hacia la autonomía de Santa Cruz”. Asisten al evento alrededor de cincuenta personas, la mayoría son hombres de unos sesenta años, en jeans y camisa, con mocasines o botas camperas, sombreros en la cabeza, porta cuchillos en la cintura, Ray-Ban en sus narices y grandes relojes de oro en sus muñecas. Después de su discurso, Vaca Diez Busch –que no desperdició la ocasión de referirse a su tío Germán Busch Becerra, hijo de un médico alemán que se hizo famoso por sus proezas durante la Guerra de Chaco que enfrentó a Bolivia con Paraguay entre 1932 y 1935 y que se proclamó Presidente del país en 1937– tira de la bandera cruceña verde y blanca que recubre el mojón, bajo los aplausos de la asamblea. El grupo entona entonces el himno cruceño con la mano en el corazón y agitando las banderas verdes y blancas de la región. La mayoría de estas personas, que conforman la elite cruceña, tienen tierras por aquí. Cuando les decimos “es sorprendente, ¡casi todos tienen los ojos azules como yo!”, responden: “Mi padre o mi abuelo eran europeos” y agregan “hay muchos descendientes de alemanes por acá”.

Cuando termina la ceremonia, volvemos a la ruta en dirección a Concepción, hacia la hacienda de un tercer hermano, multimillonario (“¡y te hablo en dólares!”, precisa Tulio Vaca Diez Busch), propietario de concesiones de madera y de caña de azúcar, así como de criaderos bovinos, como la mayoría de los grandes terratenientes de los alrededores. Una vez que llegamos a la plaza principal de este hermoso pueblo colonial que aparece en todas las guías de turismo, nuestro compañero de ruta señala que no es su única atracción. “Aquí nació un gran hombre”, nos cuenta. Se trata del general Hugo Banzer Suárez, que fue Presidente de la República en dos oportunidades: la primera vez entre 1971 y 1978, tras un golpe de Estado, cuando se implementó un régimen militar, cuyo consejero especial en materia de técnicas de represión era el oficial nazi Klaus Barbie; y luego, entre 1997 y el año 2001, ocasión en la que fue elegido democráticamente. Comemos en un restaurante de la plaza, se guardan las sobras en una bolsa de plástico para dárselas después al “indio” que cuida la hacienda del hermano multimillonario. Con respecto a su acto de generosidad, Vaca Diez Busch explica: “Las personas que tenían el poder en La Paz nos odian, porque siempre supimos trabajar en armonía con nuestros indios”. Sin embargo, esta convivencia fraternal no resultará evidente al día siguiente, por la mañana, cuando asistimos a la misa dominical de la misión jesuita de Concepción. De un lado, están los bancos ocupados por los patrones blancos con rasgos europeos, cuyos hijos miran dibujos animados de Disney en el iPhone de sus padres; del otro, los peones indios, cuyos hijos envidian a sus pequeños camaradas. En cuanto al sacerdote, empieza así: “Nos encontramos todos, mis muy queridos hermanos y mis muy queridas hermanas, unidos aquí para que el salvaje Evo Morales no vuelva más”.

El orden de las cosas

Una vez reunidos los tres hermanos, partimos rumbo a la hacienda Berlín, a veinte kilómetros de allí. Es una propiedad de 1.200 hectáreas, donde nos espera su propietario, Oscar Mario Justiniano, en su imponente casa colonial rodeada por una ancha pérgola. No estamos solos: unos quince hombres, que ya estaban presentes en la ceremonia autonomista, acaban de llegar. Este mundillo evoluciona en conjunto desde la infancia: eran los compañeros de clase de Justiniano y Tulio Vaca Diez Busch, cuando estos últimos concurrían al colegio La Salle de Santa Cruz. Este establecimiento privado y religioso, frecuentado por los hijos de la elite local, es “el mejor de la ciudad, porque es el que cuesta más caro”, me explica uno de ellos, antes de agregar: “Supieron hacer rendir el dinero, invirtieron, entre otras cosas, en la madera y la ganadería”.

Hay un cordero y dos cerdos en el asador, el personal de Justiniano nos trae bebidas frescas, el ambiente es de fiesta. Durante la comida, nos explican: “Francia es un gran país, porque tienen un gran ejército, y también armamento nuclear. Eso es ser un país desarrollado, tener capacidad militar”. Uno de sus camaradas reacciona: “Santa Cruz es tan grande como Francia y tiene muchas riquezas. Imaginen si pudiéramos tener el ejército de Francia: podríamos luchar contra la invasión de estos bárbaros para terminar con los indios”. Una vez terminada la comida, algunos se tiran en las hamacas para digerir los kilos de carne ingerida, otros toman cerveza. Nos enteramos entonces de que todo este mundillo celebra cada año, el 9 de octubre, el asesinato del Che Guevara, ocurrido en el Departamento de Santa Cruz, con el deseo de que todos los comunistas corran el mismo destino funesto.

Porque el comunismo, es el impuesto. De este modo, bajo la presidencia de Morales, los cruceños habrían sido víctimas de una suerte de “extorsión”, como nos explica Pablo Mendieta Ossio, director del Centro de Economía de la Cámara de la Industria, del Comercio, de los Servicios y del Turismo de Santa Cruz: “El problema no es tanto la tasa impositiva, nuestros impuestos son muy bajos en Bolivia, sino los controles, que se intensificaron durante los últimos años, y multiplican las posibilidades de errores por parte de los servicios fiscales y, por consiguiente, las multas. Entonces, las empresas acumularon deudas fiscales que representan sumas muy importantes, cuyo reembolso las pondría en situaciones delicadas”. Desde la llegada al poder del general Banzer Suárez, se había instaurado en Bolivia una tradición de la amnistía fiscal (perdón tributario): cuando un nuevo Presidente era elegido, anulaba las deudas fiscales de las elites. Sin embargo, cuando tomó el mando del país, Morales derogó la costumbre, de manera que muchas grandes fortunas tienen hoy deudas fiscales de varios millones de dólares. Pero el gobierno de facto de Jeanine Áñez, instaurado tras el golpe de Estado de noviembre de 2019, está decidido a restablecer el orden de las cosas y a “poner fin a la extorsión aplicada por el gobierno precedente”, como declaró su ministro de Economía, José Luis Parada. Por ese motivo, estudia actualmente una nueva ley de amnistía, a pesar de las críticas según las cuales semejantes decisiones legislativas no podrían ser llevadas a cabo por un gobierno de transición.

Hoy es día de culto. Un desfile de 4×4 acaba de estacionarse delante de la Iglesia cristiana de la familia y deja pocas dudas sobre la prosperidad de sus fieles. En un inmenso patio donde todos esperan la hora de la celebración, se conversa en un ambiente amigable, donde todos se conocen, mujeres con tacos aguja, hombres musculosos con camisas ajustadas de marca o jóvenes con jeans y zapatillas de última moda. Una vez que entramos al gran salón, la celebración comienza con música. Acompañado por un baterista, un bajista, tres guitarristas y un tecladista, un cantante entona canciones cristianas cantadas también por el resto de la asistencia. Las letras desfilan sobre fondos de amaneceres, de llamas o de cielos estrellados en dos pantallas gigantes colgadas de la pared mientras que un técnico hace bailar las luces de colores al ritmo de la música. Rápidamente, el tono del cantante-animador, que recobra fuerzas gracias a algunos tragos de Red Bull ingeridos entre las canciones, se hace aun más encantador. Entonces, la asistencia levanta los brazos y canta más fuerte, se arrodilla, llora, cierra los ojos. Es en ese momento cuando entra en escena el pastor, de unos cuarenta años, vestido como sus fieles “a la moda”, con un iPad bajo el brazo, en el cual va a leer su sermón. Cuando la ceremonia termina, el pastor invita a los fieles a “agradecerle a Dios” y agrega: “Todo el mundo debe donar, aunque no tenga demasiado dinero. Porque para mostrarle a Dios que lo adoramos, hay que hacer cosas que nos cuestan”. Un estuche de guitarra depositado sobre el escenario se llena entonces rápidamente de billetes. Animado por la fe, el pastor hace la promoción de su Iglesia en su página de Facebook, donde anuncia la llegada de estrellas para dar conciertos de rock cristiano “alucinantes”. Entre dos montajes fotográficos de jóvenes mujeres de la Iglesia con la leyenda “Aquí, las chicas son hermosas, ¡únanse!”, encontramos también imágenes del pastor en compañía de Camacho, quien, “gracias a la fuerza de Dios, nos libró sobrenaturalmente del Mal”.

1. Renaud Lambert, “Un golpe de Estado demasiado fácil”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, diciembre de 2019.

2. “Historia de la Unión Juvenil Cruceñista”, video disponible en YouTube.

Por Maëlle Mariette (periodista). Traducción: Julia Zaparart / Fuente: Le Monde Diplomatique