Según una versión, el que tenía problemas era el rey.

Otros decían que era su hija, la princesa.

Y hasta había quienes aseguraban que el que la estaba pasando realmente mal, era el zar.

Los amigos que me lo contaron no coincidían tampoco en el autor de la historia. Y el rango de las diferencias iban desde Rusia con León Tolstoi hasta Cabana con la Tere Andruetto.

No se ponían de acuerdo ni en los títulos que oscilaban entre “El hombre feliz que no tenía camisa”,  “La camisa del hombre feliz" y “El zar y la camisa”.

Pero, en fin y por fin, todos coincidían en la camisa… en la ausencia de camisa.

Porque el remedio para curar al rey, a su hija la princesa, o al zar, era colocarle sobre sus hombros la camisa de un hombre feliz.

Y el problema resultó, en todas las versiones y autores, que el único hombre feliz que encontraron… no tenía camisa…

Mientras transcurríamos de la confusión inicial a la coincidencia final, le pregunté a mi amigo si creía que tales relatos podrían ser ciertos.

Sí, me respondió

Y cuando le hice una alusión directa a su condición de peronista, ergo de descamisado, sonrío y cuando yo recordaba que Osvaldo Soriano en su novela, y Leonardo Favio en el cine, había hecho decir a Gatica, “yo nunca me metí en política, siempre fui peronista,”, agregó.

“Creo que si…”