Argentina cayó de pie. Jugando su mejor partido de la competencia, pero también mostrando sus límites como estructura futbolística. Puede jugar bien, regular o mal, pero en cualquier situación o circunstancia, es un equipo que siempre da una sensación de permanente fragilidad. Encima al frente estuvo Brasil, hoy casi errático con la pelota, pero implacable en los lugares donde se definen los partidos.

Los dirigidos por Scaloni no sufrieron el partido, pero si el resultado. También la jerarquía de Dani Alves y Jesús. Logró cortar los circuitos del local. Le disputó la tenencia del balón. Si algún espectador neutral, no conocía ni la historia de los procesos, ni la estadística de uno y otro, díficilmente hubiera imaginado quien era quien en Belo Horizonte.

Hasta Messi dijo presente en la noche del Mineirao. Se reveló, buscó y fue protagonista. Asistió al Kun Agüero y estrelló un remate en el palo de Allison. Antes, el propio delantero del Manchester City, había cabeceado al travesaño. No hay caso, no pueden ni el 10, ni Argentina con Brasil, en ese país.

Siempre el local solucionó sus problemas con la mejor medicina. Los goles. Una jugada monumental de Alves, en el primer tiempo, abrió el marcador. El engaño puesto al servicio de la efectividad: Paredes no es un volante de corte y se notó, por el sector de Tagliáfico cualquier rival encontrará lo que busque. Allí están los límites de un fútbol argentino que no tiene respuestas. Ni estructurales, ni individuales.

Ni siquiera el VAR rescató al equipo, ni al árbitro ecuatoriano Zambrano.

Que nadie se llame a engaño, ni se escude en una buena actuación. Hoy Argentina no solo está lejos de Brasil. Hoy el fútbol argentino no pertenece a la élite del fútbol mundial.

Quizás una victoria hubiera sido perjudicial para el estado de forma de nuestra selección. Hay un periodismo de resultados que infecta todo tipo de análisis. La Copa América pasó para Argentina, mostrando una realidad que duele. Más que la derrota frente al rival de siempre. El dolor de ya no ser.