Hace ya un tiempo que el fútbol argentino convive con sus sombras. Lo acechan, lo acompañan y no le ofrecen ni un segundo de paz. Nos hemos ganado un lugar preponderante en el ridículo permanente.

Nunca antes, una selección ha quedado tan expuesta en su falta de todo. Ya hablar de un proyecto, con semejante contexto, es ingresar en una dimensión desconocida.

Ni siquiera un comienzo favorable, con gol incluído frente a Qatar, le ofrece un gramo de confianza y certezas. Hay una vocación suicida de querer encontrar soluciones mágicas a problemas de fondo. Agüero y Martínez tienen que jugar con Messi. Volvió Saravia e ingresó Foyth en la última línea. De Paul arrancó por la derecha y Lo Celso tiene una mochila que no puede disimular.

La Selección Argentina no necesita ganar un partido, requiere que alguién se haga cargo del momento. Afuera y adentro de la cancha. No se puede deambular sin rumbo, rifando prestigio. Las preguntas se multiplican, pensando en el futuro: ¿alguién cree que se puede defender con semenjantes actores?

El comportamiento defensivo de un equipo se analiza desde dos planos. Como achica espacios la estructura y el rendimiento individual de quienes conforman la última línea. El próximo organizador de la Copa del Mundo con muy poco, le generó una angustia permanente. El retroceso de los dirigidos por Scaloni , si se permite el término, es de un equipo amateur.

Si hasta Messi pasa desapercibido y parece un común de los mortales. Hay una contaminación generalizada, que también afecta al 10. La quietud es moneda corriente, nadie cambia el ritmo ni le ofrece al poseedor del balón, una opción de pase con sorpresa.

Algo mejoró el rendimiento  en la segunda mitad. De Paul y Paredes se hicieron cargo de la pelota, Agüero tomó mayor protagonismo, y el ingreso de Dybala, oxigenó al ataque con su movilidad.

Una jugada personal del Kun, terminó con la angustia de la indefinición del encuentro, frente al rival de turno. Díficilmente la Selección tenga en frente otro equipo como Qatar. Su verdadero desafío, en realidad es otro. Poder librarse de ese enemigo interno, que lo acecha constantemente, su propia sombra