Hoy se recuerda que hace 41 años Argentina dejaba definitivamente de ser "campeón moral" en fútbol. Hasta ese entonces, durante muchas décadas, siempre se presentaba alguna excusa, siempre faltaba algo para que el fútbol de nuestro país dejara de ser una insinuación nunca concretada.

Fue un 25 de junio de 1978, en un estadio de River Plate abarrotado de público. Argentina le ganó 3 a 1 a Holanda en tiempo suplementario, con una notable participación de Mario Kempes, el cordobés de Bel Ville, autor de dos goles y factor decisivo en otras gestas previas ocurridas en el mismo campeonato.

"El Matador", por entonces jugador de Valencia, abrió el marcador y encendió la ilusión del primer título. Tras la igualdad de Nanninga, a poco del final del tiempo reglamentario y ya en los 30 minutos adicionales, reapareció en el área como sólo él sabía hacerlo. Como una topadora se llevó todo por delante para terminar su segunda obra con la punta del botín. El festejo alocado fue el preludio del éxtasis, que llegó poco después cuando Daniel Bertoni hizo el tercer gol, el que ya ponía el trofeo en la mano de todos.

Kempes fue un elemento determinante para que la selección argentina se consagrara campeón por primera vez a nivel ecuménico. Tuvo una segunda ronda impecable. haciendo goles y evitando los de su adversario, como fue ante Polonia, cuando voló como un arquero para sacar la pelota de un ángulo. "El Pato" Fillol hizo el resto: le atajó el penal a Deyna y el 2 a 0 sirvió para seguir el camino hacia la corona.

Esa consagración no fue casual. Se generó a partir del primer proceso "en serio" que produjo el fútbol en todos sus estratos. La lideró César Luis Menotti, quien miró más allá de las fronteras bonaerenses y abasteció de regionalismos el lenguaje del fútbol porteño. Junto a Kempes fueron titulares Luis Galván y Osvaldo Ardiles, cracks identificados desde siempre con Talleres e Instituto, aunque "El Pitón" ya estuviera jugando en Huracán de Parque Patricios.

En el banco de suplentes estuvieron José Daniel Valencia y Miguel Oviedo, otros grandes jugadores, parte esencial de la estructura brillante de aquel Talleres de los 70. Quedó afuera Humberto Bravo, "El Tigre", santiagueño como Galván, su contracara, ya que su misión fue la de romper redes mientras aquel, con solvencia y sin brusquedades, los evitaba.

Ese fue el notable aporte cordobés para ser por fin campeón, luego de tantos intentos vanos y de ilusiones extinguidas.