En otras circunstancias, mucho antes de esta pandemia, expresaba que si estábamos en condiciones de conducir procesos complejos, en el sentido de enfrentar muchas variables, podía ser algo beneficioso. Apuntaba que las situaciones inesperadas pueden ser buenas o malas según si estábamos preparados con las suficientes herramientas y con la apertura mental para aprovecharlas. Visto de esta manera, la complejidad de la situación global se nos presenta no ya como un infortunio sin remedio sino como un racimo de oportunidades.

Lo primero que hizo esta crisis sanitaria fue mostrarnos el contexto. Particularmente, en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) se puso un reflector sobre las cosas buenas: la posibilidad de adaptarse a un “cisne negro” como el que apareció en 2020. Y, por otro lado, nos mostró las tremendas desigualdades que intuíamos, pero que las trajo a la superficie de manera dramática. Desigualdades no sólo sanitarias y de recursos económicos, sino también educativas, geográficas y culturales.

Se podría decir que antes de la pandemia transitábamos una lenta mejoría en el modelo tradicional de universidad. Ahora no sólo la UNC, el país y el mundo avanzaron un lustro -al menos- en la utilización de los recursos científicos y tecnológicos que teníamos antes la pandemia y no los usábamos.

De golpe, esas herramientas nos servirán para conducirnos en esa autopista de complejidades. Y el objetivo es acompañar a la sociedad en estas transformaciones, que van a seguir siendo inciertas y cambiantes.

¿De qué depende que podamos cambiar estas cosas? En los hechos, todos los sectores tenemos que buscar disminuir la brecha tecnológica y la falta de conectividad. El Estado nacional tiene una gran responsabilidad en esto. Tenemos que pensar en el derecho a la conectividad como un derecho equivalente al derecho al agua.

Aunque también nosotros, las universidades públicas, tenemos que menguar este déficit con nuestros docentes, administrativos y estudiantes, no sólo con los recursos técnicos y económicos, que se sumará al enorme esfuerzo que han hecho –y seguirán haciendo- todos para adaptarnos a esta nueva realidad y sacarle el mejor provecho.

Universalización de la educación superior

Si la pandemia nos trajo oportunidades en medio de tanta calamidad, la posibilidad de universalizar los conocimientos de educación superior es una de ellas. Antes nos contentábamos con apenas una muestra de lo que era la educación superior de calidad: enseñar a más de 100 mil alumnos de un barrio acomodado de la ciudad de Córdoba. Ahora la meta es llegar a millones de trabajadores y trabajadoras y personas que no pueden acceder a la universidad por las distancias geográficas, horarias y culturales. El nuevo modelo de universidad pública tiene que ser abierta a toda la Argentina y Latinoamérica.

En ese marco es que estamos impulsando la formación profesional de los trabajadores con los créditos académicos, sistema que nos abre la puerta a universidades de América latina y Europa con las cuales poder reconocernos académicamente. Salvo las carreras específicas de Salud, Derecho o las ingenierías civiles, que necesitan una formación reglada, la nueva manera de introducirnos en el sector productivo, no sólo en las fábricas, sino social y políticamente, será a partir de conocimientos y competencias.

Eso es lo que tiene que hacer la universidad en un futuro cercano, en un nuevo enfoque de lo que debe ser la extensión universitaria. En realidad, no deberíamos usar la palabra “extensión” porque la universidad esté en todos lados. La territorialidad ha cambiado. Las universidades públicas tenemos que trabajar como si fuéramos una sola, reconociéndonos trayectos formativos y creando carreras en forma conjunta. Ocupando territorio más allá de nuestras bases físicas, utilizando las universidades populares, los centros de formación profesional de los gobiernos, los sindicatos y las fábricas. Es donde tiene que estar la universidad en las próximas décadas.

Mix virtual y presencial

El mix presencial y virtual llegó para quedarse. Si volviéramos con nuestros estudiantes tradicionales, ahora que hemos vencido esta resistencia a la virtualidad, esto ayudará mucho a la presencialidad. Lo que se conoce como clases invertidas o doblemente invertidas, en las que los estudiantes concurren a las clases presenciales con los materiales de estudio previamente vistos. Esto ya es rutina en países con proyectos educativos avanzados, como Letonia o Vietnam. Y sirve para la vieja escuela universitaria, pero también para los que serán los próximos estudiantes, que serán los trabajadores y trabajadoras que necesitarán reconvertir conocimientos todos los años.

Lo que vendrá

Esta pandemia también logró visibilizar el complejo universitario. Antes, muchos se preguntaban para qué tantos edificios, tantos investigadores. Pues bien, la UNC tiene ahora dos grandes centros vacunatorios contra la Covid-19; desplegamos 4.000 estudiantes voluntarios del área de la Salud a disposición del Ministerio de Salud provincial; nuestros investigadores desarrollaron cosas concretas como la gamaglobulina hiperinmune en el Laboratorio de Hemoderivados por primera vez en América latina; e investigadores desde hace más de 10 años vienen investigando con coronavirus y somos referencia en todo el país.

Finalmente, en el “postcovid” cuando se hable de las pymes, de las vacunas, de las reestructuraciones económicas y sociales, ahí tiene que estar la UNC con sus técnicos y su representatividad social. Las universidades públicas somos las instituciones más reconocidas por la sociedad argentina. Y tenemos la enorme obligación de no decepcionarlos.