Son niños. Algunos recién farfullan palabras. Otros apenas resuelven los problemas que les transmiten en la escuela. Pero antes de doblar la curva que los lleva a la adolescencia ya cuentan con millones de seguidores. Cada una de sus fotos recibe miles de likes y cientos de comentarios. Si optan por videos, tienen aseguradas miles de reproducciones.

Son niños y ni siquiera cuentan con la edad que legalmente se requiere para abrir una cuenta en redes sociales. Pero ya son influencers en todo el sentido de la palabra. O mini influencers, según una indulgente definición que tiende a ocultar la problemática de la situación.

Como tales, son objeto de deseo por parte de empresas que las pueden pagar miles de dólares por su presencia en un evento y hasta cinco ceros por una foto o una producción audiovisual.

Los empresarios más aggiornados comenzaron a advertirlo hace unos años: los usuarios de redes sociales son influenciables por las recomendaciones de personas que gozan de una buena reputación digital. O, más precisamente, que reúnen miles de seguidores.

En definitiva, un influencer es eso: una persona que torna referente, para una comunidad digital, sobre un determinado tema: viajes, ropa, videojuegos, gastronomía. Dicha comunidad confía en su criterio y es permeable a sus recomendaciones.

La reciprocidad del proceso es de sumo interés para las marcas, deseosas de encontrar nuevos modos de marketing en épocas de identidades fugaces, incluso para las marcas, y de profundos cambios en los modos y medios de comunicación.

Exposición y negocio

Especialmente por el desarrollo de la hiperconectividad, en la era digital la existencia se legitima a partir de las redes sociales. El precepto vale para todas las edades. Y para el mercado, no hay límites al respecto.

La información sobre menores que miles de padres comparten en sus cuentas de redes sociales resultó el primero paso. La confirmación de que imágenes y videos de niños son de masivo agrado, el segundo tranco. El último bloque para la construcción de objetos de deseo tiene que ver con el inexorable recambio generacional. Sobre estos ejes se ha construido una enorme estructura que hace de los niños objetos de deseo. Y sujetos de deseo.

En los últimos cinco años se han incrementado exponencialmente las cuentas que muestran o exhiben a niños. Todas son administradas por padres. Varias, no todas, cuentan con criterios profesionales para administrar los contenidos.

En Argentina el caso más conocido es el de Mirko, el hijo del conductor televisivo Alejandro Wiebe, más conocido como Marley. Con poco más de un año, su cuenta de Instagram ya tiene más de 2.6 millones de seguidores, fruto de una larga exposición que lo ha llevado incluso a tapas de revistas. Sus fotos hoy cuentan con auspicios varios.

En Estados Unidos un arquetipo ha sido el de las mellizas Tatum y Oakley Fisher. En un momento de apremio económico, sus padres, actores ambos, decidieron buscar una salida mediante las fotos de las simpáticas niñas. Hoy, con 2.3 millones de seguidores, ya suman cuantiosos ingresos publicitarios. El camino recorrido se profundizará con la llegada de una nueva niña, para quien ya han armado sus perfiles.

Similar historia es la que concibió la madre de las mellizas Mila y Emma Stauffer, cuya cuenta superó los 4 millones de seguidores. La mujer administra la cuenta y los ingresos de las pequeñas. Asegura que el dinero recaudado servirá para costear sus estudios superiores. Hasta entonces, se preocupa por la calidad de las producciones fotográficas de las pequeñas tanto como por su seguridad: según asegura, en distintas ocasiones mucha gente se ha acercado sin mediar palabra.

Siete años tiene Ryan, el vigente rey del mundo YouTube. Su canal, creado en 2014, ha generado 22 millones de dólares de ganancias el pasado año. Allí exhibe juguetes y reseña juegos, alternando con producciones junto a su madre. Tal es su impacto en el resto de los niños que la cadena Walmart diseñó una línea exclusiva de diversiones que lo tiene como imagen y referencia.

Junto a ellos, decenas de niños son presentados como modelos de ropa en redes sociales. Otros tantos han abierto canales de cocina o de humor. Reúnen a miles de seguidores, a los que muestran un universo de objetos que anhelar.

Todos reciben ingresos publicitarios (desde mil dólares por foto, pasando por canjes) que administran sus padres. En algunos países la legislación obliga a las empresas a depositar el dinero en cuentas que los menores podrán gestionar una vez que cumplan la mayoría de edad. Hasta entonces, seguirá sonriendo para las cámaras, con edad para divertirse pero bajo una ética estrictamente comercial.

En otras latitudes

En 2017, una encuesta realizada por la empresa Adecco en España reveló que "ser influencer" era la cuarta actividad que imaginaban los niños menores de 12 años al ser consultados sobre su futuro.

Un año después, en México, el 44% de padres encuestados dijeron avalar la existencia de cuentas de niños en redes sociales "especialmente por razones económicas".

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