Se sabe que la situación económica influye al momento de votar. La frase “Es la economía, estúpido” es un lugar común en los análisis electorales. Sin embargo hay menos certezas sobre cómo ocurre esa influencia.

¿Cuáles son las variables económicas más relevantes al votar? ¿la situación económica influye a partir de indicadores objetivos o de percepciones subjetivas? ¿a qué segmentos sociales afecta más? ¿qué otros aspectos importan más que los económicos?

La dimensión clásica de la teoría del voto económico lo considera un mecanismo que premia a gobiernos con buenos resultados económicos y castiga malos desempeños. Por ejemplo, castigó a la UCR en 1989, premió a Menem en 1995 y al kirchnerismo en 2007. Ya sea que se evalúe una gestión pasada o bien expectativas económicas futuras; o que intervengan percepciones sobre la economía personal o sobre la economía nacional, estas visiones se emplean para aprobar o reprobar resultados económicos de gobiernos.

También hay otras dimensiones de influencia económica electoral. Las opiniones sobre temas de política económica (rol del Estado, redistribución del ingreso, política tributaria) orientan el voto hacia propuestas más cercanas a tales posiciones. La ubicación en la estructura socioeconómica (mayor o menor posesión de bienes materiales) orienta también las preferencias electorales.

De todos modos, cuando la economía influye, lo hace generalmente como un mecanismo de premio-castigo.

El riesgo país, el déficit fiscal, la pobreza e indigencia, el gasto social, la deuda externa o las inversiones, que habitualmente describen un contexto económico en los medios masivos, no aparecen de modo significativo en la consideración de los votantes. Por el contrario, el nivel de actividad económica, el desempleo, el consumo, el poder adquisitivo, el precio del dólar, la inflación, la presión impositiva o el valor de la tasa de interés son indicadores más relevantes para configurar percepciones generales sobre la economía al momento votar.

Sin embargo, estos no afectan de manera homogénea a todas las capas sociales. Los segmentos de más bajo nivel socioeconómico priorizan la estabilidad de ingresos (asignaciones universales o planes sociales) por encima de la inflación, el valor del dólar o el nivel de empleo. Esto se explica por sus hábitos de sustitución de consumos y sus bajas expectativas de empleo regular.

Los segmentos bajos son más sensibles a los niveles de empleo, el acceso al crédito, el nivel de actividad, el poder adquisitivo y la inflación, especialmente en alimentos. Los segmentos medios evalúan más la presión impositiva (sobre individuos o pymes), el precio del dólar y sus regulaciones en la compra-venta, el nivel de actividad, el salario real, la tasa de interés, el nivel de consumo, los planes en cuotas o el acceso a bienes durables. Los segmentos altos priorizan la carga impositiva, los niveles de rentabilidad, el nivel de actividad o el rendimiento de activos.

No hay un único termómetro que sirva para medir el humor económico en los diferentes estratos sociales. Pero si bien cada segmento dispone de su propio termómetro, hay un indicador que genera percepciones transversales a todas las capas sociales: la cotización del dólar. Su volatilidad refiere a situación económica descontrolada y su estabilidad expresa cierto control de la economía. Estas percepciones se generan con independencia de la magnitud de la cotización o de la efectiva disposición a comprar dólares.

Una economía adversa (sea a nivel personal o nacional) puede ser decisiva si el humor social la utiliza para castigar a un gobierno. Pero no siempre la influencia del contexto económico tiene esa relevancia. Otras percepciones sociales o políticas, otros climas, pueden llegar a ser más significativas frente a una elección.

Si bien existe vinculación entre situación o expectativas económicas de la población y sus manifestaciones electorales, esta correlación está lejos de ser unidireccional y estable. No puede explicar de manera excluyente las motivaciones y preferencias electorales.

El conjunto de elementos presentes al momento de votar es abrumadoramente amplio, diverso y cambiante. Además, el acto de votar es esencialmente reduccionista. Si bien emergen patrones de comportamiento, cada individuo procesa de manera muy particular los aspectos económicos y no económicos en cada elección.

La economía suele influir en las elecciones pero las elecciones también pueden hacerlo sobre la situación económica. Por ejemplo, un resultado electoral en las PASO donde el Frente de Todos ganara con suficiente amplitud, podría condicionar de tal modo el rumbo económico inmediato que produciría, a su vez, una influencia mayor en las elecciones de octubre que incluso haga improbable una segunda vuelta.

En síntesis, los análisis sobre la influencia de la economía en los resultados electorales son sumamente complejos y los pronósticos sobre la misma no pueden ser deterministas. Lo que parece probable en estos comicios es que la economía podría terminar teniendo menos importancia de lo que se esperaba hace unos meses y de lo que expresa la amplia variedad de indicadores económicos negativos. Aunque parezca increíble.