Eran aproximadamente las 20 horas del 15 de setiembre de 2018, cuando una camioneta Volvo de última generación literalmente se estampaba contra la parte posterior del acoplado de un camión Mercedes Benz.

El conductor de la camioneta murió en el acto y el camionero y la mujer que viajaba con él fueron internados con traumatismos menores, pero fuera de peligro.

Quien murió de esa manera fue José Manuel de la Sota, cuando se encontraba en pleno proceso de volver a armar una candidatura presidencial, esta vez con la anuencia de un sector del kirchnerismo y del empresariado que lo había apoyado en las últimas dos décadas.

“Puentes” iba a llamarse el programa de televisión que había producido y conducido para que se difundiera por el canal de noticias Crónica TV. Ese ciclo iba a convertirse –según el sueño del autor– en la base del proyecto político con el cual aspiraba a pelear por la presidencia.

El destino quiso que no fuera así y su socio político desde 1998, el actual gobernador Juan Schiaretti, asumió el liderazgo total del peronismo de Córdoba, profundizando su condición de partido provincial.

Un personaje singular

Locuaz, dicharachero, inteligente, culto y profundamente contradictorio. Así era De la Sota. Un miembro de su entorno más próximo hizo una advertencia sobre quien será su jefe político: “No te quedes con el café de la mañana de “El Gallego” porque hasta que llega la noche puede tomar tres más y cambiar siempre de opinión. Incluso tomar el camino opuesto”.

Le pasó de todo. Perdió una elección de intendente de Córdoba y dos de gobernador, pero seguramente nada lo dañó tanto como el fallecimiento de una de sus tres hijas, tema del que casi nunca habló en público.

Haber participado de la Renovación Peronista en los ´80 lo convirtió en un dirigente nacional del justicialismo. Fue candidato a vice de la fórmula que lideraba Antonio Cafiero. Contra todos los pronósticos, ese binomio cayó sin atenuantes frente a Carlos Menem-Eduardo Duhalde.

Después se convirtió en embajador argentino en Brasil, durante el primer tramo de la presidencia de Menem, y algunos años después se retiró dando un portazo. Luego volvió a acercarse al riojano y no hay que olvidarse que auspició la presentación del proyecto re reeleccionista ante el juez federal de Córdoba, Ricardo Bustos Fierro. Ese pedido primero fue aceptado pero luego desbarrancó estrepitosamente. Quien le había puesto la firma al documento había sido Olga Riutort, por entonces la esposa del caudillo justicialista.

El día más importante de su carrera política tal vez fue el 12 de julio de 1999 cuando asumió por primera vez como gobernador. Luego sería reelegido dos veces más, alternando siempre el poder con Schiaretti.

En 1999, El peronismo regresaba al poder provincial, tras la última victoria en 1973, de la mano de Ricardo Obregón Cano.

Ese 12 de julio, el flamante mandatario provincial juró y un par de horas después organizó una fiesta de asunción en el Liceo Militar General Paz, que tuvo ínfulas de una celebración de alguna monarquía europea.

Una alfombra roja le marcaba el camino al grupo de personas que escoltaba al jefe del
Ejecutivo provincial que desandaba sus pasos junto al presidente Menem y detrás un cortejo integrado por familiares y futuros funcionarios.

Un almuerzo pomposo fue el marco de referencia para ese primer día, en el que estuvo
acompañado por unos mil notables de la provincia y el país, entre los que se encontraban empresarios, curas, dirigentes políticos, artistas y profesionales de todo color y pelaje.

El reconocido organizador de eventos Ramón Pico andaba a los saltos organizando las mesas, tratando de que no faltara nada en las mesas, en las que se sirvió un típico menú cordobés, con un plato de cabrito como estrella.

La hora de gobernar

La fiesta pasó y llegó la hora de gobernar en aquel primer mandato. Aplicó su promesa de campaña, que después se convirtió en un infierno para todos los intendentes de Capital: la rebaja del 30 por ciento de los impuestos.

En realidad, hay que recordar que esa promesa lo sacó de pobre: había perdido dos veces la gobernación con Eduardo Angeloz (1987 y 1991) y antes la intendencia de Capital (lo venció Ramón Mestre padre, en 1983).

Con la promesa de la rebaja impositiva, le ganó la elección a Ramón Mestre padre, quien intentaba su segundo mandato.

De su gestión hay que recordar las cientos de escuelas que construyó y una ejemplar e inédita reforma judicial, con el Consejo de la Magistratura en la cúspide. Esto garantizaba prácticamente la total independencia de la Justicia. La provincia se había convertido en un ejemplo para el país.

Sin embargo, el gobernador se asustó de su creación y de un plumazo tiró abajo todo lo que había realizado y declaró la emergencia judicial. Ahí puso los jueces que quisoy los fiscales que quiso y entonces reabrió las puertas del Consejo de la Magistratura, aunque con otro tono. Las sospechas sobrevolaron, lo cual se repitió cuando provocó la reforma
estructural de la provincia con lo que se llamó la ley del Estado Nuevo, que impulsó un ajuste fenomenal. Esa ley se conoció como “ley Bodega”, en alusión al apellido del legislador juecista que la votó, lo que causó pavura generalizada en el mundo de la política.

Reforma constitucional mediante, impulsó cambios importantes como reemplazar las cámaras de diputados y senadores por un sistema unicameral, hasta hoy criticado.

Intentó abrir Córdoba al mundo, hizo eje en la política y le dio mucho juego a sus colaboradores, entre los que se encontraba su esposa, Olga Riutort, a quien los funcionarios (de ministros para abajo) le temían. Existe un mito urbano de una supuesta golpiza propinada a un miembro del gabinete...

Riutort lo niega categóricamente cada vez que se la consulta sobre el punto, pero muy pocos le creen.

Había hombres con poder inusitado, como Domingo Carbonetti, quien ostentaba la chapa de fiscal de Estado. Residía en Bell Ville y esa ciudad resultó muy beneficiada. Por eso se la llamaba “Bellvillaco”, en irónica alusión a Anillaco, el pueblo natal de Menem, que también tuvo un increíble despegue en esos años.

La puesta en marcha de la cuasimoneda llamada Lecor (cada uno de esos papeles llevaba la firma del entonces ministro económico, Esteban Dómina), le trajo algunas soluciones para capear la crisis, pero también sospechas que involucraron a Riutort.

De la Sota hacía gala de sus relaciones con políticos conservadores brasileños y ponía todo el plan de inversiones en manos de Horacio Miró, otro pez de aguas profundas.

Su relación con la Casa Rosada siempre fue más que correcta, incluso cuando
llegó Fernando de la Rúa al poder. Hasta que sucedió lo que se palpitaba: el país entró en un colapso formidable y vivimos una crisis económica y social, tal vez nunca vista antes. Y aquí hay que darle la derecha a De la Sota: mientras el país andaba a los tumbos, a Córdoba no la tapó el agua. Sufrió pero aguantó de pie. Y después no fue tierra arrasada. Pudo recuperarse y eso es, en parte, por mérito suyo.

Después, la gente se lo reconoció en las urnas y volvió a ganar la elección provincial, en 2003. El principal foco opositor se encontraba en la ciudad de Córdoba. Esto porque impulsó a su vicegobernador Germán Kammerath, como candidato a intendente. El conservador, ahora macrista detrás de bambalinas, derrotó a Mario Negri y lideró uno de los más espantosos gobiernos municipales que se recuerden.

En 2003, su candidato a vicegobernador fue Juan Schiaretti, quien se había desempeñado como ministro de Producción. Ganó cómodo, pese a las sospechas de corrupción que nunca llegaron a buen puerto en la Justicia.

De la Sota volvió a ganar en 2011. Con Schiaretti conformaron una sociedad monolítica. El primero fue tres veces gobernador y el segundo va por su tercera gestión.

Preparaba su candidatura presidencial cuando se mató en ese extraño accidente. Fue uno de los dos políticos más importantes de Córdoba en los últimos 50 años. El otro seguramente es Angeloz.

Los cordobeses prácticamente sacaron al dirigente justicialista del cadalso de las derrotas y lo pusieron en un pedestal reservado a las personas que recuerdan con respeto y en algunos casos con admiración. Un accidente inesperado arrancó la vida de un político que ya se sentía maduro para iniciar un nuevo sueño nacional.