La primera vez que Mario Pereyra se cruzó por mi vida fue en el año 1988. Los estudiantes secundarios de Córdoba organizamos una serie de manifestaciones y marchas para conseguir un boleto estudiantil. El día en que los alumnos del Instituto Córdoba nos pusimos a juntar firmas frente a la escuela (cuando el semáforo se ponía en rojo) Mario Pereyra leyó al aire el mensaje de una oyente que decía que habíamos querido prender fuego un auto y dar vuelta otro.

Lo leyó al aire sin chequearlo y sin aclarar nada. Era mentira. Cinco minutos después la gente se había enganchado y Mario dejó que los mensajes y la discusión se agrandaran y se agrandaran.

Más tarde, cuando ya la Policía estaba en la puerta del colegio y nosotros nos habíamos metido adentro con nuestras firmitas, encendimos la radio. En ese momento, él decía que “al parecer” el mensaje de la oyente con el que había hecho un escándalo durante más de una hora “no era exacto”. En segundos se olvidó del asunto y llevó el programa para otro lado.

Tengo 45 años. Mi adolescencia y mi juventud transcurrieron sabiendo que Córdoba tenía dos voces que servían al mismo tiempo de reflejo, esencia y formateo del conservadurismo cordobés. Una era La Voz del Interior y la otra la voz de Mario Pereyra.

Un dato curioso, que pocos saben, es que Mario despreciaba a La Voz del Interior desde que dejó de ser un diario del interior para convertirse en una arista del engranaje del Grupo Clarín. Por su parte, el diario tenía poco cariño hacia Cadena 3, que no se dejaba avasallar por el peso económico y noticioso de la empresa de Magnetto.

Un lugar común del progresismo cordobés es ubicarlos en el mismo lugar, y eso es ignorar la historia. Yo trabajé en La Voz y le debo mucho de lo que soy como periodista, pero no trabajé en Cadena 3. Así y todo, me animo a dar mi mirada sobre ambos medios. La Voz es conservadora, pero tiene el conservadurismo que es la esencia de Córdoba. Ese que pretende sostener un estatus quo de centro para que las cosas no se descontrolen. Algo parecido a lo que eran los demócratas norteamericanos, una especie de conservadurismo lúcido que a veces hasta la hace ser progresista. Es cierto que les da espacio a algunos gurcas de derecha que opinan tonteras para la tribuna, pero en general su perfil es otro, y cuando se corre demasiado a la derecha siente culpa. Inclusive muchos de sus jefes —a veces también sus trabajadores— creen genuinamente que son “democráticos”, “ecuánimes” y “protegen a la República”. Algo parecido a Elisa Carrió.

Cadena 3 en cambio no deambuló entre ninguna de esas culpas moderadas para débiles. La radio fue —por decisión y convicción ideológica de Mario Pereyra— un medio de derecha, porque él era uno de los pocos entre los muchos referentes de la derecha mediática que honestamente aceptaba representar esa ideología.

En Cadena 3 podían convivir el mejor programa informativo de la radio de Córdoba con el mejor conductor (Miguel Clariá en Radio Informe 3) y el cachivache de un movilero inentendible capaz de hacer una transmisión en vivo y a los gritos desde una aerosilla narrando gansadas veraniegas.

Mario Pereyra era de derecha, y no sólo por conveniencia. Lo era, ante todo, por convicción, y allí hay que reconocer cierta (si se quiere) transparencia. La entrevista a Luciano Benjamín Menéndez que tanto se le cuestiona es quizá el ejemplo más patético de un periodismo genuflexo, pero Mario Pereyra era tanto un periodista como un publicista y navegaba en ambas aguas en simultáneo. Buscaba el golpe de efecto con el perfil de aquellas personas que se manejan por la siguiente máxima: “No importa que se hable mal o bien de mí: lo importante es que se hable de mí”.

Diremos que fue condescendiente con el asesino y con el presidente que protagonizó la última debacle argentina, pero cocorito y mal educado con Alberto Fernández. Éso era Mario Pereyra.

Si en los 60 y 70 en la provincia de Córdoba pesó un perfil progresista donde tenían peso las luchas estudiantiles y sindicales que habían llamado incluso a las cúpulas de las organizaciones armadas a instalarse en la provincia, en los 80 —tras la aniquilación encarada por el genocida Menéndez— todo cambió y tomó fuerza el perfil conservador y temeroso de todo cambio que vivimos hasta hoy. Ese conservadurismo es el que encontró eco en los dos más grandes comunicadores de los últimos años. Mario Pereyra y Rony Vargas (no es casual que la sala de prensa de la Policía, tan discutida en estos días, lleve el nombre del segundo). La radio (LV3) siempre se basó en “la información oficial” y muchas de sus coberturas fueron más acciones de prensa que trabajos periodísticos. Algo que, por lo demás, pasa en todos los medios (públicos y privados) que con cierta hipocresía aseguran investigar, cuando en realidad sólo cuentan y cobran.

Si algo hay que rescatar del empresario Mario Pereyra es su apuesta a construir e influir en el país desde Córdoba y con identidad cordobesa (por más que haya sido baluarte de un cordobesismo del que muchos nos avergonzarnos). Por eso le molestó la pérdida de La Voz del Interior cuando pasó a manos porteñas.

Mucho del rencor de otras empresas periodísticas a Mario Pereyra se basa en el éxito de Cadena 3 —y la manera de presionar sin pudores al que no pautara en la radio—. La “torta” de plata en Córdoba es poca y depende mucho de los gobiernos. Cadena 3 históricamente se quedó con gran parte de ese dinero.

Aquella apuesta a lo local y lo popular le hizo trascender lo local y popular. Y el placer por lo local y lo popular le hizo más tarde apostar a un diario (que también era del grupo Clarín) como Día a Día, sólo porque buscaba compartir su impronta local y su público popular. Gracias a Mario Pereyra ese diario, que estaba destinado a vender unos diez mil ejemplares, llegó a superar la barrera de los 60 mil. El logo de Día a Día era casi un resumen del programa Juntos que Pereyra condujo por décadas: “Más fotos, más color”, decía la publicidad, dejando en un lugar muy poco importante a la información.

Hacia 1990, cuando Carlos Menem privatizó canales y radios, Mario y Rony tuvieron un amigo que les sopló que era momento de un gran negocio. En pocos meses se pasaron de LV3 a LV2 y, según muchos, eso sirvió para vaciar la radio LV3. A la hora de la licitación —y como no alcanzaba la plata— conformaron una sociedad con Gustavo Defilippi, ex dueño del Banco Denario, uno de los “empresarios exitosos” detrás de la patria financiera surgida tras la dictadura.

Defilippi actualmente posee distintos fondos de financiamiento y fideicomisos donde impulsa empresas agrícolas y tecnológicas. “Juntos”, ganaron la licitación de Radiodifusora del Centro, LV3. Así nació el germen de La Cadena.

Tuve dos reuniones con Pereyra. Las solicité yo, y él generosamente me las concedió. La primera fue cuando le llevé el proyecto de un programa de radio sobre relatos policiales. Le hice llegar dos programas de una hora cada uno, convencido de que no iba a darles bolilla. Me hizo llamar a las dos semanas y me dio una cita. Fui a la sede de la radio convencido de que iba a conocer al enemigo preparado para algún aleccionamiento paternalista y dispuesto a replicarlo si fuera necesario. Quería confirmar que lo odiaba y salir airoso teniendo mi estúpida razón.

Me atendió con respeto, me invitó a su oficina, me dio una clase de generosidad demostrándome que había escuchado los dos programas con atención. Me dio varios consejos valiosos, elogió mi trabajo, me batió él el café, me habló de mi carrera, de mi primer libro (que había leído y sorteado haciendo que fuera un éxito editorial sin pedirme nada a cambio) y me felicitó. Al final, me dijo:

—Esto no es para Cadena 3 querido. El público de esta radio quiere otra cosa.

Le pregunté qué me recomendaba que hiciera y se sonrió. Tenía los dientes blanquísimos.

—A mí lo tuyo me encanta, yo lo escucharía los domingos. Me encantaría tenerlo de diez a once de la mañana, pero en mi radio no se va a poder porque la gente no quiere mi radio para detenerse y pensar. El tuyo es un producto para Radio Universidad o Radio Nacional. En Radio Nacional andaría muy bien.

Hablamos de cine y me contó que él escuchaba radio todo el día pero que, si le dieran a elegir, le gustaría tener más tiempo para escuchar música clásica. Salí feliz hasta que unas cuadras más adelante me enojé. No estaba preparado para encontrarme con un buen tipo. Me di cuenta de que no iba a poder seguir hablando de Mario sin recordar ese encuentro.

Con los años escribí mi segundo libro y volví a verlo. Otra vez me fui con la misma sensación, pero en esa oportunidad sentí, además, que él realmente creía en la meritocracia y el emprendedurismo. Me dio a entender que lo importante era seguir, hacer e ir para adelante porque el “reconocimiento” (como el que él tenía) nunca satisfacía lo suficiente. En esa línea pueden hablar muchos colegas. Las anécdotas personales del Pereyra generoso son miles y son ciertas.

Aquella segunda vez me dijo que en los próximos cinco días él iba a hablar del libro todos los días. “Vos contrólame, vas a ver que te cumplo”. Además me aseguró que iba a sortearlos y cuando le pregunté si le debía algo por eso, fue tajante: “De ninguna manera”. Además me contó algunos chismes de la radio y me dijo que de todos los que se habían ido, le dolía haber perdido a dos de sus lugartenientes.

—Pensé que les iba a ir mejor, pero les está costando— comentó, y me pareció ver una sonrisa de satisfacción debajo de la mueca.

En esa ocasión, además de la confirmación de que era agradable estar con él, me quedó la idea de que era un poco cínico el hecho de que alguien así, sensible para el arte, hiciera el producto que sacaba al aire. Lo cierto es que el objetivo de Pereyra no fue hacer una radio para mejorar a la sociedad, sino una radio popular donde, como supo explicar magistralmente el periodista Sebastián Lacunza: “se habla sencillo, se elude premeditadamente todo tinte intelectual y suenan el abrumador cuarteto y el cancionero melódico”. También según Lacunza, la virtud de Cadena 3 es que no procuró imitar formatos de Buenos Aires ni buscó famosos para llenar ese espacio.

Los famosos de Mario eran cordobeses: Rony, Blanquita, Miguel y Orlando no tenían glamour porteño. Eran “negros nuestros” y, aunque no estaba claro si era cierto, estaban obligados a amar a la Mona Giménez.

Lamento la muerte de Pereyra. Yo, que no creo en lo que él hizo y creo que profundizó muchas de las cosas que me hacen avergonzarme de mi provincia, creo que fue exitoso y más sincero que muchos de los que piensan como él. En un punto eso me emociona, y me da ternura que haya trabajado hasta el día antes de ser internado.

Por otro lado, no puedo evitar vincular la muerte de Pereyra con la muerte de José Manuel De la Sota hace dos años y con el final del gobierno de Juan Schiaretti, ahora en medio de una crisis política.

Los empresarios, políticos, periodistas, comunicadores y actores sociales que han sido “dueños” de Córdoba en los últimos 30 años parecen empezar a despedirse. Ninguno ha tenido posibilidades —ni deseos— de nombrar herederos, porque nadie quiere ceder poder. Se van tipos que marcaron la Córdoba en la que crecimos y depende de nosotros construir una Córdoba diferente.

La tentación de algunos es repetir fórmulas, apropiarse de herencias, hacer lo mismo que nos trajo hasta aquí. Buscar replicar “ese éxito”. Otros, en cambio, deseamos construir una provincia mejor en la que el cordobesismo sea mirarse de manera crítica y no vanagloriarse de las propias miserias.

Mario Pereyra. Desde acá, mis respetos. Gracias por las cosas buenas y la distancia de siempre con sus posturas ideológicas. Y adiós.