A casi 20 años de la invasión estadounidense a Afganistán, pocas cosas cambiaron. O, más bien, nada cambió de la manera en que lo había propuesto el gobierno de los Estados Unidos, en aquel entonces comandado por George W. Bush. Sus sucesores, Barack Obama, Donald Trump y actualmente Joe Biden, se fueron convenciendo de lo inútil de la empresa. A pesar de la popularidad inicial, la guerra fue perdiendo apoyo interno a medida que los muertos eran mayores, y los resultados positivos inexistentes. Las denuncias sobre la brutalidad y los crímenes de guerra cometidos por los soldados estadounidenses, tanto en Afganistán como en Irak, tampoco ayudaron mucho al respecto. Este año, tras dos décadas de presencia militar, Biden anunció que sus soldados se retirarán del país. Los talibanes aprovecharon rápidamente esta situación para, tras apenas dos semanas de una resistencia prácticamente nula, volver a gobernar el país.

Los talibanes comenzaron a aparecer en la zona fronteriza del norte de Pakistán y suroeste de Afganistán a principios de 1990. En aquel entonces, aseguraban combatir la corrupción, mejorar la seguridad de la población, y terminar con la delincuencia. Por aquellos años, las tropas soviéticas se retiraban de Afganistán, pero la cruenta guerra civil continuaba. En un escenario de caos, el Talibán prometía orden y paz. Extendieron su influencia velozmente y comenzaron a implementar medidas de castigo con justificación en la ley islámica: ejecuciones públicas de asesinos y adúlteros convictos o amputaciones a ladrones. Gobernaron el país entre 1996 y 2001: a los hombres se les exigió que dejaran crecer sus barbas y a las mujeres utilizar burka para cubrir sus caras y cuerpos. Al mismo tiempo, prohibieron la música, el cine, la televisión, y que las niñas mayores de 10 años asistieran a establecimientos educativos. Amplios sectores de la sociedad afgana los apoyaron, incluso muchas mujeres, debido a la protección que aseguraban.

El Talibán, a pesar de lo que mostraba la comunicación estadounidense, nunca “se fue”. Se mantuvieron, prácticamente sin excepción, a la defensiva, hasta el año 2014. Entonces, la mayoría de las fuerzas militares extranjeras se retiraron del país, dejando al gobierno afgano con poco o nulo apoyo militar en la lucha contra los talibanes. Volvieron a ganar terreno, y para el 2018, de acuerdo con la mayoría de los expertos, ya controlaban, por lo menos, el 70% del terreno. El avance se aceleró durante 2020 y especialmente los últimos meses. Los combates siguieron siendo extremadamente cruentos y los muertos se cuentan de a miles. A su vez, los refugiados y las familias que deben escapar de las ciudades a causa de los enfrentamientos conforman un número aún mayor. Tan sólo en los últimos cuatro meses, se llevan contabilizados 2566 civiles asesinados a causa del conflicto interno.

Ya Trump, en febrero de 2020, firmó un acuerdo con los talibanes para “llevar la paz” a Afganistán. El entonces presidente había asegurado que era “hora de traer a nuestra gente de regreso a casa”. Como parte del acuerdo, Estados Unidos había prometido retirar las sanciones contra el Talibán, al mismo tiempo que liberó a 5000 talibanes en los meses posteriores a la firma del acuerdo. A su vez, tanto Washington como sus aliados de la OTAN acordaron retirar todas las tropas, a cambio de que los talibanes se comprometieran a evitar que al-Qaeda o grupos extremistas operen en sus zonas de control. Las negociaciones se dieron directamente entre Washington y el Talibán, sin la participación del ya ex gobierno afgano, que, por supuesto, no se encontraba en la misma sintonía. Desde la retirada de tropas estadounidenses, a los talibanes les tomó apenas dos semanas para derrocar al gobierno afgano y regresar al poder.

Lo cierto es que todos los imperios fracasaron al intentar incursionar en territorio afgano. Primero los británicos, quienes no lograron sus objetivos luego de tres guerras (1839-1842, 1878-1880, y 1919), posteriormente los soviéticos, que se vieron forzados a retirarse tras una guerra que comenzó en 1978 y terminó en 1992 -considerado como “el Vietnam soviético”-, y ahora, los estadounidenses. Suele decirse, no sin falta de razón, que sólo Alejandro Magno fue “exitoso” a la hora de llevar adelante una “conquista” en el país. Fue su campaña militar más difícil, entre el año 330 a.C. y el 328 a.C. Finalmente optó por medios diferentes a los militares: se casó con una princesa local, Roxana, e instó a sus generales que contraigan matrimonio con las mujeres afganas. La intrincada geografía del país, por un lado, y, especialmente, lo aguerrido de sus combatientes, han hecho imposible un avance extranjero con resultados positivos.

Los chinos parecen resueltos a intentar un acercamiento por medios diferentes a los militares. China comparte 76 kilómetros de frontera con Afganistán y le interesa que toda su zona de influencia se encuentre lo más estable posible. A principios de este mes, el ministro de Asuntos Exteriores chino, Wand Yi, recibió en Beijing a una delegación talibán del más alto nivel, encabezada por el ahora presidente, el mulá Abdul Ghani Baradar. De esta manera, el gobierno del gigante asiático busca romper el cerco diplomático impuesto sobre el Talibán. Al igual que en el acuerdo con Washington, los talibanes han prometido a Beijing que evitarán todo tipo de operaciones de grupos terroristas en los territorios que controlan. A su vez, China se aseguró que la milicia afgana no apoye al Movimiento Islámico de Turquestán Oriental (ETIM), un grupo radical uigur acusado por China de cometer actos terroristas en la región de Xinjiang. Los talibanes, que también se reunieron con autoridades rusas e iraníes, buscan, además, inversiones extranjeras para iniciar la reconstrucción de Afganistán, algo que China es capaz de proporcionar.

A estas alturas, es un lugar más que común decir que Afganistán es el país donde los imperios van a morir. Sin embargo, no por trillado esta afirmación es menos correcta. Trump, a pesar de haber sido quien llegó a un acuerdo con el talibán a comienzos de 2020, le exigió la renuncia a Biden por haber retirado las tropas y permitido la llegada de los guerrilleros al gobierno afgano. En este contexto, las autoridades chinas entienden que es el momento justo para llenar el espacio que tanto EE. UU. como la OTAN dejan vacante en uno de sus vecinos. Tras veinte largos años, finalmente, los talibanes retornaron al poder de Afganistán, ellos, aseguran, son más moderados que hace dos décadas, y están dispuestos a mostrase de manera diferentes de cara a la comunidad internacional. El tiempo dirá si el talibán logra llevar estabilidad a un país que no la tiene hace décadas. Por lo pronto, todo indica que se vienen años convulsos en Afganistán.