¿A quién le importan las elecciones en Estados Unidos? Pensé mientras terminaba un café que desde hace tiempo intento que me salga parecido al espresso macchiato de Sturbucks. Entonces respiré profundo y me puse a preparar “popcorn” para acompañar la Coca Cola (de litro) que había dejado en la heladera (nevera). “A nadie le importa”, me contesté aprovechando que CNN transmitía en vivo desde Cleveland, Ohio y los candidatos aún no llegaban. Por suerte, tuve tiempo de ponerme las zapatillas Nike y me senté frente a la tele lamentando que la cuarentena me haya impedido viajar a Córdoba a comprarme una hamburguesa en Mc Donalds.

Donald Trump —74 años, saco negro, corbata azul con rayas rojas, piel quemada a fuerza de cámara solar, labios beboteros y un extraño cabello rubio— tardó menos de cinco minutos en acusar a Joe Biden de “socialista y senil” cuando hablaban de economía. Un rato más tarde Biden —78 años, camisa blanca, corbata negra a rayas, escarapela, piel blanca, frente y orejas grandes con cara de hombre mayor) llamó “payaso” al actual presidente.

Lo importante para seguir las elecciones presidenciales de Estados Unidos es entender que en el país del show todo es un show y el proceso que empezó ayer —con el primero de tres debates presidenciales— puede vivirse y quizá sólo pueda entenderse bien cuando se lo observa como una final de la NBA o el Super Bowl (la final del Fútbol Americano).

Desde 1845 la elección para presidente en EE.UU se produce el primer martes de noviembre y este año será el 03/11. Dentro de apenas 35 días. Como desde hace décadas esa elección está precedida de tres debates y ayer se produjo el primero de ellos. Según las encuestas Biden llegó con una ventaja importante de entre siete y diez puntos sobre Trump que, por su parte mantiene una intención de voto que rondaría el 43 por ciento. El número no le permite a Biden relajarse ya que hace apenas un mes la diferencia entre ambos era de 12 puntos.

A diferencia de los debates argentinos, el debate norteamericano habilita las discusiones reales entre los candidatos y los cruces de opiniones mediante interrupciones. Esa dinámica le permitió a Biden llamar a Trump “racista cachorro de Putin (el presidente ruso)” y a Trump asegurar que su oponente es “incoherente, está senil” y no es “lo suficientemente inteligente”.

Noventa minutos exactos. Seis segmentos de 15 minutos cada uno con preguntas destinadas a diferentes temas pusieron en evidencia dos estrategias bien definidas. Trump, necesitaba afianzar su imagen de “político diferente” que necesitan sus seguidores republicanos y los votantes independientes que lo llevaron al poder. Por otro lado, necesitaba sacar de su eje a Biden a quien durante toda la campaña ha tratado de viejo, senil y tartamudo. Trump logró lo primero, pero no pudo sacar de las casillas a Biden y quizá se le haya ido la mano con sus provocaciones constantes.

En el caso de Biden, al ex vicepresidente de Obama le bastaba con sostener su entereza ante los ataques y no quedar como una persona que puede ser avasallada por Trump. Logró ambas cosas.

Los ejes del debate fueron: la Corte Suprema (una jueza feminista murió hace semanas y Trump se ha propuesto reemplazarla por una conservadora, mientras Biden cree que esa es una decisión que le corresponde al próximo presidente); la Crisis Económica (Trump dice que Biden va “a cerrar la economía” y Biden dice que el mal manejo de la pandemia condenó a la economía); el Covid 19 (Biden responsabiliza a Trump de que en su país se hayan producido el 20 por ciento de las muertes por Covid que se produjeron en el mundo y Trump dice que “fueron los chinos” quienes enviaron el virus alimentando el fanatismo pro norteamericano); la situación racial (Biden resaltó el apoyo del Ku Klux Klan a Trump y viejas afirmaciones anti mexicanas, mientras que el presidente acusa a Biden de haber sido “parte del sistema político por 47 años” y nunca haber hecho nada contra el racismo); los impuestos (una investigación demostró que Trump pagó apenas 780 dólares de impuestos en todo 2019 cuando una maestra paga un promedio de 2100 dólares) y, finalmente, el voto por correo (que este año superaría el 25 por ciento del total de votantes) en el que Trump directamente se animó a poner en dudas el resultado de la elección del próximo 3 de noviembre sugiriendo que el resultado puede ser fraudulento.

El punto más incómodo del debate fue cuando Biden hablaba de su hijo Joseph veterano de guerra mirando a la cámara cuestionando la manera en que Trump se ha referido a los veteranos: “Mi hijo estuvo en Irak por un año, él no era un perdedor”, dijo. Parecía “el momento” de Biden en el debate, pero Trump le metió una sancadilla y le dijo: “No conozco a Joseph, pero sí conozco a Hunter (otro de sus hijos de Biden) a quien echaron de las fuerzas armadas en forma deshonrosa y no tuvo ningún empleo hasta que comenzó a hacer fortuna en Ucrania, en China y en Moscú”, haciendo referencia a supuestas operaciones económicas ilegales que los partidarios de Trump adjudican al hijo de Biden.

Por un momento pareció que eso sacaba de las casillas a Biden (fue allí cuando llamó Payaso a Trump), pero aunque parecía muy incómodo salió del momento mirando a la cámara diciendo que su hijo (ahora Hunter) tuvo problemas con las drogas y él (como padre) estaba muy orgulloso de que hubiera superado ese inconveniente.

En un país donde desde hace años baja el nivel de votantes (en las últimas elecciones apenas si votó el 50 por ciento de la población) el show se hace imprescindible para movilizar al electorado. Para eso también sirven los debates y no tanto para “mostrarse democráticos” como dicen algunos. Lo de ayer no tuvo mucho de diálogo y se pareció más a un diálogo de sordos.

El segundo será el 15 de octubre en Miami, Florida. Allí estaremos.