Primera línea: revelar desde qué lugar escribo.
No soy usuario de las apps de delivery, nunca solicité un Rappi, un Glovo, un Uber Eats ni un Pedidos Ya desde que mutó a esta modalidad. Sí la utilicé hace un par de años cuando solo servía para hacer un pedido a un restorán cercano y este se encargaba de hacer el envío. 

Segunda idea: una certeza.
Estos chicos y chicas están en todo el mundo, una persona muy cercana estuvo unas semanas en Australia aprendiendo inglés y durante esos días trabajó para una app lo cual le permitió costearse sus gastos diarios.
En todos lados los ves portando la indumentaria y el logo de una multinacional que cobra su comisión e inmediatamente traslada ese ingreso a su sede central ubicada en algún país donde el sistema tributario le permitirá no pagar impuestos por ese ingreso.
Ok, tengo 50 años, mi viejo trabajó 35 años en Fiat, yo me tuve que reconvertir cada lustro (más o menos) para seguir activo en el mercado y para los más jóvenes estas serán anécdotas antediluvianas.

Tercera anotación: el algoritmo.
A pesar de estar “vestidos” con la marca de la app, estos chicos y chicas no tienen ninguna relación estable con la empresa. Solo cobran si trabajan y son carne de algoritmo. Es decir, el sistema los puntúa y rankea de acuerdo a su disponibilidad y eficacia en su tarea del pedaleo veloz. Si se toman unos días para descansar o rendir un examen el algoritmo les suelta la mano, caen en el ranking y al regresar les asigna muy pocas entregas por jornada, con lo cual deben estar disponibles más tiempo para redondear un ingreso diario que mediamente les sirva. Ni hablar de seguros, aportes ni cobertura. 

Cuarta consideración: la duda.
El año pasado estando en Buenos Aires y disfrutando de una sobremesa, una colega confesaba ser usuaria frecuente de las apps y del conflicto consigo misma que esto le representaba, consciente de la precariedad en la cual trabajan los chicos y las chicas de las bicicletas, llegó a planteárselo abiertamente a la muchachita que una noche le arrimó las empanadas hasta su edificio. El diálogo fue más o menos el siguiente:
- Mirá, no sé qué hacer. Sé que el laburo que ustedes hacen es absolutamente informal y no me siento bien cada vez que uso la app.
- Sí, es así, pero seguí usándola porfa, es el laburo que tenemos.

Último garabato: un sueño.
Si vuelvo a nacer en otro siglo solo quisiera ver que hayamos encontrado y puesto en práctica otro modo de organizarnos, un sistema humano antes que económico.