Hace cinco años, la responsabilidad, el compromiso y, sobre todo, el repudio a la violencia machista, fueron el puntapié para que comenzara a forjarse el colectivo Ni Una Menos en Córdoba. 
 
Por esas fechas, los asesinatos de Paola Acosta y el intento de filicidio de su hija, Martina, en el 2014; el de Andrea Castana en Carlos Paz y el de Chiara Páez en el 2015, provocaron la necesidad de visibilizar que a las mujeres nos estaban matando -había un asesinato cada 30 horas en el país- todos los días.
 
Cada una de esas once integrantes que iniciamos ese espacio, desde su lugar, puso su granito de arena para instalar el debate de los femicidios y de violencia de género en la agenda diaria de los medios de comunicación. 
 
Muchas nunca habíamos militado. Otras varias estábamos, y creo que seguimos, hurgando en qué es el feminismo, qué alcances e impactos tiene, discusiones eternas con compañeras e interminables debates internos. 
 
Ese año, el 2015, estuvo atravesado, también, por campañas políticas: era un año electoral. El colectivo aprovechó esa instancia para indagar a los políticos que eran entrevistados en los medios de comunicación, en materia de femicidios y violencias de género y qué propuestas o políticas impulsarían desde sus partidos.
 
En esos inicios se realizaron múltiples actividades: maratones de lectura, jornadas de bordados y tejidos con los nombres de las víctimas, fanzines, sténciles en los sitios donde fueron encontradas sin vida las mujeres de Córdoba, entre otros.
 
No dimensionábamos el alcance de las acciones. Hasta el 3 de junio del 2015 cuando esas once periodistas, artistas y comunicadoras inquietas, convocaron a casi 50 mil personas. Me enorgullece haber sido una de ellas. 
 
No estuvimos solas. El acompañamiento y aval de instituciones, ONGs, partidos, artistas, universidades y otras entidades fueron un gran pilar.
 
Sí, fue avasallante, paralizador, incomprensible esa convocatoria. Pero lejos de detenernos, continuamos, con más fuerza y apoyos. 
 
Hoy, a la distancia, alejada del colectivo pero comprometida como siempre, la movilización interna es cada vez mayor porque la urgencia continúa.
 
Urgencia por parte del Estado, de normativas, presupuesto, educación, capacitaciones, campañas de concientización, contención y asistencia a las víctimas. 
 
La urgencia continúa también en la Justicia, quienes más que nadie deben aplicar la perspectiva de género en sus fallos. 
 
La urgencia continúa en cada una de las mujeres violentadas que anhelan, desean huir, escapar de sus agresores para salvar sus vidas, y no saben cómo. 
 
La urgencia continúa en la crianza de nuestros hijos e hijas, para que sepan amar y respetar en igualdad a quienes los rodean, de niños y de adultos.
 
La urgencia continúa en dejar de mirar para el costado. Un llamado o denuncia anónima puede salvar una vida de una mujer.
 
La urgencia, sí, sigue, para que paren de matarnos. 
 
Si algo aprendimos ese 3 de junio del 2015 es que no estamos solas. Nunca más estaremos solas. Con la visibilización pública y masiva del repudio a la violencia de género se creó una red de conciencia, empatía, solidaridad y sororidad que ha quedado como un mojón inamovible en nuestra sociedad. 
 
Por las victimas, las sobrevivientes, las hijas e hijos que quedaron sin madres, las madres y padres que quedaron sin hijas. Por nuestras abuelas, madres, hijas, tias, sobrinas y amigas, seguimos gritando ¡Ni Una Menos!