Por estos días, el espantoso crimen de Valentino Blas Correas y el intento de policías de plantar un arma y transformar a las víctimas en victimarios, nos obliga a mirar el pasado más ominoso para encontrar las raíces de estas maniobras canallas y totalmente ilegales, de parte de quienes representan al Estado supuestamente protector y respetuoso de las Leyes y sus ciudadanos.

De no mediar imprevistos, el próximo 9 de septiembre, en el Tribunal Oral Federal Nº1 de Córdoba comenzará otro juicio al terrorismo de Estado, las causas Herrera y Diedrichs. La mayoría de los veintidos imputados son militares, policías del ex D2 y un par de civiles que integraban la denominada patota de La Perla. Muchos de ellos ya fueron juzgados y condenados por las atrocidades que cometieron junto al ya fallecido genocida Luciano Benjamín Menéndez, jefe máximo de la cacería en Córdoba y otras nueve provincias.

Entre las víctimas figuran varios militantes Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), los integrantes de la familia Soulier y el estudiante Claudio Luis Román, de la escuela Superior de Comercio Manuel Belgrano. Vale recordar que tras el Navarrazo en febrero de 1974, desembarcó en el histórico Colegio de calle La Rioja un interventor llamado Tránsito Rigatuso , vinculado a la Triple A y al nuevo aparato represivo. Para el año 1975, “celadores raros” ya se movían entre los estudiantes y la confección de listas era sólo el principio de una persecución que se completaría con el secuestro, el crimen y la desaparición de 20 de aquellos jóvenes.

Román cursaba el cuarto año y sus compañeros lo habían elegido delegado del curso. El 27 de julio del ‘76, un grupo de tareas fuertemente armad , se lo llevó de su casa y le dijo a su aterrada madre que no se preocupara, que en tres o cuatro días se lo devolvían. Por supuesto que lo llevaron al campo de concentración de La Perla para torturarlo bestialmente y sacarlo el 10 de agosto, junto a otro joven de apellido Rodriguez, y acribillarlos a balazos a ambos, en un tiroteo fraguado al que llamaban “ventilador”. A los pocos días, a los padres le entregaron en la morgue un féretro cerrado. Cuando lo abrieron, se encontraron con algo aterrador: no había parte del cuerpo que no estuviera lacerada, perforado por las balas, repleto de hematomas y quemado por cigarrillos.

Fue el único estudiante del Belgrano que pudo ser sepultado...Sólo tenía 16 años ...Era Claudito.