Durante tres días, la Ciudad de Córdoba fue anfitriona del IX Congreso Mundial por Derechos de la Infancia y la Adolescencia cuyo lema “Niños, niñas y adolescentes: ciudadanos protagonistas para un mundo más justo” reunió a centenares de personas que asistieron a la convocatoria.

Fue una oportunidad para encontrarnos y mirarnos a los ojos en cada diálogo que despertaba nuestro interés. Lo digo porque la temática abordada por el Congreso nos resulta indispensable y urgente. 

Recorriendo los pasillos, entrando en las salas, utilizando los espacios comunes, una podía ver cómo el entusiasmo se apoderaba de los ánimos, se multiplicaba y crecía a lo largo de las horas. Había mancomunidad, alegría y risas por doquier en los momentos para hacer pausas, así como compromiso en la defensa de las opiniones defendidas y reflexiones no siempre esperanzadoras del futuro de las personas. 

Voy a decir lo que me conmovió en una de esas pausas: encontré una caja de cartón que con una leyenda escrita invitaba a escribirle una líneas a esa niña o niño que fuiste o a quien te gustaría hablarle. ¿Yo, niña? De pronto una foto tomada en una plaza que me retrataba vino a mi memoria. ¡Era yo muchos años atrás! La invité a venir conmigo al Diálogo Magistral que ya comenzaba y sentarse al lado mío para que me dijera al oído qué le provocaba lo que decían las personas adultas. Descubrí con el relato de sus ideas que hacía mucho que no estábamos juntas y que nos extrañábamos. 

Cuando las disertaciones terminaron, me levanté de mi silla y caminé hacia el hall con una sonrisa dibujada en la cara, con un auténtico deseo de mirar con ojos de niña también cada vez que haga falta tomar decisiones como adulta.