Disyuntor proviene del latín disiunctus, que significa “desunido”. En la definición del diccionario, un disyuntor es un dispositivo que corta automáticamente el paso de la corriente eléctrica cuando esta sobrepasa un determinado valor de intensidad. Imaginemos, por unos segundos, que el sistema-mundo capitalista es un gran circuito integrado de la gran sociedad desintegrada de la globalización. Pensemos en el pico del petróleo, es decir, el máximo de producción mundial del crudo, como el valor crítico de intensidad de corriente del circuito. Y por último, supongamos que la Covid-19 está actuando como un disyuntor invisible que corta la corriente en este circuito, que desune a las partes integrantes, que desjunta a los cuerpos de la aldea global.

En esta metáfora eléctrica de un mundo movido por combustibles fósiles, el disyuntor cortó la corriente, se desjuntaron los cuerpos, se apagaron los sistemas de movilidad masiva de usuarios, y solo se mueve lo necesario para poder quedarnos en nuestras casas. Más tarde o más temprano la corriente volverá, y con ella los cuerpos volverán, diferentes, a juntarse. 

¿Pero cómo será el mundo cuando vuelva reconectarse el circuito? La motivación de quien suscribe es concebir las causas de esta pandemia desde una perspectiva integral, global y compleja. Quizá este nanométrico virus fue producto del azar y la ley de Murphy (si es probable que algo pase, es solo cuestión de tiempo, por la ley de grandes números, hasta que pase); quizá es una colosal respuesta espontánea de la biodiversidad del planeta frente a su destrucción por parte de la humanidad; quizá es una reacción holística del ecosistema en términos de respiración (ahora el planeta respira, justo cuando a la humanidad la acecha una infección respiratoria); quizá es la expresión más acabada y distópica del efecto mariposa de nuestro modo de vida en globalización (el aleteo de una mariposa en China puede provocar huracanes en todos los continentes del globo); nadie sabe a ciencia cierta las causas de esta pandemia. Las respuestas son tan complejas como el problema. Y por ello lo cierto es que cabe para este caso la teoría del caos y el paradigma de la complejidad. 

En este sentido, uno de los ejemplos más paradigmáticos de problemas complejos es el del clima. No viene al caso si la mariposa tenía las alas de un murciélago al azar, o si incórporeas corporaciones metieron la cuchara con la larva del murciélago-mariposa en la sopa de Wuhan. No es intención de este artículo entrar en ninguna teoría conspirativa, sino aproximarnos a la idea-fuerza de escenarios futuros probables. Pero lo cierto es que, vamos, como humanidad venimos conspirando contra el planeta hace tantos siglos… La única teoría conspirativa que tal vez cabe interpretar es la de la conspiración del sistema-mundo capitalista contra el medio ambiente. ¿Y entonces, por qué no la veíamos venir?.  

En este clima de pancrisis que no deja esfera en la vida sin transformar, entran justo dos palabras: cambio climático. Sobre el cambio ya no hay dudas. Sobre el clima tenemos mucho que aprender. Sobre el clima rige, como en la física cuántica, el principio de incertidumbre. Y es que el clima es mucho más que la medición de la temperatura. Y es que el verbo “aclimatar” tiene sentido al pensar que un elemento exótico para la humanidad (una planta, otro animal) se acostumbre a condiciones diferentes a las de su medio natural. ¿Y quiénes se aclimatarán a la vuelta de esta fracción de la historia? ¿Quiénes disrumpen permanentemente los frágiles equilibrios dinámicos del ecosistema? ¿Quiénes cambian el clima del planeta? ¿Cómo organizamos nuestros tiempos con los tiempos de otros seres vivos, con los tiempos propios de la Tierra en su magnífica belleza inexpugnable? ¿Cómo prevenimos, sin disyunción de autoritarismo de hipercontrol digital versus perverso cinismo de un asesino serial, el colapso del sistema común-inmunitario?.

Volviendo a la metáfora del circuito integrado alimentado por petróleo y a la teoría del pico de Hubbert, es preciso mencionar que hay quienes dicen que ya alcanzamos y pasamos, hace algunos años, el tan renombrado cénit del crudo (llamativa manera de nombrarlo). Y otros, en cambio, apoyándose en la estrujación de la esponja de la corteza terrestre que representa la explotación  de petróleo y gas no convencional (por método de fracking), aseveran que aún no llegamos al máximo de producción de estas fuentes no renovables de energía, pero que estamos prontos a llegar, años más, años menos. Y entonces, sabiendo que el universo humano rueda con la energía de estos combustibles, y frente a los desafíos que imponen las problemáticas ambientales, ¿cómo pensábamos, quienes trabajamos en sustentabilidad energética ambiental, la transición hacia una era de energías renovables y utópicas comunidades sustentables? Hay quienes imaginaban una transición lenta y progresiva en términos de escenarios BAU (“Business As Usual”: lo de siempre); otros que proyectaban escenarios URE (Uso Racional de la Energía) con políticas extendidas de eficiencia energética; y otros más que trabajábamos con prospectivas intermedias entre ambos extremos de escenarios. ¿Pero alguien se imaginaba que un cambio tan abrupto, como un apagón total, podía no depender de nosotros? ¿Cómo pensar ahora la transición en términos de sustentabilidad? ¿Tienen sentido las perspectivas de la salud versus la economía, lo biológico disjunto de lo social, la medicina alejada de la filosofía, la física como algo aparte (aunque se entienda como base) de la tecnología?.

No es cuestión de entrar en el cliché de crisis-oportunidad. Pero a partir de ahora, nuestra especie voraz deba comprender el sentido de la calma. Quizá vivamos un modo de vida más electrificado, porque lo que no se gasta hoy en combustible para la movilidad masiva, se consume diariamente en luz de millones de hogares a pura pantalla. Quizá la nafta y el diesel, el gas natural y el gaoil sean aún más costosos por leyes de oferta y demanda. ¿Y seguirán siendo “leyes” después de esto? Quizá después de esta “gran mutación”, de esta “reingeniería social”, de esta transición hacia una “nueva era”, vivamos en una sociedad con más electricidad proveniente de energías renovables, con más aplicaciones móviles, pero con menos movilidad. Quizá den un salto inimaginado los mercados de energía solar, eólica, hidroeléctrica ¿Y la energía nuclear? Nadie sabe qué va a pasar. Quizá, quizá, quizá… 

Quizá haya que acostumbrarse a la idea de convivir con la incertidumbre. Nos gobierna la incertidumbre como en toda turbulencia. Y aún así, como dice Prigogine, “no podemos tener la esperanza de predecir el futuro pero podemos influir en él. En la medida en que las predicciones determinísticas no son posibles, es probable que las visiones del futuro y hasta las utopías desempeñen un papel importante en esta construcción.” A veces, la estrategia es tan táctica que una sola idea, una sola acción en el presente puede resonar tan fuerte, de maneras insospechadas, como un mal chiste viralizado, en los escenarios probables del futuro, como el aleteo de una mariposa en una región remota que repercute sin precedentes en todos y cada uno de los rincones del mismísimo planeta. ¿Estamos preparados para entender las consecuencias de cada uno de nuestros actos?.

Agustín Sigal

Investigador asistente del Conicet