En una nota publicada en el diario La Voz del Interior, el ministro de seguridad, Alfonso Mosquera, repitió una de las frases más repetidas por parte de los funcionarios públicos a la hora de “justificar” el crecimiento en las estadísticas delictivas: “no tengo dudas de que las adicciones en general, el consumo de estupefacientes y el consumo abusivo de alcohol son factores decisivos en la comisión de delitos y en la violencia irracional de ejecución de los mismos”, aseguró.  

La afirmación pareció ser una respuesta a una columna que realizamos en el programa de Rebeca Bortoletto, en la que el autor de esta opinión aseguró que, cuando los funcionarios recurrían al consumo de drogas y a la palabra flagelo —como frecuentemente lo hace Mosquera— para justificar el aumento del delito o mienten o desconocen la realidad. Por eso me atrevo a continuar por aquí con la polémica que ojalá cuente con una respuesta del Ministro a quien reconozco su valentía a la hora de hablar con los medios de comunicación. 

Quisiera aclarar que el ministro Mosquera está lejos de ser un precursor a la hora de utilizar este argumento. Antes que él lo usaron otras autoridades de seguridad provincial (por citar a uno: Julio César Suárez , ex jefe de policía de Córdoba) y a nivel nacional actores tan “diversos” como Patricia Bullrich o Sergio Berni.

Se trata de una estrategia simple: al poner el acento en el consumo de sustancias que el propio sistema se ha encargado de ubicar como “el eje del mal” de las sociedades actuales, se busca justificar la violencia. Detrás del argumento, lo que se pretende es decir: Quien hace esto, no es parte de esta sociedad, la sociedad está sana. En cambio, el que delinque está “enfermo”. Como ese argumento termina pareciendo demasiado racista es muy común escuchar al político en cuestión —y también a muchos colegas periodistas que repiten como loros— la frase: “entonces, el problema es el flagelo de la droga”. 

El argumento sería sólo ridículo, sino escondiera otra cosa más grave: la impericia de los estados a la hora de pensar un plan integral de seguridad más complejo que la inmediata asociación del delito con el consumo de drogas. Mientras eso no pase, los resultados están a la vista: aumenta el delito y el problema no es la compleja trama de la que hablamos, sino “el flagelo de la droga”.

A diferencia de funcionarios anteriores que tenían profundas dificultades para expresarse, el ministro Mosquera es un gran titulador de diarios. El miércoles hablando con Rebeca Bortoletto, afirmó: “Como una mancha de aceite se esparce la violencia social”. La pregunta sería: “¿Y...? con esa frase ¿Qué hacemos?”. La Voz del interior, tituló con un textual de Mosquera: “El consumo de drogas es decisivo para el delito y en la violencia irracional”. Las preguntas a ese título serían muchas más: ¿Cambió algo en la política de seguridad de Córdoba en los últimos tiempos? ¿Qué cambió? La respuesta es no: Las política de Estado son exactamente las mismas: autogobierno de las fuerzas de seguridad y contención de barrios pobres a fuerza de miedo. 

Finalmente un argumento más entendiendo que, cuando el ministro habla de droga, se refiere a la cocaína (es difícil imaginarse a alguien eufórico por matar consumiendo marihuana o ácido). Hay un dato interesante para el análisis si se hace un repaso por los estudios que se le ha realizado a la cocaína secuestrada en Córdoba en los últimos quince años. Un caso emblemático es el que denunció un ex fiscal federal que secuestró medio kilo de cocaína. Resultó que de los 500 gramos sólo 1,5 gramos era cloridrato de cocaína, el resto talco, aspirinas y almidón. En promedio la cocaína que se secuestra en Córdoba está tan cortada de productos de estiramiento que vale preguntarse ¿Cuál es la droga que te pone absolutamente malvado y te lleva a delinquir? ¿Será la cocaína cordobesa cortada al 97% con tres gramos de cocaína por kilo la que puso “violento” al asesino de Silvia Apaza en barrio Congreso? ¿Será esa misma droga cortada la que consumieron los que mataron al Jubilado Eduardo Rodríguez en barrio Ameghino? 

En Córdoba hay cocaína en diferentes calidades o, al menos, una sustancia parecida. Algunos personas que cometen delitos, consumen sustancias (alcohol mayormente y cocaína en menor medida) para cometer esos delitos. El vínculo lineal entre una cosa y otra es antojadizo y carece de sustento para pensar una política de seguridad. El ministro habla del flagelo. Cuando los detenidos van a juicio sus abogados les recomiendan que digan que son víctimas de “el flagelo de las drogas” porque funciona como un atenuante. Los mismos acusados hablan de “el flagelo de las drogas” que los llevó a cometer un delito. Los jueces recurren “al flagelo de las drogas” para explicar lo que no alcanzan a entender. El Servicio Penitenciario recurre a las drogas (legales que le suministran a los presos) para controlar a las personas privadas de su libertad. Las drogas al final de cuentas, le sirven a todos para no hacerse cargo de lo que les toca.

Finalmente, la palabra flagelo remite a la idea de un castigo divino, de una entidad, una magnitud y una esencia que hace absolutamente imposible cualquier acción humana para neutralizarlo. Una especie de azote de dios. Pero de una vez por todas hay que dejar absolutamente claro que la palabra flagelo, en boca de un político, remite a la idea de un problema del cuál, quien la pronuncia, no cree tener nada que ver. A veces, también parece que es sinónimo de falta de ideas para solucionarlo.