Los hogares de residencia para adultos mayores o, dicho de una manera más popular, los geriátricos, cargan con el estigma de ser sitios sin la higiene adecuada, en donde el personal desatiende a quienes viven allí, dejándolos a la deriva. A veces, efectivamente, esto es un hecho; no obstante, en otras situaciones el núcleo del conflicto no está relacionado a la institución en sí, sino a las carencias emocionales y afectivas de los más cercanos.

El agente topo, que puede verse en la plataforma Netflix, es un documental chileno que, en primera medida, se enfoca en lo anteriormente descripto: Sergio, de 83 años, goza de buena salud física y mental y es contratado por un agente de seguridad privada para que ingrese al Hogar San Francisco, ubicado en la localidad de El Monte. Se le encomienda una tarea específica: actuar como espía encubierto y hallar a una mujer, llamada Sonia. La hija, al parecer preocupada, contrató a aquel agente de seguridad para que “infiltre” a una persona de edad avanzada como paciente, porque desea saber si su madre está recibiendo los cuidados adecuados o si, por el contrario, la maltratan. En la introducción, el filme pareciera tomar el rumbo de una investigación secreta, como si estuviésemos al frente de un descubrimiento de gran envergadura. Sergio toma con seriedad el trabajo. Todos los días le envía informes detallados al agente que lo contrató, quien, por su parte, exige documentación certera que constate el accionar negligente del Hogar. Los días pasan, y Sergio comienza a darse cuenta que el sufrimiento de los residentes no guarda relación con las condiciones edilicias, ni con ningún tipo de maltrato por parte del personal. Sus compañeros y compañeras, en cambio, padecen una soledad abrumadora, pero no por el trato que reciben, sino debido a la ausencia de sus propios familiares, que agudizan un sentimiento de desesperanza y abandono.

La trama visibiliza, de esta forma, el lado más oscuro de los lazos sanguíneos y, también, del mismo mercado: somos incluidos mientras cumplimos una función o aportamos mediante nuestra fuerza de trabajo, en tanto engranajes, a una mayor eficiencia y productividad del sistema. No obstante, cuando llega la hora de retirarse de ese mundo tecnocrático, perdemos el derecho a expresarnos como seres individuales con libertades, las mismas libertades que, tiempo atrás, nos eran concedidas, aunque bajo condiciones de fragilidad, se suprimen de inmediato. En el Hogar San Francisco, los adultos mayores se cuidan entre sí; Sergio, sin ir más lejos, se ocupa de Rubira, una mujer que cree estar perdiendo la memoria. En su afán por ayudarla, acude al libro de visitas y descubre las causas de su malestar: ningún familiar la ha visitado en lo que va del año. Tras el hallazgo, le exige a su agente de seguridad que consiga fotos de los parientes de Rubira y, con las imágenes, la ayuda a recordar los nombres de cada uno de ellos.  

El documental, con la dirección de Maite Alberdi, se atreve a revelar cuerpos avejentados, pieles arrugadas alojadas en la orilla del capitalismo tecnológico; meros rostros ahuecados, que advierten a otras generaciones sobre el hecho ineludible del paso del tiempo, amenazando la hegemonía imperante en la actualidad. Cuerpos que hablan y transmiten una realidad y una subjetividad particulares, arrojando por la borda el tan ansiado fetiche de la época: permanecer jóvenes, cueste lo que cueste.

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