Con que desazón en el alma muchas niñas y jovencitas de hace varias décadas miraban las publicaciones que se referían al sueño del pibe. Ese sueño de los niños que empezaban a jugar al fútbol. Lejos e imposible, un sueño sólo permitido para ellos.

Ellas estaban fuera, sin ninguna posibilidad. Seguro que les invadía un sentimiento de impotencia cuando las dejaban lejos del potrero, que miraban de reojo porque si alguien descubría sus ganas -que les llegaba hasta la panza- por meterse en el picado de futbol, eran blanco de cargadas, risas y escarnio vecinal.

Y eran muchas, realmente más de las que se puede pensar, las que no se podían dar ni siquiera el permiso de sonreir frente a un futbol. Al contrario, se bajaba la cabeza, porque el dedo inquisidor de todas y todos las señalaban al son de palabras y frases que reforzaban el estereotipo: el futbol no es para mujeres.

Las cosas que se habrán hecho a escondidas para que nadie se enterara, como robar el futbol del hermano y hacer unos jueguitos; juntarse con otras a las que también les gustaba y a escondidas hacer “tocaditas” y esconderse para escuchar las conversaciones de los hermanos y sus amigos sobre fútbol. Y también, aprovechar la oportunidad de sentarse junto a al viejo para ver los goles del club de sus amores.

Cuentan las leyendas urbanas de las chicas que vivían cerca de un club se subían a los árboles los domingos, para ver pasar la horda de varones llenos de testoterona que iban a la cancha gritando, tomando vino en tetra brick y cantando. Se sabían las letras de la canciones, pero no las podían cantar.

Esas pibas se atragantaban con todo lo que querían disfrutar y no podían, porque si no había castigo por no ser una señorita hecha y derecha. Se las condenaba a jugar a la casita, a la piola o al elástico; o por supuesto a la mamá perfecta con la tradicional muñeca y los utensillos de cocina. Y si no las mandaban a la habitación con el mote de marimacho.

¿Cómo protestar o imponerse ante algo tán rígido e imposible de traspasar? Era una construcción que hizo la sociedad, entiéndase madres, padres, tías, tios, vecinos, vecinas, amigas , amigos, que rodeaban y suprimían las propias ganas de hacer algo que tanto gustaba y que la única razón para prohibir era una excusa, “sos una nena”. Y seguro que, cuenta también la leyenda urbana, muchas vivieron pasar a su lado al hermano mayor -lleno de tierra y pasto- a quien recibían como el gran héroe familiar porque “llegó a la cuarta y posiblemente juegue en la cancha principal el próximo domingo”.

Pero a pesar de tantas prohibiciones llegó el día en que las mujeres pisaron el césped, de a poco, con mas garra que apoyo, fueron ganando un lugar. Verlas jugar con los harapos de camisetas que dejaban los varones, sin elementos suficientes para entrenar, en forma amateur, poniendo más que el cuerpo, también su tiempo y dinero, era ver un partido desigual que con dignidad ganaron las que jugaban con la verdadera pasión por los colores, por lo que sentían. Eran locomotoras a las que no les importaban los escollos, por supuesto que los sufrían, pero no las amedrentaban.

Y allí a su lado fueron naciendo las primeras periodistas que se animaban a enfrentar al patriarcado en los medios y dijeron, nosotras también sabemos de futbol, aquí estamos.

Y aparecieron las chicas de la selección nacional que no titubearon en hacer un paro y no ir a una competencia internacional, si no había una mínima equiparación con los millonarios y famosos colegas masculinos. Pedían nada más ni nada menos que condiciones para entrenar, un salario y hoteles para concentrar. Y lo consiguieron. Ahora las representantes del futbol Argentino juegan en el exterior.

Las mujeres cuando se unen, se abrazan tras un ideal, se convierten en una fuerza tan poderosa que, en el caso del futbol femenino, hizo posible el reconocimiento por parte de las ligas locales y de la AFA, que a regañadientes tuvieron que ceder.

Ahora cuando hablan de que Messi o Ronaldo se disputan el botín de oro al mejor jugador, conocemos que hay una futbolista llamada Marta que se convirtió en un ícono del balompié y fue reconocida por la FIFA como la mejor jugadora del año pasado. Y como si fuera poco hubo un mundial de futbol femenino televisado, con alto rating.

Hay futbol femenino en los colegios, en los torneos barriales, en los potreros y en las canchas privadas. Hoy el fútbol de mujeres está más vivo que nunca. Cuántas cosas logradas!

Las chicas que nacieron en otra época, que fueron privadas de ese derecho por un pensamiento prohibitivo sin ningún sentido lógico más que el patriarcado, hoy levantan la vista, el mentón y con orgullo seguro dicen: teníamos razón.

Las que construyeron las leyendas urbanas del futbol femenino y las que hoy lo hacen realidad disfrutan de este tiempo de igualdad, del sueño de la piba hecho realidad.