Qué raro se siente festejar el Día del Niño.
O el día e la Niñez.
Qué difícil resulta hacerlo en este contexto de restricciones de abrazos, de encuentros, de regalos, de alegrías.
Los niños siguen siendo niños, niños embarbijados, niños de zoom,  niños encerrados.
Los niños son niños en todo contexto.
Andan en bicicleta, se reúnen en las plazas de los barrios, obedeciendo las normas a su manera.  Se saludan con el codo  y se acomodan los barbijos que de tanto pedalear se bajan y dejan asomar unas naricitas coloradas por el frío.
Conmueve verlos conversando, en bandas de cinco o seis, con barbijos de superhéroes, camuflados o de flores, extrañando el futbol, la escuela, los cumpleaños, las clases de danza, los mimos de los abuelos,  los amigos que no son “de cercanía”.
Los adolescentes también tendrán su día. Para muchos padres estos niños hormonales, malhumorados y crecidos todavía merecen un día especial.
Ellos también vienen haciendo lo mejor que pueden.
Sintieron el hachazo que a esa edad significa “un año perdido” sin la resignación de la adultez que pone todo en perspectiva diciendo que un año en la vida no es nada.
A esa edad, un año es mucho. Y si es el último año del secundario, un año es todo.
Obligados a abandonar boliches y “previas”,  juntadas masivas, recitales y fiestas, han desafiado al invierno en fogones improvisados, al aire libre, con temperaturas hostiles, para poder verse, reírse y sentir que algo podía seguir siendo como antes.
A este panorama incierto, el asesinato de Blas Correas le ha asestado un golpe de gracia. Hoy, con el avance y la importancia de las redes sociales en esa franja etaria,  Blas era un amigo de todos.
Todos conocen a alguien que lo conocía. Todos eran amigos de Blas. Es más, todos eran Blas.
No hay palabras para describir la angustia que genera la muerte de un niño.
 Y cuando ésta ocurre de la manera más torpe, inexplicable y absurda como la muerte de Blas, los adultos nos sentimos sumergidos en la impotencia.
¿Cómo les enseñamos a los chicos a acudir a las autoridades ante algún problema si  es la policía la que los puede matar?
¿Cómo les enseñamos a asumir la responsabilidad e cuidar a sus semejantes si llevan a su amigo herido a una clínica y no logran que alguien los ayude?
La noche, el territorio de la diversión, de la exploración y porque no de la trasgresión es hoy sinónimo de lo siniestro.
Cuando de chicos íbamos de excursión en el colegio, los profesores  nos numeraban cuando subíamos al colectivo  y nos volvían a contar antes de volver.
Muchas veces hubo que esperar y demorar la partida por que faltaba uno.
Demoremos la partida, frenemos los festejos.
Paremos la pelota, detengamos nuestro partido cotidiano.
En Córdoba falta Blas. Nos Falta uno.