En esta Nochebuena, querido D10S, no quiero perdirte mucho. Nada que sea distinto: que alguna vez paguen los ricos, que alguna vez dejen de cobrar los pobres. No encuentro a quién más pedírselo, querido D10S, que a vos en las vísperas de esta Navidad.

Porque en vos, el D10S más imperfecto, errático, contradictorio y humano que conozco, encuentro la síntesis más exacta en el camino que nos lleva hacia la belleza y la justicia.

Porque vos, D10S, sos la postal de aquel Mundial que no se jugó en México: lo jugamos a tu lado con mi hermano mayor, el 10, yo 8, en nuestro patio de Arroyito. Y cuando levantaste la copa, querido D10S, nos hiciste, a mi hermano y a mi, inmortales para siempre. Te doy gracias por eso.

Porque cuando vi por única vez, a mis 14, a mi viejo, D10S, flaquear adentro de una ambulancia, sólo le dije que dejara de joder, que el domingo jugabas vos y teníamos que estar juntos para verte. Te doy gracias, porque ese domingo te vimos a la par. Y cada vez que abrazo a mi viejo y que abrazo a mi hermano siento que estás con nosotros: abrazar a los que amo es abrazarte a vos.

Porque vos, D10S, fuiste, con Ernesto, las láminas más grandes de mi adolescencia. Esa misma lámina, en donde tus patas cortas dominan como nunca nadie dominará una pelota, hoy cuelga en la habitación de mi niño. Y a tus pies pedí que la vieja, que no te quiere, se quedara muchos años más a nuestro lado. Tu voluntad se hizo real. Te doy gracias por soportar tanto.

Porque vos, D10S, cuando estuviste en el centro del universo, elegiste ponerte la camiseta de un club de barrio obrero y humilde y eso valió por todos los campeonatos que nunca ganamos. No habrá modo de agradecer esa postal celeste sobre la que nos persignamos ante cada derrota y cada triunfo.

Porque para los que somos faltos de fe, vos, Diego, sos la única deidad real que nos libera por un momento de los tormentos de la razón. Porque vos, Diego, nos exonerás de todos nuestros pecados. Porque vos, Diego, exhumás todos nuestros miedos. Porque te convertiste, quizás sin saberlo, quizás sin buscarlo, en la materialización más concreta del amor. Sólo por tus piernas supimos que la magia podía ser real.

Por todo eso, en este cumpleaños, Diego, sólo quiero desearte la mayor felicidad posible. Tan grande y ancha como la felicidad que nos regalas desde hace 60 años. Feliz Navidad.