Fernando Pessoa representa la figura de un amigo cercano a quien deseamos abrazar y compartir una copa. Con sus poemas y el famoso “Libro del Desasosiego”, publicado después de su muerte, en 1982, que reúne fragmentos escritos por el portugués durante toda su vida, se vislumbra la sensibilidad y el uso de un vasto lenguaje. Adjudicado a uno de sus heterónimos, Bernardo Soares, que según Pessoa no distaba tanto de él, el material condensa temáticas que calan hondo en la condición humana: la soledad, la desesperanza, el sinsentido de la vida, la invisibilidad, el amor, etc; todos estos ejes, que de una u otra manera, el escritor asume como ejes centrales de su prosa, habilitan a pensarlo como un personaje entrañable que miraba su época y la contemplaba a diario, caminando por las calles de Lisboa.

Nacido en 1888, Pessoa perdió prontamente a su padre y también a su hermano. Tras una adolescencia transcurrida en Sudáfrica- ya que su madre se había casado con el cónsul de Portugal en la ciudad de Durban, volvió con 20 años a su ciudad natal y consiguió un empleo como traductor comercial, el trabajo que desempañaría hasta su muerte en 1935. Ya asentado y con la posibilidad de disponer de un tiempo considerable para escribir, el poeta desarrolló su obra desdoblándose en sus heterónimos a los cuales les había creado una personalidad, un nombre y una fecha de nacimiento. Sus versos, al leerlos, adquieren una vigencia y una potencia imprescindibles.

Si después de yo morir quisieran escribir mi biografía,
no hay nada más sencillo.
Tiene sólo dos fechas, la de mi nacimiento y la de mi muerte.
Entre una y otra todos los días son míos.

El enigma generado alrededor de Pessoa lo convierte en un escritor que aún es leído y recordado. No obstante, sería interesante reflexionar sobre este fenómeno. Quizás una de las causas de su relectura se deba a que en un momento de pura incertidumbre en el cual deambulamos en el aire sin un rumbo claro en casi todas las materias que hacen al oficio de vivir, Pessoa nos recuerda lo esencial, que es el hecho de construir pequeños refugios para aliviar la carga de una existencia pesada. En este sentido, el arte en todas sus manifestaciones nos habilita a una descarga pulsional, a una salida transitoria de la realidad para así crear otros mundos posibles. Como este poema, adjudicado a otro de sus heterónimos, Álvaro Campos, y que fue traducido al español por Mario Bojórquez:

Nunca conocí a quien le hubieran dado una paliza
Todos mis conocidos han sido campeones en todo. 

Y yo, tantas veces bajo, tantas veces puerco, tantas veces vil,
Yo tantas veces indiscutiblemente parásito,
Indisculpablemente sucio,
Yo, que tantas veces no he tenido paciencia para darme un baño,
Yo, que tantas veces he sido ridículo, absurdo,
Que he enrollado los pies públicamente en los tapetes de las etiquetas,
Que he sido grotesco, mezquino, sumiso y arrogante,
Que he sufrido injurias y he callado,
Que cuando no he callado, he sido más ridículo aún;
Yo, que he sido gracioso con las criadas de hotel,
Yo, que he sentido el guiñar de ojos de los mandaderos,
Yo, que he cometido vergüenzas financieras, pedido prestado sin pagar,
Yo, que, cuando la hora del golpe surgió, me he agachado
Fuera de la posibilidad del golpe;
Yo, que he sufrido la angustia de las pequeñas cosas ridículas,
Yo, declaro que no tengo par en todo esto en este mundo.
 
Toda la gente que conozco y que habla conmigo
Nunca tuvo un acto ridículo, nunca sufrió una injuria,
Nunca fue sino príncipe -todos ellos príncipes- en la vida…
 
¡Quién me diera oír de alguien la voz humana
Que confesara, no un pecado, sino una infamia;
Que contara, no una violencia, sino una cobardía!
No, son todos el Ideal, si los oigo y me hablan.
¿Quién hay en este largo mundo que me confiese que alguna vez fue vil?
 
¡Oh, príncipes, mis hermanos,
Maldita sea, estoy harto de semidioses!
¿Dónde es que hay gente en el mundo?
 
¿Entonces sólo soy yo el que es vil y errado en esta tierra?
 
Podrán no haberlos amado las mujeres,
Podrán haber sido traicionados -¡pero ridículos nunca!
Y yo, que he sido ridículo, sin haber sido traicionado,

¿Cómo puedo hablar con mis superiores sin titubear?
Yo, que he sido vil, literalmente vil,
Vil en el sentido mezquino e infame de la vileza.

Este poema denominado “En Línea Recta” expone la obsesión por mostrarse como una persona exitosa y sin rasguños de ningún tipo. Aquí Pessoa se expone a través de su heterónimo como un torpe, como un perdedor, contraponiéndose a las apariencias que rondaban a su alrededor. En conclusión: en un mundo frívolo y helado, la lectura del portugués se torna imprescindible y casi una necesidad, generando un efecto inmediato en quienes ingresan a su complejo pensamiento, dándonos la mano para atravesar las peripecias de un camino brumoso.