La importancia de tomar el toro por las astas
El dólar se ha convertido en un huracán que el gobierno nacional no puede controlar a pesar de los esfuerzos diarios para encontrar una solución. De una u otra manera, los mercados se las ingenian para burlar –cada vez con menor esfuerzo- las estrategias oficiales tendientes a frenar la sangría del Tesoro.
El viernes último, las cerealeras liquidaron unos 138 millones de dólares pero en los mercados paralelos la moneda norteamericana no se contuvo y el Banco Central debió desembolsar 84 millones de dólares para evitar un dislate aún mayor.
El titular del Banco Central, Miguel Pesce, fue contundente al estimar que las maniobras con el dólar blue constituyen una situación casi delictiva. Sin embargo, los conductores de los destinos del país no avanzan y quedan entrampados en un ejercicio dialéctico que casi nunca se traslada a los hechos.
Si la situación es casi delictiva como dice el presidente del Banco Central y se recomienda extremar los controles, pueden pasar dos cosas: o el Estado no tiene los mecanismos para impedir el banquete de usureros y especuladores o no sabe cómo parar el descontrol.
Ha llegado la hora de tomar el toro por las astas y dejar de jugar al vigilante y al ladrón. Se trata de un problema que excede a los graves perjuicios que causó la pandemia en el mundo, no sólo en la Argentina.
Es irracional dejar pasar el tiempo y consumir energías en otros temas absolutamente menores cuando el país camina por la cornisa.
Las medidas adoptadas hasta el presente no surtieron el efecto esperado y las pérdidas se acumulan. La baja de las retenciones al sector agropecuario no alcanza por lo que se ve en los temibles gráficos que cuentan lo que pasa en la realidad.
Un legislador cordobés opositor graficó con claridad el estado de situación: “Creo que las retenciones al cereal, sobre todo a la soja, debieran ser mínimas o incluso eliminarlas. Pero para eso hay que preparar equipos que combatan enérgicamente la evasión de los productores que siempre se quejan pero viven en estado de fiesta permanente desde hace varios años”.
Sin embargo, ante de salir de la caza y enfrentar a las fieras que la acechan, los funcionarios de Alberto Fernández ocupan parte de su tiempo en librar internas sin sentido. El presidente necesita un equipo coherente, no guerreros que luchen para endulzar su ego. A propósito, en las últimas horas volvieron a arreciar los rumores sobre cambios en el gabinete, lo que sensibilizó aún más a los mercados cambiarios. Como para calmar la fiebre, el presidente apareció en público con su ministro de Economía, Martín Guzmán, con lo que no hace falta ser demasiado perspicaz para inferir que se trató de un claro respaldo.
Pero las peleas siguen y debe tenerse en cuenta que ese espinoso y recurrente tema no ex responsabilidad excluyente de los funcionarios. Cada quién debe asumir su propia cuotaparte, porque Alberto no puede quedar al margen de la situación. Es imposible convalidar la teoría mística que dice que todo debe fluir o, para los futboleros, aquí no vale el “siga siga”.
El bienestar de varias generaciones está en juego y sus integrantes, mayoritariamente, están con las manos atadas y sin poder hacer nada. De hecho, no se puede acusar a la gente de las malas decisiones de los gobernantes o de sus irracionales peleas intestinas.
En algún momento de la historia próxima, ni la pandemia ni la herencia recibida de Mauricio Macri será una excusa para justificar el fiasco.
Por lo pronto, la oposición volverá a marchar este 12 de octubre para reclamar cambios o lo que fuera. La presidenta del PRO. Patricia Bullrich, ya comenzó a fogonear la juntada, en lo que se puede considerar como un acto honesto: decir quién organiza todo esto y dejarse de joder con las autoconvocatorias a través de redes sociales porque no son ciertas. Entiéndase bien, está muy bien que se ejerza el derecho al pataleo pero es sano que se lo haga con nombre y apellido, no ocultos con nombres de fantasía.
Aunque en estos tiempos, las manifestaciones populares conlleven un peligro importante. El llamado “bicho traicionero” está siempre al acecho en este tipo de eventos.