Por estas horas, con la invasión y el avance de las tropas rusas sobre Ucrania lanzados, hay pocas cosas claras. El gran interrogante por estas horas es: ¿Cómo responderá Washington y la OTAN? ¿Habrá acciones militares coordinada o sólo mediante sanciones económicas y políticas? En este contexto hay dos diferencias fundamentales con otros momentos históricos de enfrentamiento entre Rusia y occidente: un multipolarismo consolidado y una aparente falta de conciencia respecto de la “destrucción mutua asegurada”.

Por lo pronto, las sanciones económicas contra Moscú ya fueron lanzadas el pasado lunes, aunque se endurecerán con el correr de las horas. El canciller alemán Olaf Scholz, ya había afirmado que se suspenderá inmediatamente el proceso de certificación del gasoducto Nord Stream 2, que une a Rusia con Alemania. Lo mismo hizo el Reino Unido, aunque los británicos fueron un paso más allá, dando a entender que podría haber represalias incluso militares.

El ministro de defensa, Ben Wallace, tuvo un exabrupto el miércoles, cuando aseguró que “patearemos a Putin, que se ha vuelto completamente loco” como “lo hicimos con el zar Nicolas I en 1853”, refiriéndose a la guerra de Crimea. El Kremlin respondió revindicando la victoria rusa en aquella conflagración que se extendió hasta 1856, en una muestra más de la importancia que tiene la narrativa histórica para el gobierno de Putin.

Biden ya dijo que las consecuencias serán “catastróficas” y alertó sobre la pérdida de vidas. Un enfrentamiento entre ejércitos enemigos siempre es una tragedia debido a la cantidad de muertes, no sólo militares sino también civiles. Sin embargo, esas “consecuencias”, serían muy diferentes en caso de que las fuerzas militares de la OTAN también se enfrasquen en el conflicto.

En un año electoral donde el demócrata tiene todas las de perder mayoría en ambas cámaras, preparando el regreso del trumpismo en 2024, sus opciones son pocas. Washington alerta desde la invasión desde hace meses, y ahora, una respuesta “débil” frente a Moscú, podría mostrar a Biden como un presidente con poca decisión. Sumado a la debacle de Afganistán del año pasado, quizás, sería un golpe del que el presidente no pueda recuperarse.

¿Y en todo esto, a que está jugando China? Beijing, por su parte, se encuentra ante una disyuntiva compleja. Por un lado, no podría apoyar abiertamente las pretensiones rusas porque abriría una puerta complicada respecto de los pedidos de autonomía de algunas regiones dentro de su propio territorio como Xinjiang, Hong Kong, o el Tibet. Por otro lado, podría apoyar a Moscú amparándose en su situación con Taiwán y su política de “una sola china”. Es difícil saber que postura primará.

Vladimir Putin ha dejado en claro ahora más que nunca que no es muy proclive a respetar ningún otro tipo de poder que no sea el hard power, o poder duro. En su discurso del jueves a la mañana, dejó poco lugar a equívocos cuando advirtió a “terceros Estados” que no se involucren porque las consecuencias para ellos serían “terribles”, dando a entender que el poder nuclear de Rusia es grande. El orden internacional como lo conocimos, probablemente, esté siendo finiquitado definitivamente por estas horas. A diferencia de los tiempos de la Guerra Fría, la “destrucción mutua asegurada” parece que ya no juega el mismo rol disuasor que antaño.