Boric, 36 (¡36!, de centro-izquierda y en ¡Chile!). Lacalle Pou, 49. Abdo, 51. Arce Catacora, 59. Maduro, 60. Petro, 62. Fernández, 63. Lasso, 67. López Obrador, 69. A mitad del mandato que inicia este 1 de enero, tercer período a cargo del Palacio del Planalto, Luiz Inácio Lula da Silva ejercerá la presidencia con 80 años. “¿Para qué necesita diez dedos un peoncito?”, la frase que escuchó antes de la amputación.

Este es el mito de origen, el arco narrativo que en esta tercera presidencia puede tener su capítulo final, una suerte de epílogo. Seguramente se proyectarán las luces y sombras de un hombre que se convirtió en experto de la negociación. El tiempo acomodará ese potente arco narrativo: cerrará el mito de origen con alguna épica concordante o el balance final será más bien la añadidura de la praxis realista en el barro de la política brasileña. Hay motivos para dudar de la pureza de ambas direcciones.

La tarea de volver a tener que forcejear con los conceptos fundantes y persistentes del Brasil, desigualdad y hambre, al que se agregan ahora violencia política y el extremismo interno, le requerirá a Lula 25 horas al día, 8 días a la semana. A sus 77 años, después de haber pasado 580 días inhabilitado en una celda, los días que se abren, ya al mando de la gestión, tendrán un espesor diferente. 

¿Para qué quiere los diez dedos este peoncito llegado desde el nordeste, empujado por la pobreza? ¿Está maluco? Lula dijo que lo más importante, a su edad, es tener “un proyecto de vida”. La mirada vital del presidente más veterano. 

La metralleta bolsonarista con ambas manos fue retrucada con la L del lulismo. Una campaña donde las redes, las calles y los gestos fueron determinantes. Foto: Julián Álvarez / TELAM.
La metralleta bolsonarista con ambas manos fue retrucada con la L del lulismo. Una campaña donde las redes, las calles y los gestos fueron determinantes. Foto: Julián Álvarez / TELAM.

Después de ganar el ballotage por una diferencia de dos millones de votos y expresar en su primer discurso que la prioridad de gestión se concentrará en el escándalo del hambre, el pernambucano dijo que quiere que en Brasil los chicos “nazcan, vivan y mueran con los diez dedos puestos”. Todo recurso hacia el sistema sanitario significará recursos para los desfavorecidos.  

El film Lula, o Filho do Brasil (Fábio Barreto, 2009) retoma el mito de origen señalado arriba. A los 17 años su meñique izquierdo fue emboscado en un torno en una de las cientos de fábricas del ABC paulista. El mutilado había llegado desde el nordeste, expulsado por la sequía del sertão y la falta de perspectivas, y empezó a ganarse el mango como vendedor ambulante, aún sin saber leer ni escribir el portugués: ¿Por que um peão precisa de dez dedos?

Imposible concentrar en una personalidad la filiación directa de un país multiétnico. Sin embargo, podemos decir que Lula tiene el rostro y las expectativas de los trabajadores brasileños. Hay un legado, un capital histórico que lo devolvió a Brasilia: ni más ni menos que las medidas políticas que cambiaron la realidad de millones de personas. 

Entre las líneas que sostienen su caudal electoral podemos nombrar -hablando de mutilados- el plan Brasil Sonriente, que significó dentaduras gratuitas para un país que, al momento de asumir Lula en 2003, tenía 30 millones de desdentados. ¿Para qué quieren los trabajadores tener el comedor completo? ¿Qué es lo que pretenden morder?

Antes de proclamarse presidente en 2003, Lula perdió dos elecciones presidenciales ante Fernando Henrique Cardoso, ambas en la primera vuelta de los comicios. Foto: Getty Images.
Antes de proclamarse presidente en 2003, Lula perdió dos elecciones presidenciales ante Fernando Henrique Cardoso, ambas en la primera vuelta de los comicios. Foto: Getty Images.

Otras: el acceso a las universidades, aunque tímidamente, de la población negra; los dos millones de brasileños que volaron en clase turista por primera vez en sus vidas; y la más publicitada, el programa Bolsa Família, que sacó a 35 millones de personas de la pobreza y que, a pesar de haber sido rebautizado como Auxílio Brasil, ni siquiera Bolsonaro pudo tumbar. 

Lula da Silva ha sido un equilibrista del poder real. Conciliador, con la negociación como primero y último recurso político, administró a lo largo de sus doce años como presidente las tensiones de un país históricamente desigual.

Más que resolverlas, en algún punto Lula ha dilatado las tensiones, articulando fuerzas contradictorias y garantizando gobernabilidad: esa garantía, ya probada, pesó finalmente en esa diferencia mínima del ballotage. Pesó -de manera determinante- en el denominado "círculo rojo".

Los debates previos también fueron dominados por lo gestual. Arriba, los candidatos en Bandeirantes Televisión en un cruce picante. Foto: Marcelo Chello / AP.
Los debates previos también fueron dominados por lo gestual. Arriba, los candidatos en Bandeirantes Televisión en un cruce picante. Foto: Marcelo Chello / AP.

En 2003, al llegar a su primera presidencia, Lula logró algo inédito en Brasil: los pobres de toda pobreza votaban y consagraban por primera vez a un candidato de izquierda

La democracia brasileña, la democracia de cualquier nación, es una sucesión de desafíos (esto bien lo conoce Dilma Rousseff, quien intentó una suave reforma política y fue eyectada del poder). Lo que se ha denominado “presidencialismo de coalición” será el gran problema interno de Lula. 

A sus 77 años el líder único del Partido dos Trabalhadores deberá ser tan pragmático como temerario para hacer que ese presidencialismo fundado en concesiones y acuerdos, incluso con el adversario más rancio, pueda garantizar la gobernabilidad e inclinar la cancha hacia los mutilados, hacia su coherencia histórica, en lo que podría ser el epílogo de un mito.

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