Mejor que llorar es prometer
A propósito del discurso de Martín Llaryora, en la apertura de sesiones del Concejo Deliberante.
Podría, el intendente de Córdoba, haber llorado la carta, pedir la escupidera, traer al recuerdo ciudadano la metáfora de la tormenta perfecta, figura climática favorita de Mestre, el ex. Pero optó, Llaryora, hábil en el juego de la comunicación, aprovechar la apertura de sesiones del Consejo para dejar en claro un par de cosas:
_ Que Córdoba da lástima y no hay recursos y en materia de obras el panorama es desolador.
_ Que sus antecesores no pudieron ni quisieron.
_ Que, pese a que fue el único que les armó una interna al intocable tamden De la Sota Schiaretti, los considera a ambos son sus maestros.
_ Que, como Alfonsín a nivel nacional, Mestre (padre, obvio) y Martí seguirán siendo las únicos administradores de la ciudad a los que se puede nombrar con cierto respeto.
Pero esas páginas las pasó rápido para jugar el juego que más le gusta: el juego de Martín el hacedor, inspirado en su, como lo llamó, querido gobernador. ¿Serán las obras de Llaryora las que saquen a la ciudad del atraso que ya lleva más de dos décadas? Wifi en los colectivos de TAMSE (lo dijo dos veces), 60 millones para Bajo Grande (compra cloro y un par de bicheros), 100 millones para aliviadores cloacales, limpieza del canal Sur, tarjeta de débito para el transporte público, servicio expreso (que no será diferencial), Ferrourbano (que depende, como con Giacomino, de Nación) y el gol simbólico en Ambiente: Polo Ambiental Rubén Américo Martí, el más peronista de los radicales.
Vamos de nuevo con la pegunta: ¿serán esta obras las que saquen a Córdoba del atraso? ¿Será la anunciada modernidad digital -tan parecida en nombre al municipio digital del que hablaba el ucedeista Germán Luis- el cambo tan esperado? Con la Nación en situación extrema y la Provincia acarreando deuda en dólares no calculada y una recaudación que no repunta, Llaryora, por lo pronto, aspira imprimirle a Córdoba (sí, Córdoba, pese a que dijo más veces San Francisco) una idea de normalidad. Porque la ansiada modernidad, esa que quisiera y que la ciudad precisa, está cada vez más lejos. Y es cara.