Por: Gabriela Weller (*)

En paralelo con las acciones de las mujeres durante el 8 y 9 de marzo, bajo la consigna de “vivas nos queremos” como una de sus principales reivindicaciones, Córdoba amaneció con la noticia de un nuevo femicidio.

Periodistas y móviles de todo el país se trasladaron al norte de la capital provincial para recabar información sobre Denise Vergara, la mujer asesinada ayer en Villa del Totoral. Aún sin proponérselo, cualquiera sabe cómo y en qué circunstancias la asesinaron, incluyendo detalles mucho más cercanos al morbo que al derecho a la información.

Además del dolor y de la indignación que produce un nuevo femicidio, una cachetada en toda la cara de quienes ayer se movilizaron, hay que recordar que esa violencia máxima e irreversible es el resultado de innumerables violencias cotidianas que pasan más o menos desapercibidas y que son aceptadas como conductas normales.

Para la antropóloga argentina Rita Segato, con la información de los femicidios pasa algo similar a los suicidios: son contagiosos. ¿Implica ésto que hay que silenciar? seguramente no. Un abordaje inadecuado de los medios de comunicación puede convertir un grave problema social en un espectáculo, que renueve el dolor para los más cercanos y provoque a los mejores hijos del patriarcado a imitar al femicida. Un tratamiento adecuado, en cambio, puede aportar datos para la reflexión y, sobre todo, para continuar el debate y promover la comprensión de un fenómeno que atraviesa la sociedad y que resiste la acción judicial. Y ese es el problema, no si la mujer tenía dificultades para separarse de un hombre violento o si tuvo un hijo con él.

(*) Editora de Género de los Servicios de Radio y Televisión (SRT)