Mucho se discute por estos días en torno a una supuesta dicotomía emergente de la pandemia: salud o economía. Si seguir los consejos de los expertos sanitarios o el de quienes piden apresurar la normalización de la economía. Una opción de hierro, antagónica, pero sobre todo incongruente: ambas agendas están mezcladas y seguirán así por largo tiempo

Hasta tanto se edite el diario del lunes, nadie puede avizorar cuál será el saldo de esta tragedia que asuela a la humanidad, hasta dónde treparán la cifra de víctimas o los daños económicos, de modo que resulta insustancial debatir hoy estas cuestiones. “Pasará tiempo hasta que sepamos qué modelo funciona mejor”, contestó la puntillosa cancillería sueca a la reciente alusión presidencial.

Tampoco la historia ayuda demasiado en este caso para hacer predicciones: no hay antecedentes de un episodio sanitario que haya paralizado el mundo. No al menos de estas características y alcance. Por lo tanto estamos ante una novedad histórica que torna inconducente cualquier conjetura a futuro.

Sin embargo, sí van quedando a la vista y lo será aún más con el correr de los días los problemas estructurales preexistentes de los distintos países y, por ende, la posibilidad de comparar fortalezas y debilidades de cada uno de ellos. Por ejemplo, si los respectivos sistemas sanitarios estaban suficientemente preparados para enfrentar este u otro mal, la mayor o menor predisposición de su población a acatar las normas y, yendo al hueso, si esas economías cuentan o no con espaldas para soportar bamboleos globales.

Al respecto, no hace falta ser espeleólogo ni buzo táctico para descubrir en las cavidades y profundidades nacionales que la pandemia ha puesto en la superficie nuestros males endémicos, como la endeblez de la economía argentina que, aun si el coronavirus desapareciera mañana, subsistiría corregida y aumentada