El domingo coronó un fin de semana particular en lo que respecta al escenario político-electoral de América Latina, con la celebración de comicios presidenciales en Perú, al mismo tiempo que se llevaron adelante elecciones legislativas y a gobernadores en México. Reconfigurando, de esta manera, el mapa político latinoamericano.

Tras la campaña presidencial más ideologizada, polarizada y con expectativas de la historia democrática reciente en Perú, donde participó el 78% de la población, por estas horas aún no hay un presidente electo, aunque todo indica que Keiko Fujimori es la nueva mandataria del país tras ganar por un margen extremadamente estrecho. Recién los próximos días se sabrá a ciencia cierta si esto efectivamente es así, ya que el reconteo de las zonas rurales y él voto en el extranjero es clave en un recuento donde cada milésima cuenta y puede dar vuelta la elección.

Mientras que Castillo arrasó en las provincias del noroeste, Keiko ganó por amplio margen en el centro-oeste, en Lima y en Callao, los dos lugares con más votantes del Perú. Es decir, el interior profundo, rural y empobrecido del país votó en masa al candidato de la izquierda, pero las clases medias-altas urbanas se inclinaron de manera contundente por Keiko.

Keiko Fujimori es hija del exdictador peruano que gobernó durante toda la década del 90 y actualmente se encuentra preso por delitos de lesa humanidad. Ya durante la campaña aseguró que indultaría a su padre en caso de ser electa presidenta. El apoyo entre las élites peruanas terminó pesando para que finalmente, de concretarse las proyecciones, haya podido derrotar a Castillo en la segunda vuelta a pesar de lo que indicaban la mayoría de las encuestas, que, nuevamente se equivocaron. Se trataría, en caso de ganar, de la primera presidenta mujer de la historia del Perú. Se revindica abiertamente de derecha al mismo tiempo que se muestra heredera del legado político de su padre. 

El mayor desafío de quien finalmente resulte electo será, en principio, poder ponerle fin a un período largo de inestabilidad política e institucional, donde en el último período presidencial pasaron cuatro presidentes y donde los últimos cinco presidentes electos democráticamente terminaron presos por delitos relacionados a la corrupción.  A pesar de provenir del mismo seno del establishment político al que se culpa de todos los males del país, Keiko logró mostrarse como alguien que puede terminar con esta situación. 

Las élites políticas peruanas jugaron abiertamente en favor de Keiko, incluso el Premio Nobel de Literatura y ex candidato presidencial Mario Vargas Llosa, quién se enfrentó históricamente al fujimorismo, apoyó a la hija de su ex enemigo político debido a que consideraba a Pedro Castillo como un “peligro para la democracia” por sus propuestas de izquierda.

Castillo es un hombre de izquierda, de acuerdo con algunos analistas, incluso, de “extrema izquierda” o de “izquierda radical”. Si bien, es cierto que su campaña presidencial estuvo a la izquierda de todas las candidaturas latinoamericanas con posibilidades reales de llegar al poder en los últimos años, Castillo no es ajeno al fenómeno de gobiernos populares que llegaron al gobierno a partir de la primera década de los 2000. En las últimas semanas recibió el apoyo explícito de ex presidentes de esa corriente política como José Pepe Mujica de Uruguay o Evo Morales de Bolivia. 

El fenómeno más similar con el que pueden encontrarse paralelismos es con el Movimiento al Socialismo (MAS) de Morales. Ambos vienen de extracción sindical (Castillo es dirigente del gremio de docentes) y los dos cuentan, principalmente, con el apoyo de la población indígena, y de los campesinos. Es importante comprender la dinámica de los procesos nacional populares latinoamericanos para lograr entender quién es Castillo, de donde viene, como piensa, y de qué manera podría gobernar una vez que tome posesión de su cargo. Su frente electoral es profundamente heterogéneo e integra a campesinos, evangélicos, sindicalistas y progresistas. 

Las elecciones legislativas y a gobernadores en México, como se preveía, terminaron funcionando de una especie de referéndum sobre la gestión de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Si bien, debido a la ley mexicana, el presidente, que tampoco tiene reelección posible para optar para un segundo sexenio, estaba imposibilitado de participar de ninguna manera de la campaña. Los principales puntos de la campaña fueron la corrupción, la inseguridad, y la economía. Los comicios se celebraron en medio de un escenario, al igual que prácticamente todo el resto de América Latina, de fuerte crisis económica y social agravada por la pandemia. A su vez, las cifras paupérrimas de empleo formal generan descontento entre los mexicanos que ven su poder adquisitivo cada día más mermado debido al aumento del costo de vida y los bajos salarios. 

Como ya es, lamentablemente, moneda corriente en la política mexicana, la violencia política volvió a tener un rol protagónico en la campaña. Para finales del mes pasado habían sido registradas 720 agresiones contra dirigentes políticos, entre ellas, los asesinatos de 34 candidatos, 54 militantes, 99 funcionarios, 10 colaboradores de los partidos y hasta 34 familiares. El día de los comicios se registraron varios incidentes de distinta índole de gravedad.

En una escuela en Tijuana, por ejemplo, un hombre arrojó una cabeza humana para luego darse a la fuga. Mientras que, en Oaxaca, un grupo de hombres fuertemente armados irrumpió en un centro de votación para intimidar a los votantes. En Metepec, Estado de México, además, destruyeron el mobiliario, realizaron disparos y robaron boletas electorales. 

Gracias a sus “mañaneras”, es decir, las conferencias de prensa que lleva adelante todas las mañanas, AMLO pudo poner el eje central de la campaña en la corrupción, corriéndola un poco de las preocupaciones diarias más urgentes de los mexicanos. Si bien en lo que respecta a las gobernaciones, los comicios estuvieron disputados, la coalición oficialista, MORENA, logró quedarse con el control de la Cámara. Dejando así el terreno sembrado para que en las próximas presidenciales el sucesor de AMLO pueda venir del riñón de gobierno.

América Latina continúa, por lo pronto, en una especie de "empate histórico" donde no hay una hegemonía clara, como si la hubo durante la década de los 90 o los primeros años de los 2000. El triunfo de Pedro Castillo en Perú y la consolidación del proyecto nacional de Andrés Manuel López Obrador y su movimiento MORENA en México, rompiendo con la hegemonía histórica del PRI, el PRD y el PAN, no obstante, van transformando de a poco el tablero geopolítico de la región.