El docu-ficcional El Dilema de las Redes Sociales que por estos días ofrece Netflix produce diversas sensaciones en quienes lo ven y ciertamente casi todas negativas. Tal vez este impacto no radique en que su contenido sea novedoso en su totalidad, sino más bien en que logra explicar con aceptable nivel de detalle la lógica imperante detrás del funcionamiento de las plataformas sociales.

Esto responde en primer término a que gran parte de los testimonios proviene de exejecutivos de gigantes como Google, Facebook, Instagram y Pinterest entre otros. Personas que no solo fueron parte como un engranaje más de la estructura sino que estuvieron a cargo de diseñar los sistemas tal como operan en la actualidad.

Por otro lado asoma en la hora y media que dura, la potencial incidencia que puede tener para esta industria el crecimiento de este incipiente movimiento de “arrepentidos”, quienes seguramente jugarán un papel preponderante en un futuro cambio de las reglas de juego, si es que tal cosa se logra alguna vez.

Otro punto sobre el que profundiza saludablemente el film radica en la definición del “producto” que comercializan las redes. Desde hace años tanto los analistas, como los críticos y los periodistas especializados en tecnología repetimos la frase –también mencionada en la película- que reza: “cuando en internet algo es gratis, es porque el producto sos vos”. Lo cual sin dudas es cierto, hay entre las distintas plataformas una lucha permanente por atraer y mantener la atención de sus usuarios, pero el documental profundiza sobre este concepto aclarando que en realidad el producto que las redes ofrecen al mercado (sus anunciantes) es el “cambio de conducta que son capaces de provocar en los usuarios para mantener su atención”. Y aquí está buena parte del meollo de la acción de los algoritmos de estas plataformas que para cumplir con ese objetivo no apuntan a las fortalezas cognitivas del cerebro humano sino a sus debilidades más primitivas, cuyos efectos entonces resultan también más difíciles de identificar y contrarrestar.

La contracara de esta nueva definición del producto que comercializan las redes es el otro elemento al que apunta la peli y que se complementa a la perfección con el anterior: el modelo de negocio. Un concepto que abarca mucho más que la típica pregunta “¿cómo vamos a ganar plata?”. Se habla de modelo y no de plan porque el primero de estos conceptos es más dinámico que el segundo, algo indispensable en este universo en cambio permanente. Y sin entrar en una descripción más detallada, cabe señalar que si el modelo de negocio de las redes encontró que su posibilidad de maximizar réditos parte de provocar un cambio de conducta en sus usuarios, luego todos sus desarrollos fueron orientados a ese fin valiéndose de todos los estímulos que la neurociencia pone a su alcance. Luego ofrece en el mercado y al mejor postor toda su capacidad de influir sobre sus usuarios. “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”, diría aquí el tío de Peter Parker.

Cabe señalar en este punto que no deberíamos caer en el error de demonizar términos a priori, algo muy común en nuestras sociedades binarias y en el periodismo de frases hechas. ¿Los algoritmos son malos? Desde luego que no, se trata de sistemas de inteligencia artificial que son entrenados con datos y para determinados fines. Esto no convierte a ningún algoritmo en algo malévolo per se, todo depende de los objetivos para los cuales haya sido desarrollado y de cómo haya sido entrenado. Y este es justamente uno de los temas que reclaman conocer las instituciones defensoras de los derechos digitales de los usuarios y sobre el cual más reticencia presentan los gigantes tecnológicos.

Finalmente luego de echar luz sobre el producto que comercializan las redes y su modelo de negocio, la película deriva inevitablemente en la necesidad de regulación por parte de los estados nacionales y organizaciones supranacionales. Y aquí creo es donde las ruedas se empantanan. ¿Cómo podrían los parlamentos formados en su mayoría por “baby boomers” intentar regular con precisión sobre sistemas que apenas logran entender como usuarios?

Tal vez el próximo paso deba ser incluir a estos mismos exempleados arrepentidos en la redacción de las regulaciones necesarias, las cuales deberán ser casi tan dinámicas como las propias plataformas sociales.