“ […] las mujeres socialistas de todas las nacionalidades deben organizar cada año un Día de la Mujer, el cual, ante todo, tiene que promover la agitación por el sufragio femenino”.

Segunda Conferencia  internacional de mujeres socialistas, Copenaghue, 26 y 27 de agosto de 1910.(Clara Zetkin y otras)

Con estas palabras, que son un fragmento de una más amplia declaración, Zetkin y sus compañeras socialistas inauguraban una tradición  que pretendía recuperar una memoria de lucha y de reivindicaciones. Memoria que, como es sabido, es permanentemente invisibilizada, retraida y ocultada con el objeto  de construir una débil y estereotipada imagen de mujer, asociada sólo a roles del espacio privado e íntimo.

Cuando leemos el pensamiento de aquellas mujeres que como Clara Zetkin o Rosa Luxemburgo o Alejandra Kollantay transitaron los dos siglos- todas ellas vivieron en la segunda mitad del siglo XIX y en el caso de Zetkin hasta la tercera década del XX- sorprende la lucidez y ,sobre todo,  el desafío constante de las normas establecidas -en el espacio público y en privado-  de su contexto histórico.

Podríamos mencionar hechos y anécdotas de sus vidas, pero en esta breve nota quisiera recordar una vez más esa tradición emancipatoria que muchas veces se olvida, tal vez por omisión involuntaria, o tal vez por temor a revivir cuerpos y personas que se presenten como modelos a seguir. 

A partir de 1850 en el mundo occidental se aceleraron los procesos  de industrialización. Este período, que se extendió hasta el año 1916, se lo denominó la segunda revolución industrial. En palabras de Hobsbawn, se podría sintetizar esta época como la  era de la revoluciones y de los inventos. Lo cierto es que historiadores y economistas se han referido ampliamente a esta etapa del capitalismo, prolífico en paradojas y contradicciones: grandes producciones artísticas y filosóficas, concentración urbanas  y  desarrollo de la producción industrial en los órdenes que conocemos en la actualidad. Pero también la explotación de los sectores obreros y la falta de leyes que defendieran su derechos, la cara más oscura del momento. Bástenos decir que las mujeres fueron incorporadas como mano de obra sobre todo en fábricas textiles donde era moneda corriente la denegación de sus más elementales derechos.

En este contexto histórico, el 8 de marzo de 1857 obreras textiles de la ciudad de Nueva York realizaron una manifestación para exigir leyes laborales más justas y la supresión del trabajo infantil. A partir de esta fecha el movimiento feminista  -sufragista en aquel entonces- inició un camino ascendente, tanto en  movilizaciones, como en asociaciones y sindicatos. Se realizaron diferentes reuniones internacionales en las que participaron mujeres socialistas, anarquistas y de diversos partidos políticos. Una manifestación de este proceso dinámico y vivificante fue el Congreso Femenino que se realizó en Buenos Aires en 1910.

Sin duda inspirada en las diversas luchas que sostenía el movimiento sufragista, Clara Zetkin pedía ante la conferencia de mujeres de 1910 la conmemoración del día de la mujer trabajadora. Sus intenciones eran aglutinar a las mujeres trabajadoras para la obtención de sus derechos al voto y al reconocimiento de una ciudadanía plena.

En medio de estas luchas emancipatorias y de derechos  volvemos a Nueva York donde  el 23 de marzo de 1911, en una fábrica de camisas, 123 mujeres -en su mayoría inmigrantes, jóvenes entre 14 y 23 años- murieron quemadas. Murieron tratando de salir de una sala cerrada con llaves, encerradas por sus “patrones”, como se acostumbraba a decir en esa época. Murieron tratando de unirse a las compañeras que en ese momento se manifestaban en las calles de la ciudad. Esta masacre es el origen más cierto y dramático del día de las mujeres trabajadoras, posteriormente instaurado como el Día Internacional de la Mujer.  

Cada celebración colectiva, y tal es el caso del 8 de marzo, contiene en alto grado un  componente simbólico. Como tal,  se va adecuando a los tiempos y a la  historia. Corresponde a los sujetos históricos la variación de algunos de esos significados y el señalamiento de  las necesidades y creencias colectivas.

Sin embargo aquellos  responsables de las tradiciones emancipatorias se deben hacer cargo del juego constante de la memoria y el olvido, trama que a decir de Walter Benjamin se mueve entre la barbarie y la cultura, entre la responsabilidad  y la negación. Por eso, este 8 de marzo recordemos este día como un hito que propicie la continuidad de las tareas para una vida digna y plena de derechos para aquella  gente que, ya se sabe, son lxs condenadxs de la tierra.