Falta menos de un mes para las elecciones en Estados Unidos, previstas para el martes 3 de noviembre, en las que el actual presidente, el republicano Donald Trump, buscará su reelección frente al candidato demócrata Joe Biden.

Hasta ahora todas las encuestas le dan una ventaja a Biden de entre 7 y 10 puntos, aunque haríamos bien en tomar estos datos con prudencia, por varios motivos. Lo que sí podemos asegurar es que este último mes de campaña será movido, caliente como nunca, y también que muy probablemente vote más gente que de costumbre.

La cosa se está poniendo linda en la campaña, por la grieta que se ha generado en la sociedad estadounidense, a partir de un presidente temperamental, fogoso, impertinente, chocante, y en muchas de sus posturas claramente neofascista. Eso divide al pueblo como quizá nunca en Estados Unidos, donde al decir de Noam Chomsky, hay un sistema de partido único con matices. De hecho, en las elecciones vota poca gente, menos de un 40 por ciento del padrón, y el sistema está hecho para desalentar la democracia: se vota un martes laboral, hay que pedir permiso en el trabajo, votar no es obligación y, es más, hay que inscribirse antes si uno piensa ejercer ese derecho. Pero quizá esta vez la cosa cambie por la enorme grieta que se ha producido y porque Trump genera amores y odios que probablemente movilicen a muchos a votar. Del mismo modo, podemos decir que como nunca, las intenciones de voto también están muy definidas y hay un margen bastante estrecho de indecisos, lo cual hace que los debates televisivos entre candidatos sean shows mediáticos, pero sin demasiado poder de cambiar intenciones.

Pero hay dos puntos que me gustaría abordar, el final abierto a pesar de las encuestas, y la real posibilidad de un cambio profundo en el verdadero poder.

Sobre el tema de las encuestas, el problema es el sistema electoral de los Estados Unidos, porque los ciudadanos no eligen presidente y vice, sino que eligen electores que en un Colegio Electoral van a terminar eligiendo al presidente y su vice. En realidad, no hay una elección sino 51, por los 50 estados más Washington DC. Cada estado tiene una cantidad de electores asignada en proporción a su población, pero los partidos no ganan electores proporcionalmente a los votos obtenidos, sino que el que gana se lleva todo. Por ejemplo, California es el estado que más electores tiene, 55. Pero, aunque un partido gane por un voto, se lleva los 55 electores. Esto hace que pueda suceder lo que sucedió en 2016 cuando Hillary Clinton sacó más de 3 millones de votos más que Donald Trump, más de dos puntos porcentuales, pero por estas alquimias electorales, el presidente fue el republicano. Para lograr la presidencia, hay que conseguir 270 electores, porque el Colegio Electoral está formado por 538 electores. 

Por todo esto, las encuestas nacionales son muy relativas. En realidad, habría que hacer un análisis estado por estado, calculadora en mano. Vamos a intentarlo.

Como dijimos, es una campaña donde hay mucha decisión ya tomada, y pocos indecisos. Eso se suma a la tradición de voto de algunos estados. Con todas esas cuentas en la cabeza, podemos decir que Trump está tranquilo en 23 estados que entregan 187 electores. Por otro lado, Biden ganaría en 20 estados, más Washington DC, que en total entregan 232 electores. Y hay 7 estados con un total de 119 electores que son los que podrían entrar en la disputa final de estas últimas semanas de campaña. 
Esos 7 estados son los siguientes: Florida, Wisconsin, Michigan, Carolina del Norte, Arizona, Ohio y Pensilvania. Veamos qué está pasando en cada uno de ellos.

Florida premia al ganador con 29 electores y es fundamental y los dos candidatos se van a desvivir en ganar el voto cubano y venezolano hablando mal de la isla y del gobierno de Nicolás Maduro. Allí, Biden llevaba una ventaja de siete puntos, pero en los últimos dos meses Trump acortó la brecha y ahora sólo es un punto el que los separa.
En Wisconsin (10 electores) y Michigan (16), Biden le lleva seis puntos a Trump, pero en el 2016 también Hillary le llevaba una diferencia igual y Trump terminó dándolo vuelta.

En Carolina del Norte, que otorga 15 electores, los demócratas estaban arriba cinco puntos en agosto, pero ahora están empatados y cualquier cosa puede pasar. El discurso racista y el tema de la minoría afroamericana es especialmente sensible y puede influir decisivamente. 

En Arizona, Trump ya lo dio vuelta, porque siempre fue corriendo de atrás y hace unas semanas se puso adelante por tres puntos. Pero nada asegura que la situación no pueda volver a variar. Entrega 11 electores.

Ohio es el estado más impredecible para ver quién se lleva los 18 electores, lo llaman el estado “morado” porque no es ni azul (demócrata) ni rojo (republicano). En los últimos seis meses se alternaron cuatro veces en la delantera entre Biden y Trump, así que es una carrera de final abierto. 

En Pensilvania, con 20 electores, también está peleado y difícil de prever, por la diferente forma de votar que tiene la gente dentro del mismo estado. Por los demócratas en las ciudades y por los republicanos en el campo y los pueblos.
Así las cosas, todo puede pasar en estas últimas semanas, cuando faltan dos debates televisivos todavía, los jueves 15 y 22 de octubre. Lo que no puede pasar es que el próximo gobierno sea muy distinto en lo profundo. 

Si gana Donald Trump, ya sabemos más o menos qué esperar. Pero si gana Biden, que nadie espere un gobierno progresista ni un mundo mejor gracias a los Estados Unidos. Las políticas imperialistas se mantienen y son políticas de Estado, gobierne quien gobierno. Vuelvo a recordar aquella máxima de Noam Chomsky: “En Estados Unidos hay un sistema de partido único con matices”. Donald Trump puede ser más chocante y antipático, pero los demócratas han demostrado su política exterior ampliamente (Primera y Segunda Guerra Mundial, bombardeo atómico a Iroshima y Nagasaky, invasión de la Bahía de Cochinos, inicio de la Guerra de Vietnam, bombardeos de Somalia y la ex Yugoslavia, continuidad de las guerras en Irak y Afganistan y destrucción de Siria y Libia. 

Para más datos, el candidato del Partido Demócrata, Joe Biden, ha sido desde hace años senador por el estado de Delaware, una guarida fiscal, adonde va a parar (al igual que a otras guaridas fiscales) el dinero negro del mundo y de los peores delitos: tráfico de órganos, de personas, de armas, de drogas, de bienes culturales, la evasión impositiva y la corrupción de todo el mundo. 

No podemos esperar grandes cambios, gane Trump o gane Biden. Sí un cambio de formas. Y un final de campaña divertido en estas tres semanas que quedan.