Es un hecho. El Covid 19 barrió con todas las certezas, dejándonos en un mar de incertidumbre cotidiana.

¿Estará abierto mañana el bar de la esquina?

¿Volverán los chicos al colegio?

¿Habrá aguinaldo?

¿Pasará el colectivo?

¿Se tomaran exámenes?

Entre las certezas más significativas que han desparecido está la de los rituales y as ceremonias.

No habrá cumpleaños ni fiestas de quince

No habrá festejos de aniversarios

No habrá casamientos, ni bautismos

¿Tendremos colación de grados ¿habrá fiesta de egresados?¿Nos iremos de viaje a Bariloche?, preguntan los chicos que terminan el secundario.

Los que fuimos jóvenes en los 90 aprendimos que todo lo sólido se desvanecía en el aire. La posmodernidad barría a diario con el mudo tal cual como nosotros lo habíamos concebido. Los teóricos nos decían que el amor y la vida se habían vuelto líquidos, que la imagen derrotaba a la palabra y que lo virtual arrasaba con lo real.

Y aun así le seguimos poniendo el cuerpo al mundo, desarrollando mecanismos de adaptación vertiginosamente, aprendiendo a los ponchazos, tratando de no quedarnos rezagados.

Pero nada ni nadie nos preparó para dejar caer una de las únicas certezas que siempre se mantuvo en pie: Poder despedir a nuestros muertos

Ningún modelo económico, ni evolución tecnológica ni cambio cultural se atrevió a tanto.

De las historias trágicas de la cuarentena, pocas resultan tan tristes como aquellas que narran la impotencia de saber que se va a morir en soledad y la consecuente impotencia de no poder decir adiós ni despedir a los que fueron personas importantes en nuestras vidas.

No hay palabra para nombrar estas despedidas en ausencia.

Cuánto de nuestra historia como seres humanos está plasmado en estos rituales, en estos ritos de iniciación, de pasaje de un estado a otro, de cierre de alguna etapa, de celebración del amor o de la fe.

Todas estas ceremonias son casi tan importantes como el hecho mismo que conmemoran. Gravitan con igual densidad.

El año pasa, la vida continúa como se puede y las etapas se van cumpliendo a medias sin las ceremonias y los rituales que las hacían trascendentes e inolvidables.

Y nos quedamos con esta sensación de vivir o mas bien de transcurrir a medias.

Sin rituales, sin ceremonias, sin certezas.