Hacía diez años que el matrimonio político sobre el que hoy gira la Argentina no se hablaba. Cristina y Alberto Fernández no sólo no se dirigían la palabra sino que éste, despotricaba en público y en privado sobre los errores que había mostrado la ex mandataria en sus años de gobierno, los primeros compartidos. Pero, hace un año y en una de las jugadas más perfectas de la historia política argentina, Cristina saltearía la distancia y le apoyaría a Alberto su palma derecha sobre la espalda para empujarlo hacia la Casa Rosada.

Un objetivo la movilizó: aprovechar los terroríficos últimos dos años de Mauricio Macri para volver al poder real. Consciente de su imposibilidad personal, Cristina estuvo lejos de una resignación histórica, utilizó una estrategia para desconcertar al rival y ganar las elecciones de diciembre.

Con Alberto Fernández, la ex mandataria –dueña hasta diciembre pasado de un piso propio del 35 por ciento-, se aseguraba contrapesar la desconfianza que generaba en amplias capas de la clase media, incluso en el interior del peronismo, y llevaba al Gobierno a un candidato sin poder interno ni estructura propia capaz de esmerilar su capacidad de digitar cada paso hacia lo que más le interesa: blanquear su foja judicial y la de sus hijos, Máximo y Florencia.

La llegada del coronavirus encontró al Gobierno en sus primeros pasos, pero fue una oportunidad para el Presidente. Se mostró activo, tomó decisiones en el momento adecuado y, al observar su firmeza y sentido común, la sociedad lo fue adoptando como el líder capaz de llevar el barco en medio de la tempestad. Los encuestadores no dejaban de mostrar picos de aceptación impensados un par de meses atrás.

En este punto volvieron las diferencias. A Cristina no le seduce que su delfín tome vuelo propio y lo dejó muy claro, sin la necesidad de tirar los platos contra la pared. Tomó casi por asalto la conducción de la Anses, la caja más grande del Estado, y le movió la estantería al Presidente con una operación de inteligencia que fue la polémica liberación masiva de presos. La manejó Juan Martín Mena, el segundo del Ministerio de Justicia, quien fue miembro de la AFI y responde directamente a la ex mandataria.

En una semana de tensión social, el Presidente cayó seis puntos en las encuestas y recordó que aún sigue siendo inquilino. Para que no queden dudas públicas sobre el lugar que ocupa cada uno, Cristina rompió la cuarentena y fue hasta la residencia de Olivos. Se quedó tres horas, en una una visita que no pasó inadvertida y marcó dónde se asienta la última decisión.