Martes 17 de marzo de 2020. Pasaron ya más de tres meses desde que se iniciara, en la ciudad china de Wuhan, el actual brote epidémico que, a la fecha, azota a más de 170 países. En la residencia presidencial de Olivos, el presidente de la Nación, Alberto Fernández, espera al embajador chino en nuestro país, Zou Xiaoli. Durante el encuentro, el diplomático extranjero expresa la solidaridad del gobierno y el pueblo de su país ante el esfuerzo desplegado por Argentina para evitar la propagación del nuevo coronavirus. Además, ofrece asistencia a través de la donación de insumos para la prevención y contención de la epidemia y anuncia el envío de indumentaria de protección, antiparras, guantes, barbijos, reactivos rápidos y cámaras térmicas, entre otros elementos. Así planteada la escena, podría interpretarse como un gesto más en el marco de la cooperación internacional y la diplomacia entre países. Pero la disposición del gobierno chino hacia nuestro país no es un hecho aislado.

¿Reconfiguración del orden global?

Días después de haber sido notificado el actual brote, los científicos chinos pudieron aislar y secuenciar el virus para luego compartir su hallazgo con la comunidad científica internacional, algo bastante inusual en el escenario geopolítico actual. Por otra parte, una vez mitigado parcialmente el brote en su territorio, el presidente Xi Jinping ofreció ayuda humanitaria a otros países —no necesariamente emergentes—, en lo que probablemente resulten las mayores operaciones de este tipo que se hayan verificado tras la segunda posguerra. Por ejemplo, envió a Roma un equipo médico y equipos de cuidados intensivos, productos de protección médica y otros elementos para ayudar a contener la enfermedad. También envió barbijos y otros suministros a España y comprometió ayuda a la Unión Europea.

Así, de epicentro de la actual pandemia en un momento inicial China ha pasado a exportar soluciones. Y en este punto quiero detenerme: el gran dato político es que China es consciente de su posición de liderazgo, por lo que se muestra como un actor globalmente responsable y asume con determinación el rol de líder. La respuesta global al Covid-19 así lo demuestra.

Paradójicamente, el país que en el pasado levantaba el estandarte del libre comercio, Estados Unidos, se ha embanderado en las consignas del “American First” y despliega una agenda cada vez más proteccionista. La llegada de Donald Trump al gobierno en enero de 2017 vino acompañado por el rechazo a los principales acuerdos de comercio que regulan el proceso de globalización y un claro abandono del multilateralismo. En el pasado, el liderazgo estadounidense se había caracterizado por su capacidad y disposición para incidir y coordinar respuestas globales ante distintas crisis. Pero ahora no solo se ha inhibido de hacerlo: en medio del brote del virus, Washington impuso un nuevo paquete de sanciones contra Irán, perjudicando directamente a la población iraní. Lo mismo sucede con las medidas coercitivas unilaterales impuestas a Venezuela y Cuba. Una lectura en el mismo sentido podemos hacer del entredicho suscitado con Alemania por el supuesto intento de Trump de comprar los derechos exclusivos de la vacuna contra el coronavirus ​que está siendo desarrollada por la empresa biofarmacéutica CureVac AG. La pandemia nos advierte que la humanidad en su conjunto está en esto y que es necesaria la colaboración internacional para superar la crisis, pero Estados Unidos parece dispuesto a jugar en solitario más que nunca.

Modelos en pugna

La crisis sanitaria que se originó en el corazón mismo de China es quizás el mayor desafío al que se ha enfrentado Xi Jinping desde que se convirtió en secretario General del Partido Comunista Chino en noviembre de 2012. Para poder hacer frente a la situación, el gobierno hizo valer su autoridad y extremó las medidas de control social al punto de sacrificar su economía, al menos durante las primeras semanas (1). También ordenó cierres planificados de industrias y restringió el movimiento de personas, ambas medidas necesarias para contener la propagación de la epidemia. Paralelamente al trabajo desplegado en materia sanitaria, China puso en marcha un conjunto de medidas para apoyar el comercio exterior y la inversión en caso de que el empeoramiento de la situación global se hiciera sentir aun más sobre las cadenas industriales mundiales: en respuesta al freno económico, el banco central chino inyectó un fuerte volumen de liquidez en el sistema financiero e, incluso, comprometió miles de millones de dólares para la compra de acciones a través de más de 30 empresas de gestión de activos que operan en el país (2). Como en la crisis bursátil de 2015, cuando el gobierno salió a apuntalar los precios de las acciones para evitar el crash financiero, China intenta salir de la actual depresión apostando a la fuerza del Estado. Por medio de políticas activas y directas, en la primera semana de marzo el mercado de valores chinos había crecido un 10% y el yuan mostraba un repunte que comenzaba a recomponer su valor histórico.

Para algunos analistas, la respuesta china solo es posible en un régimen en el que el líder “ejerce un poder político casi absoluto sobre el Estado” (3). En este sentido, las medidas impuestas por el gobierno han sido criticadas como una violación a los derechos humanos fundamentales.

Para la mayor parte del mundo occidental, el Estado solo tiene que estar presente ante la excepcionalidad. Esta concepción, heredera del primer liberalismo, pone en primer plano el problema de la limitación de la acción gubernamental, los límites a la penetración del Estado en la esfera individual. La novedad es que, tras una fase inicial donde los principales países occidentales mostraron “alarmantes niveles de inacción”, según el director General de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Ghebreyesus, hoy la apuesta pasa por responder a la epidemia a través de la soberanía del Estado nacional para declarar el “estado de emergencia”.

En China la presencia estatal es la “normalidad”, no la excepción. Ciertos principios culturales y de organización social, que podemos rastrear en la milenaria tradición confuciana, poseen implicancias directas en la política y en los fundamentos morales del gobierno. Con una población aproximada de 1.400 millones de habitantes, China registraba al cierre de esta nota solo 81.000 contagios y aproximadamente 3.200 decesos, proporcionalmente menos casos que en otros países. Y ello a pesar de que el virus se originó en China y que el brote se produjo en medio de la mayor migración interna producto del año nuevo lunar. Esto solo se explica por la existencia de un Estado presente y un fuerte civismo ético.

¿Fin de la globalización?

John Feffer se preguntaba, en un artículo reciente, si era factible que la presente pandemia de coronavirus diera por tierra con el actual proceso globalizador (5). La economía china ha sido, hasta el momento, la más afectada, y es innegable el efecto que esto genera en el resto de las economías y las cadenas de producción global. No obstante, es prematuro hablar del fin de la globalización.

No es el primer reto que enfrenta este proceso: en el pasado hubo considerables desafíos, como la crisis financiera y económica mundial de 2008-2009, la pandemia del SARS de 2002-2003 o el “efecto 2000” (Y2K). Quizás el mayor desafío que enfrenta hoy la globalización es la necesidad de dar respuestas a la incertidumbre que generan el aislacionismo nacionalista y el proteccionismo económico que se expanden como (otra) epidemia por el mundo.

En los últimos años, China ha adquirido un rol protagónico en el escenario internacional, en particular a partir de promover iniciativas como el cinturón económico de la Ruta de la Seda y la Ruta marítima de la Seda del siglo XXI, la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII) o la estrategia para promover el desarrollo sustentable de la energía a escala global a través de la Organización de Cooperación y Desarrollo para la Interconexión Global de Energía (GEIDCO). La recuperación de la actual crisis será difícil, pero antes que al fin de la globalización asistiremos a una reconfiguración del orden geopolítico global, con China buscando moldear lo que venimos denominando como “globalización con características chinas”.

Una vez superada la fase aguda del brote epidémico, y a medida que vaya estabilizándose macroeconómicamente, China será fundamental para determinar en qué dirección se dirige el mundo. Los líderes chinos han decidido no traicionar sus principios y valores, forjados en el concepto de “sueño chino”. En lo interno, la apuesta pasa por la realización de un país próspero y fuerte, el rejuvenecimiento de la nación y el bienestar de las personas. En el plano externo, China busca recuperar el antiguo lugar que alguna vez exhibió en el orden mundial, para lo que requiere de relaciones estables y fuertes entre Estados. Y eso es solo posible en un marco de beneficio mutuo en la comunidad internacional.

Después de la tormenta

Pero volvamos a la postal inicial, resumida en el encuentro entre el presidente Fernández y el embajador Zou. Si bien aún es apresurado señalar que estemos ante la emergencia de un nuevo paradigma en el plano de las relaciones internacionales, dicha imagen —al igual que el reciente anuncio del gobierno chino de prestar ayuda humanitaria a más de 80 países— es una señal política ineludible. China resolvió asumir el rol de jugador responsable en la arena internacional y, como consecuencia de ello, ha decidido estar presente en las soluciones a los principales problemas globales, como la actual pandemia.

En este marco, la firma del memorándum de adhesión a la Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda, al que ya se han incorporado otros países latinoamericanos como Uruguay, Chile, Venezuela y Costa Rica, es una oportunidad única para Argentina, que puede ser decisiva para conseguir financiamiento para la construcción de centrales energéticas, líneas ferroviarias, autopistas, puentes, túneles, dragado de ríos, etc. Aun cuando la firma del memorándum no se haya materializado, Alberto Fernández anunció que China financiará la construcción de una cuarta central nuclear de potencia, con un crédito concesional de 7.900 millones de dólares, otorgados por el Banco Industrial y Comercial de China Ltd. Pero además la adhesión a la iniciativa facilitaría el acceso al nivel subnacional chino: algunas provincias chinas poseen mercados y sistemas financieros de igual o mayor peso que países enteros.

Un proyecto que resulta particularmente interesante es la exportación de carne de cerdo al mercado chino. China perdió el 40% de su stock de faena tras la epidemia de peste porcina y necesita cubrir entre 8 y 12 millones de toneladas faltantes. El plan estratégico contempla la atracción de inversiones de los principales productores de cerdo de China para asociarse con productores argentinos en 200 megaunidades productivas que podrían generar, según estimaciones, hasta 120.000 puestos de trabajo directos.

En suma, en el marco de la reconfiguración del proceso de globalización que inevitablemente sobrevendrá a la crisis generada por la pandemia y el reposicionamiento geopolítico de China, Argentina tiene la oportunidad y el desafío de ampliar el diálogo y la cooperación con el país asiático, aprovechando las oportunidades que ofrece la complementariedad económica.

1. Xi Focus, “With virus basically curbed, China pushed ahead battle against economic fallout”, China Daily, 12-3-20
2. Chris Flood y Selena Li, “Chinese asset managers prop up coronavirus-hit funds”, Financial Times, 15-2-20.
3. Kevin Rudd, “El coronavirus y la visión mundial de Xi Jinping”, Project Syndicate, 8-2-20.
4. “La OMS declara el brote de coronavirus pandemia global”, El País, 11-3-20.
5. John Feffer, “Will the Coronavirus Kill Globalization?”, Foreign Policy in Focus, 4-3-20.