“Sólo suspendí su declaración cuando se le pusieron los labios azules por la falta de aire”. De esta forma graficó Graciana Peñafort una escena, ocurrida en los Tribunales de Comodoro Py, donde Héctor Timerman brindaba una declaración.

La causa, llevada adelante por el juez federal Claudio Bonadío, era la imputación por el Memorándum con Irán, que había aprobado el Congreso de la Nación, y su implicancia con los responsables del atentado a la AMIA.

La abogada del exfuncionario, recientemente fallecido, se quebró con el hecho, y resolvió dar a conocer detalles de los últimos tiempos, cuando el cáncer de hígado ya había avanzado mucho, hasta consumir su vida.

Vía redes sociales, Peñafort dijo que “el regreso de la enfermedad coincidió claramente con la bochornosa reapertura de la causa” y que el propio Timerman solicitó adelantar su declaración, debido a que “los médicos me explicaron que el dolor extremo del cuadro que presentaba obligaría a proporcionarle medicación que le dificultaría declarar”.

Cuando acudió a la citación, la abogada recordó que “la indagatoria fue lo más parecido a una sesión de tortura”, porque “estaba extremadamente dolorido, respiraba con dificultad”. El propio Bonadío le escribió una nota diciendo ‘Cuando usted indique suspendemos esto’. Y añadió: “Héctor quiso seguir declarando y solo interrumpí esa declaración cuando sus labios se pusieron azules por falta de aire”.

El relató continuó: “Salimos de la declaración y nos fuimos a la clínica, porque se desmayó. Tuvo una crisis cardíaca fruto del dolor y la falta de oxigeno. Cuando volvió en si, me decía: ‘Me mataron Graciana, y yo no quiero morirme así. No dejes que manchen mi nombre, por favor".

Lo que siguió fue el procesamiento y la prisión domiciliaria. “Recorrí (Comodoro) Py explicando que Timerman necesitaba viajar para hacer su tratamiento”, dijo, pero la confirmación de la preventiva (“nadie salvo Héctor Timerman va preso en esas condiciones”, adujo) y la baja de la visa estadounidense le impidió salir del país.

Durante enero de 2018, Peñafort dijo encontrarse en oficinas judiciales llorando y diciendo “Se me muere, se me muere a mí”. Agregó que entre las múltiples gestiones, “la visa especial no se logró gracias a las gestiones del gobierno Argentino”, sino “a la presión de los demócratas norteamericanos, entre ellos Patrick Leahy, quien instó al Congreso de USA a dar la visa”.

Consideró “inhumanos” a la DAIA y la AMIA, por su inacción ante un ciudadano de la comunidad judía, y “miserables” a una serie de periodistas y legisladores.

Luego prosiguió: “Cuando llegó a Estados Unidos, ya era demasiado tarde. Le aconsejé que se quedara allí y Héctor me dijo que el quería morir en su país. En su casa y en su patria. Y me pidió declarar ante el tribunal que va a juzgar el caso. Que era lo último que le faltaba para poder morir en paz. Que la Justicia Argentina lo escuchase”.

Y al final, narró, coincidente con sus últimos días: “Volvió a la Argentina, conoció a su nieta recién nacida, se fue despidiendo de todos a cuantos amaba y se peleó con algunos, porque le dolió mucho el destrato, y se reconcilió con otros”.