El 4 de junio de 1943 un movimiento revolucionario puso fin en Argentina a un período de fraude electoral y corrupción económica que luego pasaría a la historia como la “Década Infame”. Un año después de tomar el gobierno, los propios mentores de aquella asonada militar declaraban: “El gobierno de la Revolución no sirve los intereses de un partido, ni los de un grupo, ni los de un hombre. Busca la unión de todos los argentinos en la tarea común de hacer una Argentina grande, en la que reine la paz, la armonía y la justicia”. Pero en 1945 aquellos objetivos eran motivo de diferentes interpretaciones por parte de sus propios protagonistas.

Un grupo de poder emergente desde la primera hora fue el Grupo de Oficiales Unidos (GOU); en su seno brilló con luz propia el coronel Juan Domingo Perón, del arma de Infantería, un oficial inteligente y de amplia cultura general que sobresalía sobre sus pares y que era visualizado por muchos de estos como un referente obligado a la hora de tomar decisiones. Estratega consumado y hábil político, Perón entendió rápidamente que tenía que conformar una fuerza propia que le fuera fiel. En tanto sus camaradas de armas pujaban por cargos importantes en el gobierno nacional, él eligió estar al frente de una oscura Secretaría de Trabajo anquilosada en el tiempo. De inmediato, se relacionó con el movimiento obrero y comenzó a otorgarle olvidadas conquistas sociales. Los trabajadores, a su vez, encontraron un interlocutor válido para hacer valer sus derechos laborales conculcados. La relación se afianzó, se consolidó, se agrandó.

Perón comenzó a tener vuelo propio, lo que originó recelos, envidias y pujas por parte de un sector del elenco gobernante que aspiraba a sacarlo del medio definitivamente. Para octubre de 1945, Perón ocupaba simultáneamente tres cargos: vicepresidente de la Nación, subsecretario en el Ministerio de Guerra y titular del ya por entonces Ministerio de Trabajo y Previsión. Una componenda de sectores de la Marina y el Ejército (contralmirante Héctor Vernengo Lima, general Eduardo Ávalos) logró desalojarlo por la fuerza de todas aquellas funciones. Pero los hechos terminarían dando un vuelco histórico.

Una semana decisiva

El miércoles 10 de octubre se le permitió a Perón hablar públicamente para despedirse de los trabajadores. Su emotivo discurso encontró eco en aquellos que sentían que quedaban desprotegidos. Al día siguiente, Perón solicitaba licencia al ministro de Guerra a la espera de su retiro.

El 12 de octubre, un mitín antiperonista en la Plaza San Martín que reclamaba la renuncia del presidente Edelmiro Farrell y el traspaso del gobierno a la Corte Suprema de Justicia, terminó en una batalla campal, que culminó con un muerto. El día 13, Perón fue detenido y enviado a la Isla Martín García. La noticia de su confinamiento comenzó a movilizar a los gremios. Perón lograría que lo revise un médico que le diagnosticó un ataque de pleuresía, lo que a su vez derivó en gestiones para devolverlo al continente e internarlo en el Hospital Militar.

El 15 de octubre se informó oficialmente el traslado de Perón al nosocomio militar, hecho que ocurrirá 48 horas más tarde. Al día siguiente, en Berisso, los obreros del sindicato de la carne comenzaron una movilización primero hasta La Plata –donde hubo escaramuzas con los estudiantes universitarios antiperonistas– y luego hacia Avellaneda para cruzar a la Capital Federal en la madrugada del día siguiente. Allí y en miles de lugares del conurbano bonaerense la intención era la misma: ir al centro de Buenos Aires y exigir la libertad de Perón.

El miércoles 17 de octubre, a las 2 de la madrugada, Perón fue llevado al undécimo piso del Hospital Militar. Todos los dirigentes gremiales de los diferentes sindicatos reunidos para la ocasión, luego de una ardua discusión, aprobaron una huelga general en apoyo a Perón, para el 18 de octubre. Sin embargo las masas, pasando sobre sus dirigentes, comenzaron a movilizarse inmediatamente. El centro de Buenos Aires se vio invadido por una multitud entusiasta y, a la vez, firme en su reclamo. Perón liberado hablaría en la Plaza de Mayo bien entrada la noche.

El subsuelo sublevado

La gesta popular no pasó desapercibida para dos intelectuales de cuño nacionalista que se sumaron a ese peronismo incipiente y coincidían en que el actor principal de ese 17 de Octubre fueron las masas.

Raúl Scalabrini Ortiz escribiría: “Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda, descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, el tejedor, la hilandera y el peón. Era el subsuelo de la patria sublevado” (1).

Unos años más tarde, Leopoldo Marechal recordaba: “Era muy de mañana y yo acababa de ponerle a mi mujer una inyección de morfina (sus dolores lo hacían necesario cada tres horas). El coronel Perón había sido traído ya desde Martín García. El domicilio donde yo vivía, era este mismo departamento de la calle Rivadavia. De pronto me llegó desde el Oeste un rumor como de multitudes que avanzaban gritando y cantando por esa calle; el rumor fue creciendo y agigantándose, hasta que reconocí primero la música de una canción popular, y enseguida su letra: ‘Yo te daré / te daré patria hermosa / te daré una cosa / una cosa que empieza con P / Peróooon’. Y aquel ‘Perón’ resonaba periódicamente como un cañonazo. Me vestí apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que avanzaba rumbo a la Plaza de Mayo. Vi, reconocí y amé los miles de rostros que la integraban: no había rencor en ellos, sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder. Era la Argentina invisible que algunos habían anunciado literalmente, sin conocer ni amar sus millones de caras concretas, y que no bien las conocieron les dieron la espalda. Desde aquellas horas me hice peronista” (2).

Será labor de sociólogos, politólogos, psicólogos sociales e historiadores desentrañar las causas de esa adhesión inconmovible de una gran parte del pueblo argentino a Perón y su doctrina, que se extendió hasta su muerte, sin fisuras, sin grietas, sin medias tintas. Algo queda claro: todo comenzó el 17 de octubre de 1945.

1. Raúl Scalabrini Ortiz, Tierra sin nada, tierra de profetas, Plus Ultra, Buenos Aires, 1973.

2. Entrevista a Leopoldo Marechal en Alfredo Andrés, Palabras con Leopoldo Marechal, Carlos Pérez Editor, Buenos Aires, 1968.

* Militante peronista. Sociólogo (Universidad del Salvador), investigador, historiador y escritor. Es autor de numerosos libros sobre la historia del peronismo (www.robertobaschetti.com).​​​​​​ / Fuente: eldiplo.org