Cuando a los consultores o analistas políticos se los interroga sobre qué hará el oficialismo nacional en estas elecciones legislativas, responden que la campaña se centrará en “la marca del Frente de Todos, en las vacunas (más allá de la carta de Nicolini a los rusos que puso en blanco sobre negro el talón de Aquiles que aún le queda al Gobierno en la campaña de vacunación) y en engordar los bolsillos de la clase media y no dejar caer aún más a los de abajo”.

¿Por qué ninguno quiere hablar de los candidatos que inevitablemente aparecerán en las listas a la medianoche de este sábado?

¿Porqué ninguno vale más que la “unidad del peronismo”? ¿Porqué como en todo cierre hay codazos por todos lados y nadie quiere asomar la cabeza para que no se la corten? ¿Porqué amainaron las operaciones de los no-albertistas cuando el Presidente hizo trascender sus preferencias mediante sus periodistas amigos? ¿Porqué el silencio de Cristina es tan atronador que todos temen un mandoble en las últimas horas sabatinas?

Más allá de todas las especulaciones que terminarán en pocas horas, lo que aparece como evidente es que nos gobierna una coalición. Sin parangón en la historia política argentina. El FREJULI del ‘73 lo comandaba Perón y el peronismo tradicional, los otros del Frente eran de palo y los jóvenes rebeldes fueron expulsados de la Plaza. La Alianza terminó con Chacho Álvarez renunciado y el delarruismo adueñándose del poder, hasta con Alfonsín tirando piedras desde afuera. Y Cambiemos no fue (no se sabe de ahora en más) una coalición de la UCR y el PRO, sino un sello comandado solo por Macri y sus amigos más íntimos.

Y esa coalición se asienta hoy en un Presidente que no quiso tener una línea interna propia, en la dupla impensada entre Máximo y Sergio, en los gobernadores que cuidan su quinta y hacen bien en hacerlo, y en la omnipresente Cristina en la Provincia de Buenas Aires y en el Congreso de la Nación.

Y en esa paleta de un mismo color pero de distintas tonalidades, todos reivindican la unidad del peronismo y nadie quiere romperla más allá de los enojos. Ahora bien. Una unidad de “ellos y nosotros”, según quién la verbalice. Y no pidan más.