Juan Ponce tenía 15 años y era un gran amante de la aviación desde pequeño, recibió una carta de la Nasa que marcó su adolescencia.

Leyendo revistas sobre aviación, meses antes, se enteró que si enviaba una carta a la agencia espacial estadounidense recibiría como respuesta un recuerdo especial.

En ese entonces vivía en barrio Alta Córdoba, y se acercó al correo a enviar una carta con destino a Washington, unos meses antes de que Neil Armstrong pisara el Mar de la Tranquilidad, la zona de nuestro único satélite natural en el que alunizó el Apolo 11, el 20 de julio de 1969.

Algunos meses después, llegó al negocio que su madre tenía, una carta con la Nasa como remitente. En su interior había otro sobre, con una estampilla especialmente diseñada para la ocasión y con dos sellos, cuyos cuños fueron dejados en el módulo de aterrizaje que aún hoy permanece en suelo lunar.

Para él, la emoción fue tan fuerte que decidió ingresar a la Escuela de Aviación Militar, aunque luego la vida lo llevó a tomar otros caminos.