Todos los años, desde hace unas 2 décadas, uno de los cuellos de botella históricos de la producción nacional de granos se supera haciendo uso de un recurso no renovable: el silo bolsa.

Aclaremos de entrada: el silo bolsa no es es genuinamente otro de los "inventos argentinos". El gigantesco tubo de plástico de más de 2 metros y medio de diámetro y unos 60 metros de largo se inventó en Alemania para almacenar forraje para el ganado. Lo que se hizo en estas tierras fue ajustarlo para permitir que se guarden granos. Hacia 1995 el INTA comenzó con los ensayos de validación y desde entonces, su uso en la zona agrícola no paró de crecer.

En la actualidad, de hecho, es un producto de exportación y la histórica restricción que provocaba la falta de infraestructura de almacenamiento quedó resuelta: cada año, una parte muy significativa de la cosecha termina almacenada en silo bolsas, pudiendo llegar hasta el 50% del grano en estos dispositivos.

Más plástico en la pampa, ¿Responsabilidad de quién?

En el caso de los envases fitosanitarios (los bidones que contienen los agroquímicos) existe una ley que regula su disposición final (la ley número 27279) y establece el principio de "Responsabilidad Extendida", es decir, quién vende el producto es responsable del envase aún después de que el productor lo utiliza. Aunque la ley se reglamentó en 2019, su aplicación avanza lentamente, pero avanza.

En el caso del silo bolsa (y otros plásticos de uso agrícola con menor impacto) no hay reglamentación. Y la cuestión es que, en la práctica, se emplea más silo bolsa que bidones de agroquímicos. En base al análisis de la superficie de siembra y la demanda, puede estimarse que en la campaña 2020/21 en Argentina se utilizaron unas 19.000 toneladas de silo bolsa y "apenas" 14.500 toneladas de bidones. Los datos suministrados por las entidades gremiales y los recicladores coinciden en estas cantidades.

Si se calcula el conjunto, prácticamente se introduce en nuestro país un kilo de plástico por hectárea cultivada. Como se dijo, los bidones tienen previsto un sistema de monitoreo que termina, cuando siguen el camino previsto en la ley, en una planta recicladora, que destina ese plástico a usos autorizados.

Pero el vacío legal en el silo bolsa determina un destino incierto. Seguramente una parte se incinera y también, pequeñas cantidades se emplean como cobertura tanto en cultivos como en instalaciones precarias; cualquiera que circule por las rutas en las zonas ganaderas verá techos improvisados con silo bolsas.

Desde hace más de una década, el destino principal para este material es el acopio para reciclado: se trata de un material muy apreciado por los recicladores que ha generado un gran sistema de recolección y comercialización informal, casi siempre en negro. La escasez internacional de plástico provocada por la pandemia y la concomitante suba de precios de estas materias primas han terminado de cerrar el círculo.

Eso si, mientras no exista regulación sobre el tema, nunca sabremos cuánto de este material de un solo uso, termina contaminando el ambiente y cuánto es reciclado. Por eso, la próxima vez que vea una bolsa de residuos, la clásica bolsa negra, plegada o en rollitos, sepa que muy probablemente, ese plástico no hace mucho fue parte del paisaje de la pampa.