Profunda es la huella que la novela dejó en mí. Todavía hoy, años después de haberla leído, habiendo olvidado prácticamente todo, cada vez que el azar sugiere -en el formato que sea- la figura del “desierto” o la figura de la “semilla”, siento una ligera inquietud, temo que algún vaso pueda romperse, me estremece y sobrepasa la idea de que ocurra -¿por qué no?- una tragedia. 

“Una gran corriente de consuelos afluyó hacía mí cuando se produjo el primer suicidio en la familia. Cuando se desencadenó el segundo, la corriente se convirtió en océano vacilante y sin horizontes. Después del tercero, las personas corren a cerrar la ventana cada vez que entro en una habitación que está a más de tres pisos. En una secuencia como ésta quedó atrapada mi soledad”.

“Nacer: primero y más terrible de todos los desastres”. Ambrose Bierce. Imagen: jorgebaronbiza.com.ar
“Nacer: primero y más terrible de todos los desastres”. Ambrose Bierce. Imagen: jorgebaronbiza.com.ar

Los libros comienzan en la solapa. En esa sucesión de silencios y miradas cada vez más graves, Jorge Baron Biza exhibió, junto a dos o tres señas biográficas, la propia desgracia, el salto final que consecutivamente llegaría hasta él.  

Estos dos párrafos invertidos, primero la muerte, luego el periplo de la vida, están impresos en la solapa de la edición de Eterna Cadencia (2013). Sobre un fondo de ironía, despunta data de naturaleza varia, claves de la experiencia letrada y no-letrada, el ritmo firme de una pluma elegante:

“Por lo demás, nací en 1942, me formé en colegios, bares, redacciones, manicomios y museos de Buenos Aires, Friburgo del Sarine, Rosario, Villa María, La Falda, Montevideo, Milán y New York. Leí Mann, traduje Proust. Viví treinta años de mi trabajo como corrector, negro, periodista (desde publicaciones de sanatorios psiquiátricos hasta revistas de alta sociedadd) y crítico de arte”. 

En una ceremonia social, comienzos de los años 90. Imagen: jorgebaronbiza.com.ar
En una ceremonia social, comienzos de los años 90. Imagen: jorgebaronbiza.com.ar

En una magistral clase sobre la elipsis, la novela comienza en el después de los hechos. Sutil en el recurso, potente por el horizonte narrativo que abre.

Al igual que Borgestein, de Sergio Bizzio, El desierto y su semilla quedó en mí como una novela de la acción, los gestos y la violencia. Comienzan en el medio del trauma, cuando el golpe se acaba de dar y la mejilla está tibia. “Borgestein me atacó en dos ocasiones. La primera vez no pasó de un empujón y un golpe en la cara; la segunda intentó matarme”. 

El desierto y su semilla comienza con un final:

I 

"En los momentos que siguieron a la agresión, Eligia estaba todavía rosada y simétrica, pero minuto a minuto se le encresparon las líneas de los músculos de su cara, bastante suaves hasta ese día”.

La agresión de Arón (Raúl Baron Biza), demencial por inesperada, guardaba una intención: que el ácido sulfúrico dejara ciega a Eligia (Clotilde Sabattini). La idea inicial, igual de demente: que la mujer grabara como última imagen de mundo el arrojo violento del hombre. 

Subrayados

La literatura (cierta experiencia que la lectura habilita) está en los subrayados. Subrayar, dejar huella en la lectura. Los subrayados son formas condensadas que la literatura a veces propone. La acumulación de subrayados termina configurando una forma singular de escritura, quiérase o no. Así pasa con todo. 

¿Qué hace que un texto constituya una lengua viva? Que se lo pueda seguir leyendo, que se lo pueda seguir subrayando, subraya la psicoanalista Alexandra Kohan.

Su último domicilio. La extinción del mundo analógico aún está ocurriendo. Imagen: jorgebaronbia.com.ar
Su último domicilio. La extinción del mundo analógico aún está ocurriendo. Imagen: jorgebaronbia.com.ar

Al azar, un subrayado que encuentro ahora en la edición de Eterna Cadencia: “Para distraer a Eligia durante sus horas de lucidez, tomé la costumbre de leerle los artículos más entretenidos de una revista de historia. Hojeando unos ejemplares viejos con la intención de seleccionar algo apropiado, encontré un artículo sobre la resistencia contra los gobiernos fascistoides de la década del treinta. Vi la foto de Arón. En el texto se transcribía una proclama política que había redactado en 1934: !¡LA HORA DE  LA LUCHA HA LLEGADO!”

Imágenes, atmósferas que la novela me dejó. El ceremonioso tour europeo y la locura imposible que implicaba la reconstrucción del rostro. La relación de Mario Gageac (el narrador, alter ego de JBB) con prostitutas melancólicas. La violencia suave de la sintaxis del texto. La pelea entre hinchas de Inter y Milán, si mal no recuerdo, la mirada del argentino en Europa, el humo alto en las tabernas de Italia. La descripción minuciosa permite que por momentos se pierda la escala de lo humano, el dolor inefable de la tragedia familiar.

Los vecinos del escritor habrían dicho, cuando el cuerpo estaba ya en el suelo y el hecho empezaba a ser una noticia, que Baron Biza pasó gran parte de la madrugada escuchando música clásica a un volumen imperial. No sé si será cierto, pero bien se une esta música final a nombres como Arón y Eligia. Todo desierto engendra su semilla.