Al santiagueño Ramón Castillo se lo llamó así, más allá de la medicina, porque creía que había que considerar no los factores directos de la enfermedad, sino otros a los que consideraba fundamentales. “La mala vivienda, la alimentación inadecuada y los salarios bajos tienen tanta o más trascendencia en el estado sanitario de un pueblo, que la constelación más virulenta de agentes biológicos”.

En 1946 se convirtió en el primer ministro de Salud Pública cuando el presidente Perón lo designó al frente de la Secretaría de Salud Pública, más tarde elevada al rango de ministerio, a la inversa de lo que produjera el macrismo tres cuartos de siglo más tarde.

Entre 1946 y 1951 se construyeron 21 hospitales con una capacidad de 22.000 camas, según consigna Felipe Pigna que agrega que “se estableció la gratuidad de la atención de los pacientes, los estudios, los tratamientos y la provisión de medicamentos. Un novedoso tren sanitario recorría el país durante cuatro meses al año, haciendo análisis clínicos y radiografías y ofreciendo asistencia médica y odontológica hasta en los lugares más remotos del país, a muchos de los cuales nunca había llegado un médico”. 

Por una hipertensión arterial maligna, Carrillo debió renunciar en 1954, y con una beca partió a los EEUU con su familia.

La “Libertadora” lo persiguió por “malversación”, no se si te suena, y él respondió “ queda mi obra como en la especie de autoresponso del video que acompaña estas líneas.

Y dejó este pensamiento que por estos días que tan dificultosamente transitamos.

“El hombre de hoy –decía– ha hecho sus esclavos a la electricidad y a la fuerza nuclear y será pronto el empresario de las fuerzas del mar y del sol. Estamos frente a un poder catastrófico que puede ser peligroso para el hombre mismo. La civilización vuela en aviones y cohetes, mientras que la cultura recorre todavía a pie los caminos del mundo. El hombre actual ha perdido la buena costumbre de la reflexión y la meditación. Llegará a la luna antes de haber extirpado de sí mismo algunos resabios bárbaros que lo empujan a la guerra y a la destrucción. A la destrucción de su propia obra. ¡Tremenda y trágica paradoja!”.

Como lo fue que, como tantos otros de nuestros grandes hombres, muriera en el exilio: Belem do Pará, Brasil, el 20 de diciembre de 1956