Radiante. Como siempre. Pero dos años de encierro fueron demasiado para Chabela Kreimer, todavía desempolvando los restos que le dejó el aislamiento del Covid.

Uno de sus mayores dolores post pandemia, es la sucesión de gente que pasa por su casa pidiendo algo para comer, o a abrigarse porque llega el frío: lamenta tanta diferencia entre los que tienen de todo, y quienes no tienen nada. A Chabela Kreimer se le opacan los ojos claros. No por bondad, que se ve, les falta. Por supervivencia, debieran igualarse un poco los ingresos de los ricos y los pobres. Para que los ricos puedan vivir tranquilos. Advierte.

Recién después, Chabela Kreimer recupera la luz de la mirada, la sonrisa se le expande. Y se ve sobre el escenario. Con la Orquesta Provincial de Música Ciudadana, en el San Martín, invitada por los maestros Osvaldo Piro (a quien he visto emocionarse hasta las lágrimas, dice, emocionada) y Damián Torres. Amorosos con ella. Ellos y los músicos, se enternece. Y ensoñadora, anhela volver ahí. A lo que más le gusta. Cantar tangos. Estoy siempre lista, se ríe, y es imposible no desear con ella que pronto, nos cante nuevamente.

Empezó durante los años 70, en Tonos y Toneles y otros reductos del legendario Tito Acevedo. En dúo inolvidable con Quique Pinto y su guitarra, cuando al tango se le animaban pocas mujeres. Desde allí fue creciendo. Tan rápido, que ya en 1987 estuvieron, ella y Quique, a sala llena en el Teatro de Córdoba de la Nueva Andalucía, y durante el mismo viaje en el Festival de Granada que capitanea el cordobés Horacio Rebora, Tato.

Ante el público comenzó después de una vida de abogada y maternidad, pero canta desde siempre. Imitando a su madre, una rusa directora de escuela que enamorada del tango, lo tarareaba todo el día.

Foto: Ezequiel Luque
Foto: Ezequiel Luque

Como muchas niñas de su ambiente en esa época, aprendió algo de piano. Con clases particulares en una academia de calle Entre Ríos, a la que pronto dejó asustada. La profe tenía muchos perros y la pequeña Chabela les temía. Entonces se dedicó a cantar en improvisados escenarios hogareños. Cantaba ella, cantaba su hermana, cantaba la madre. Ante un público selecto: el padre, un fabricante de espejos profundos y sin distorsión, que construía con cristales importados. Mauricio y Milka, se llamaban los padres, judíos laicos llegados de Rusia, a Entre Ríos.

Como no hay judío que no quiera ver a sus hijos en la universidad (Chabela dixit), universitaria fue. Pero al momento de decidir, no había muchas opciones. Así que fue abogada. Y a eso se dedicó hasta jubilarse. Casada con un ingeniero (también judío), se fue a vivir a Villa María donde nacieron tres hijos y enviudó a sus 34 años. De ahí huyó en 1976, cuando un militar cuya voz no ha olvidado, la acusaba de ser roja. Y le preguntaba con furia, una y otra vez, qué estaba haciendo el día en que un comando guerrillero atacó la Fábrica de Pólvora y Explosivos.

La política le interesaba desde las luchas por la enseñanza laica, durante el frondizismo. Antes de cumplir 20 años participó de algunas marchas a favor de la educación pública. Como muchos de sus primos paternos, se hizo de izquierda, y recaló en el Partido Comunista, de donde al tiempo se fue junto con el grupo de la famosa diáspora de Pasado y Presente.

En Villa María dio clases de Instrucción Cívica en el Rivadavia −el instituto creado por el gran pedagogo Antonio Sobral− y estaba en la conducción del Colegio de Abogados. Su estudio era un desfiladero de gente de izquierda. Hasta imprimían un periódico, ahí. Muchas de sus compañeras y compañeros del Rivadavia fueron detenidos apenas ocurrió el golpe, y a ella, después del interrogatorio militar, a cualquier hora una patrulla le tocaba el timbre de su casa (que ya había sido allanada). La espiaban. Chabela Kreimer supo que debía volver a Córdoba, y comenzar de nuevo.

Como abogada, socia de María Elena Mercado. Y el tango, primero en reuniones sociales, y de a poco, los escenarios. Adoro cantar, dice. Chabela Kreimer se pone en alerta cuando le pregunto por las letras machirulas. No es el tango, es la época en que nació, me explica, y una tras otra, recita letras que muestran un hombre tierno, o que llora por el amor de una mujer.

Ama a Tita Merello. Una genia que transmitía como actriz lo que no podía con la voz. A la Rinaldi le creo todo, agrega, y sigue la lista: la uruguaya Malena Muyala, una maravilla. Dolores Solá, Ligia Piro. Y las cordobesas Silvia Lallana, María Fernanda Juárez, María Eugenia Acotto, Ana Tenaglia. Letristas, Eladia Blázquez, sin dudar.

Chabela Kreimer, en su casa de barrio Observatorio. Foto: Ezequiel Luque
Chabela Kreimer, en su casa de barrio Observatorio. Foto: Ezequiel Luque

Chabela Kreimer es también presidenta de la filial Córdoba de la Academia Nacional del Tango, cuya creación impulsó hace cinco años. Con Claudio González, hacen ‘De Academia’, en la radio de la Tecnológica. Siempre la colaboración estelar de Américo Tatián, una amistad de 60 años.

Un hijo abogado de Chabela toca el bandoneón y canta. El otro, historiador, es gerente de banco. La hija, Deborah Gornitz (la Colorada), periodista, en Buenos Aires. Paula Gornitz, una nieta, pronto terminará Ciencias de la Comunicación en la UNC.

En su casa de calle Corro, a media cuadra de Tribunales, José Fernández, compañero de vida desde hace 30 años, sirve un café que huele. Invitan a volver siempre. Y comienzan a despedirme. Es el día de la visita semanal a la hermana de Chabela.