Chancaní es un pequeño pueblo, bastante aislado. Se halla al oeste del último cordón serrano de Córdoba. O del primero, según cómo se lo mire. Al pie mismo de las sierras, pero ya en una región baja y llana. Tan plana es la zona, que se prolonga sin solución de continuidad con los llanos riojanos. La altura promedio es de 300 msnm, es decir 100 metros menos que la propia ciudad de Córdoba.

En Chancaní hay una Reserva Natural provincial que puede recorrerse a pie. Conserva grandes extensiones de bosque chaqueño casi inalterado, con toda la fauna característica de esas eco-regiones. Unos 30 km hacia el norte de Chancaní se encuentra la Estancia Pinas, donde se construye el Parque Nacional Traslasierra. Aún no está habilitado y por el momento los accesos son un dédalo de caminos vecinales poco recomendables. Eso deberá cambian pronto.
El viajero que quiere llegar a Chancaní, o salir del pueblo luego de recorrerlo, tiene tres vías de acceso/egreso. Una de ellas, hacia el oeste, es el antiguo camino de Córdoba a San Juan. Hoy, virtualmente intransitable: una recta prolongada y monótona de alrededor de 85 km de finos guadales, sin estaciones de servicio, sin pueblos, sin gomerías, sin talleres mecánicos, almacenes ni señal de celular. A los 25 km de andar por allí desde Chancaní el viajero-explorador cruza el límite inter-provincial, aunque ninguna señal anuncie que se encuentra ya en La Rioja. Eso, claro, si no ha decidido, prudentemente, volver sobre sus pasos antes. En días soleados, es una travesía difícil. Durante días lluviosos, que son muy pocos al año, es completamente impracticable. Solo se aventuran por allí los lugareños que conocen cada piedra del camino, los amantes de la aventura bien equipados, o sencillamente, los irresponsables. Esos que se arriesgan por caminos desolados por el solo placer de ver “si llegan”. Debo reconocer que me encontraba en ese tercer grupo, cuando hice el recorrido, hace algunos años y sin preparación alguna. Viví esa travesía como interminable, y mantuve una permanente ansiedad de que algo pasara con el vehículo, que navegaba sobre ese río de polvo dando constantes barquinazos. De todas formas, en ese trayecto avisté, por única vez en mi vida, corzuelas y gatos monteses en libertad, además de lagartos overos. Sentí un profundo alivio cuando, de improviso, llegué a una gran rotonda que marca el retorno al pavimento. Es el empalme con la ruta que lleva a Olta y Chamical, hacia el norte, o a Ulapes hacia el sur. Allí, si el viajero aún conserva energía y ánimo, puede seguir en dirección oeste. Luego de 35 km de pavimento con baches accede a Chepes, en camino ya hacia San Juan.

La segunda forma de salir de Chancaní es directamente por el sur. Otra vez, una larga recta polvorienta. De unos 70 km, aunque en este caso, en bastante buen estado, y siempre viajando en paralelo al cordón serrano. Al cabo de ese trayecto, los cultivos y algunas viviendas van marcando el ingreso a San Pedro, y luego de cruzar el Río de los Sauces, a Villa Dolores.

Hemos dejado para el último lugar la forma más pintoresca y conocida de bajar hasta Chancaní, o bien de salir del pueblo: el camino de Los Túneles. Desde el Valle de Traslasierra se accede, en la localidad de Taninga, a la ruta provincial 28, ahora pavimentada hasta el filo mismo de la Sierra de Pocho en Los Túneles. Al hacerlo se atraviesa la Pampa de Pocho, con sus volcanes, imperturbables desde hace 5 millones de años. El descenso desde Los Túneles hasta Chancaní es sobrecogedor. A poco de comenzar, se puede ver a la distancia la cascada del Velo de Novia en la Quebrada de la Mermela. Es el salto de agua más elevado de la provincia. Luego se baja 800 metros de desnivel en solo unos pocos kilómetros de recorrido, y el horizonte parece no tener límites. Un paseo de gran impacto que debería hacerse durante el día. Sucede que uno de mis primeros recuerdos infantiles de viaje se grabó en mi mente en ese trayecto, cuando aún era la ruta habitual para ir desde Córdoba a San Juan. En mi memoria guardo las imágenes -y los sonidos- de un descenso accidentado en el pequeño auto familiar, en medio de una furiosa tormenta de viento y lluvia y en plena oscuridad nocturna. Tuvimos que parar al borde de la cornisa para cambiar un neumático. Luego, el capot de nuestro precario refugio sobre ruedas se negaba a cerrarse, por la fuerza del viento. El pánico se hizo presente esa noche. Así lo recuerdo, al menos. 

En condiciones normales es un viaje que se disfruta mucho, y es conveniente realizarlo en bajada. Atravesar los túneles horadados en la roca en 1936 tiene un encanto especial, comparable a conocer algún secreto oculto en la montaña. Atravesar el rizo mediante el cual el camino cruza un puente, da una curva de 270 grados y pasa por debajo del mismo puente, parece sumirnos en una paradoja de topología vial. 

Un buen plan de viaje podría ser: alojarse, en la post-pandemia, en algún lugar del Valle de Traslasierra, como San Javier, o Mina Clavero. Por la mañana tomar rumbo norte hasta Taninga y descender por Los Túneles hasta Chancaní. Recorrer la Reserva y el pueblo, almorzar, y por la tarde salir hacia el sur, hasta Villa Dolores. De allí, emprender el regreso al lugar de alojamiento. Rematar con una buena cena. 

En el fondo, quizás no sean recomendaciones, sino expresiones de deseo para una pronta vuelta a la normalidad. Porque, no sé si queda claro, para quien escribe estas líneas, la normalidad es viajar.

Si querés conocer más sobre Chancaní, visitá el sitio de Turismo Científico de la UNC: https://turismociencia.unc.edu.ar