Hoy la política es completamente distinta a la experimentada por las generaciones adultas. En estos últimos 25 años se ha dado un proceso de cambio radical, no solo en el modo de hacer política - sus herramientas, vínculos, recursos e insumos - sino también de las problemáticas que trata diariamente. Esta pandemia sin duda acentuó este cambio.
    
Desde fines del siglo pasado se vienen vislumbrando cambios importantes en la acción política: se ha dado un fenómeno de espectacularización y mayor mediatización de la agenda pública. Y en estas últimas dos décadas ha sido más que una simple mutación. 

Si nos concentramos en el impacto de la técnica y los instrumentos en la lucha por lo público, vemos cómo los nuevos recursos han generado nuevas prácticas e incluso nuevas identidades y relaciones entre actores ya existentes. El caso más notorio es el de la Internet, que permitió a la humanidad conectarse casi de una forma plena con todo el globo a un mismo tiempo.

Si estas nuevas tecnologías de la comunicación han llegado para quedarse, y es inevitable su uso, lo mejor es aprender sobre ellos: qué conductas generaron, qué relaciones permiten, qué problemas acarrean, cómo pueden ser explotados, etc. Estas son preguntas que no solo interesan a los analistas, sino también al actor mismo de la política, ya sea estatal, del tercer sector, fuerza del mercado o una pieza de la resistencia. 

Existen múltiples facetas a explorar respecto a este fenómeno, pero ahora me centraré en tres categorías para el análisis: ciberactivismo, movilización política y un importantísimo actor político, la juventud.

Las redes sociales funcionan como un espacio público de comunicación, diálogo, interacción y disputa simbólica. Pero ¿qué es lo novedoso, si los ámbitos públicos han existido siempre, desde el foro romano hasta una asamblea constituyente, o incluso hasta en la polémica categoría de la opinión pública?. Lo que lo diferencia es la posibilidad de una comunicación multilateral, interconectada e inmediata. En contraposición a los medios tradicionales, la información no viaja solo de un sentido a otro - desde el emisor hasta el receptor - sino que es construida desde todos los puntos de la red, donde estos dos roles van variando constantemente. Además, la información se comunica al segundo, sin necesidad de mediación alguna más que la misma plataforma, como lo puede ser Twitter.

Esta comunicación puede tomar un carácter proselitista y de disputa política: ciberactivismo. Se trata de la movilización a través de tecnologías digitales, tanto para participar de un foro, dar un RT, compartir un flyer y videos, o incluso convocar una manifestación. Y es ahí donde lo vinculamos con la movilización política propiamente dicha, que se coporiza fuera del mundo de lo virtual y lo digital. 

Así lo vemos cuando alguien en Instagram comparte un flyer sobre una política pública de un gobierno local para que los vecinos se enteren o cuando se publican fotos editadas en forma de escrache con un tomate sobre la cara del político o figura “cancelada”. 

En un trabajo de investigación universitario, que se está actualizando y  en el que participo junto a mis amigos estudiantes politólogos (Binda, Martínez, Perazza, Polzella y Taboada, 2020), analizamos la correlación empírica entre ciberactivismo y movilización política sobre la cuestión feminista. Esta se hizo sobre una muestra de 1380 casos de la República Argentina - muestra no estadísticamente representativa - que se puede ilustrar en la siguiente tabla:

Ciberactivismo y movilización política


Ahí se ve una relación positiva entre llevar a cabo prácticas de ciberactivismo y participar del fenómeno de movilización política: en el caso de quienes realizan ciberactivismo, el 78.2% se moviliza políticamente; a diferencia de quienes no realizan ciberactivismo, solo el 60.7% se moviliza.

Además podemos ver cómo lo que se habla en las redes tiene una influencia tremenda en la vida política cotidiana. ¿Cómo sería posible explicar la ola verde feminista de los últimos 6 años sin tener en cuenta la movilización a través redes? ¿O cómo se podría comprender el fenómeno de que un porcentaje no menor de cordobeses que no quiere vacunarse, sin tener en cuenta el impacto de las fake news de las redes sociales?