Juan Manuel es joven pero no es fácil saber qué tan joven. Tiene esa edad indefinida que sugieren los dientes que faltan, la barba desprolijamente crecida, los pómulos hundidos y la piel curtida. Es de mañana en Córdoba hay un sol radiante y la ciudad en cuarentena parece el lejano oeste. Sin embargo Juan Manuel, junto a unos de sus pequeños hijos, llena el carro con la chatarra que porfiadamente se acumula en el basural de Villa Urquiza, sobre avenida costanera, a metros del mástil y la bandera argentina que presiden la entrada al Puente Turin. 

Juan Manuel sabe de la cuarentena, sabe que debiera quedarse en su casa, "pero no puedo, bolu, me cago de hambre sino...", afirma. Juan Manuel sabe que la policía lo puede detener, "si, nos corre la cana... pero qué querés que haga". Juan Manuel pide flexibilidad, "aunque sea que nos dejen laburar a la mañana, bolu, hasta las dos de la tarde". Juan Manuel sabe del Coronavirus pero tiene una mesa familiar que atender ya. "Tengo a mi hermana, a mi vieja, tengo los chicos...no puedo parar". Dice que el depósito donde lleva la chatarra está abierto y que la gente de la zona 'colabora' dejándole cosas en el basural. Juan Manuel dice que no tiene ayuda estatal pero que otros en la villa si la tienen.

Crónica de un "varado" en la miseria

Juan Manuel integra el lote de los aproximadamente cuatro millones de argentinos que están en la indigencia. Cuatro millones. Esos millones de "Juan Manueles" saben del peligro del virus, pero también saben que antes que les llegue, llegará el mediodía y después la noche y después de nuevo el mediodía y en su mesa deberá haber algo para comer. Literalmente: algo para comer. A muchos de ellos, les llega la mano del Estado; a algunos regularmente, a otros a veces; a muchos a tiempo, a otros tarde.  A muchos no les llega nada.

Leemos por estas horas de la preocupación de las autoridades por la situación de los que están bien al fondo. Son millones a los que es difícil contener porque viven en condiciones paupérrimas desde hace décadas. Condiciones claramente agravadas por las últimas crisis. Son los que menos espaldas tienen -en todo sentido- para aguantar la pandemia. Hacinados, sin agua potable, sin cloacas. Y en este punto se produce una paradoja trágica: los mas urgidos, los que menos se pueden quedar quietos, probablemente sean los mas vulnerables al latigazo de la peste.


*Periodista Multimedio SRT